De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo(Núm. 34)
No conocemos ni el tiempo de la nueva tierra y de la nueva humanidad, ni el
modo en que el universo se transformará. Se termina ciertamente la
representación de este mundo, deformado por el pecado, pero sabemos que Dios
prepara una nueva morada y una nueva tierra, en la que habita la justicia y
cuya bienaventuranza llenará y sobrepasará todos los deseos de paz que brotan
en el corazón del hombre. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios
resucitarán en Cristo, y lo que se había sembrado débil y corruptible se
vestirá de incorrupción y, permaneciendo la caridad y sus frutos, toda la
creación, que Dios creó por el hombre, se verá libre de la esclavitud de la
vanidad.
Aunque se nos advierta que de nada le vale al hombre ganar todo el mundo
si se pierde a sí mismo, sin embargo, la esperanza de la tierra nueva no debe
debilitar, al contrario, debe excitar la solicitud de perfeccionar esta tierra,
en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad, que ya presenta las esbozadas
líneas de lo que será el siglo futuro. Por eso, aunque hay que distinguir
cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Dios, con todo, el
primero, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana
sociedad, interesa mucho al bien del reino de Dios.
Los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y
de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro
trabajo, una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos
propagado en la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha,
iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre "un reino
eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y
la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". En la tierra este
reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la
llegada del Señor.
Fuente: News.va