“Yo te
he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta
los confines de la tierra”. (Hch 13, 47;
cf. Is 49, 6).
Estas palabras del Señor, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que
acabamos de escuchar, nos presentan el carácter misionero de la Iglesia que es
enviada por Jesús a salir para anunciar el Evangelio. Así sucedió, desde el
primer momento, con los discípulos cuando, desencadenada la persecución,
salieron de Jerusalén (cf. Hch 8,
1-3).
Esto es
válido también para aquella multitud de misioneros que llevaron el Evangelio al
Nuevo Mundo y al mismo tiempo defendieron a los indígenas contra los abusos de
los colonizadores. Entre ellos estaba también Fray Junípero; su obra de
evangelización nos trae a la memoria los primeros “12 apóstoles franciscanos”
que fueron los pioneros de la fe
cristiana en México. Él fue protagonista de una nueva
primavera evangelizadora en aquellas extensas tierras que, desde hacía
doscientos años, habían sido alcanzadas por los misioneros provenientes de España, desde Florida hasta California. Mucho
tiempo antes que llegasen los peregrinos del Mayflower al litoral atlántico
norte.
La vida
y el ejemplo de Fray Junípero ponen de relieve tres aspectos: su impulso
misionero, su devoción mariana y su testimonio de santidad.
En primer lugar, fue
un incansable misionero. ¿Qué fue lo que llevó a Fray Junípero a abandonar su
patria, su tierra, su familia, la cátedra universitaria y su comunidad
franciscana en Mallorca, para ir hacia los extremos confines de la
tierra? Sin duda, la pasión por anunciar el Evangelio ad gentes, o sea
el ímpetu del corazón que quiere compartir con los más lejanos el don del
encuentro con Cristo: el don que él mismo había recibido primero y que había
experimentado en su plenitud de verdad y de belleza.
Como
Pablo y Bernabé, como los discípulos en Antioquía y en toda Judea, él fue
colmado de alegría y de Espíritu Santo en el difundir la palabra del Señor. Un
celo tal nos provoca, ¡es un gran reto para nosotros! Estos discípulos misioneros,
que han encontrado a Jesús, Hijo de Dios, que a través de él han conocido al
Padre misericordioso y, movidos por la gracia del Espíritu Santo, se han
proyectado hacia todas las periferias geográficas, sociales y existenciales,
para dar testimonio a la caridad, ¡estos nos desafían!
A veces
nos detenemos a examinar escrupulosamente sus virtudes y, sobre todo, sus
límites y sus miserias. Sin embargo, me pregunto, si hoy somos capaces de
responder con la misma generosidad y con el mismo coraje a la llamada de Dios,
que nos invita a dejarlo todo para adorarlo, dejar todo para adorarlo, para
seguirlo, para encontrarlo en el rostro de los pobres, para anunciarlo a
aquellos que no han conocido a Cristo, y por esto, no se sienten abrazados por
su misericordia.
El
testimonio de Fray Junípero nos llama a dejarnos implicar, en primera persona,
en la misión continental, que encuentra sus propias raíces en el “Evangelii gaudium”.
Esta
alegría se manifiesta (en
segundo lugar), cuando Fray Junípero encomendó su
compromiso misionero a la Santísima Virgen María. Sabemos que antes de regresar
a California quiso ir a consagrar su vida a Nuestra Señora de Guadalupe, y a
pedirle, para la misión que estaba por iniciar, la gracia de abrir el corazón
de los colonizadores y de los indígenas. En esta invocación podemos ver todavía
a este humilde fraile arrodillado ante la “Madre del mismísimo Dios”, la
“Morenita”, que llevó a su Hijo al Nuevo Mundo.
La
imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe estaba presente – o al menos lo estuvo –
en las veintiún misiones que Fray Junípero fundó a lo largo de la costa de
California. Desde entonces, Nuestra Señora de Guadalupe se convirtió, de hecho,
en la Patrona de todo el continente americano. No es posible separarla del
corazón del pueblo americano. En efecto, Ella constituye la raíz común de este
continente, ¡la raíz común de este continente! Es más, la actual misión
continental es confiada a aquella que es la primera y santa discípula
misionera, presencia y compañía, fuente de consolación y de esperanza. A ella
que está siempre a la escucha para cuidar a sus hijos americanos.
En tercer lugar,
hermanos y hermanas, contemplamos el testimonio de santidad de Fray Junípero –
uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, santo de la catolicidad y
especial protector de los hispanos del país –, para que todo el pueblo
americano descubra la propia dignidad, consolidando cada vez más la propia
pertenencia a Cristo y a su Iglesia.
En la
comunión universal de los santos y, en especial, en la corona de los santos
americanos, nos acompañe Fray
Junípero Serra e interceda por nosotros, junto a tantos
otros santos y santas que se han distinguido con diversos carismas:
-
Contemplativas como Rosa de Lima, Mariana de Quito y Teresita de los Andes; Pastores que emanaban el perfume de Cristo y el olor de las ovejas, como
Toribio de Mogrovejo, Francois de Laval, Rafael Guizar Valencia; Humildes obreros de la Viña del Señor, como Juan Diego y Kateri
Tekakwhita; Servidores de los que sufren y de los marginados, como Pedro Claver,
Martín de Porres, Damián de Molokai, Alberto Hurtado y Rose Philippine
Duchesne; Fundadoras de comunidades consagradas al servicio de Dios y de los
más pobres, como Francisca Cabrini, Elizabeth Ann Seaton y Catalina Drexel; Misioneros incansables como Fray Francisco Solano, José de Anchieta,
Alonso de Barzana, María Antonia de la Paz y Figueroa, José Gabriel de Rosario
Brochero;Mártires como Roque González, Miguel Pro y Oscar Arnulfo Romero; y tantos
otros santos y mártires que no nombro ahora, pero que rezan delante del Señor
por sus hermanos y hermanas que son todavía peregrinos en aquellas tierras.
Hubo tanta santidad en América, ¡tanta santidad sembrada!
Que un impetuoso viento de santidad recorra
el próximo Jubileo
extraordinario de la Misericordia en
todas las Américas.
Confiando en la promesa hecha por Jesús, que hemos escuchado hoy en el
Evangelio, pedimos a Dios esta particular efusión del Espíritu Santo.
Pidamos
a Jesús Resucitado, Señor de la historia, que
la vida de nuestro continente americano se arraigue más y más en el Evangelio
que ha recibido; que Cristo esté
cada vez más presente en la vida de las personas, de las familias, de los
pueblos y de las naciones, para la mayor gloria de Dios.
Y que
esta gloria se manifieste en la cultura de la vida, en la fraternidad, en la
solidaridad, en la paz, en la justicia, con amor preferencial y comprometido
por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas
comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas y
de los hombres de recta conciencia y de buena voluntad.
¡Oh
Señor Jesús, nosotros somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes
cooperadores para que venga tu Reino!
Llevando
esta invocación en el corazón, pido la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, y
también aquella de Fray Junípero y de los otros santos y santas americanos,
para que me conduzcan y me guíen en mis próximos viajes apostólicos en América
del Sur y en América del Norte. Por esto les pido a todos ustedes que continúen
rezando por mí. Amén.