miércoles, 6 de mayo de 2015

Cuando Gracián oyó por primera vez el nombre de Teresa de Jesús

El 6 de junio del año 1545 nacía en Valladolid Jerónimo Gracián, amigo y compañero de Teresa de Jesús. El año pasado se cumplieron cuatrocientos años de su muerte, que tuvo lugar en Bruselas el 21 de septiembre de 1614.
¿Cómo tuvo Gracián conocimiento de Teresa de Jesús? Bastante antes de conocerla personalmente en Beas de Segura, se tropezó con el libro de las Constituciones en el convento de la Imagen de Alcalá, fundado por María de Jesús (Yepes), también reformadora carmelita. Teresa de Jesús había dejado un ejemplar de sus Constituciones en este convento cuando le pidieron ayuda para encauzar la vida de esta comunidad y estuvo unos meses con ellas. El propio Gracián narra la carambola que le llevó a este “encuentro” en su obra Scholias y adiciones a la Vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera:
 «Esta sierva de Dios [María de Jesús Yepes] fue el primer motivo que tuve para entrar en esta Religión y conocer a la M. Teresa de Jesús. Porque estando en Alcalá recién ordenado de misa, nunca la solía decir sino en el Colegio de la Compañía de Jesús.
Y un día de señor S. Francisco del año del Señor de 1571 parecióme sería bueno irla a decir a S. Juan de la Penitencia, monasterio de monjas Franciscas, donde estaba por doncella María de San José, mi hermana, que ahora es Supriora en Madrid. Pero cuando yo llegué, ya habían cerrado la iglesia y no había aparejo. Y así, me fui a la Concepción, que era allí cerca, donde me rogaron se la cantase porque no tenían misa y tenían obligación de decirla cantada.
Respondiéndoles que no sabía cantar, dijeron que entonadamente, como ellas cantaban, bien sabría. Acabada la misa, en la cual no se halló ningún  seglar sino una señora llamada doña Beatriz de Mendoza con una hija suya que después se vino a casar con don Francisco de Cepeda, sobrino de la santa M. Teresa de Jesús, predíqueles del señor S. Francisco, pensando que eran Descalzas Franciscas.
Y después, hablando a  la M. María de Jesús, dijome que eran Descalzas Carmelitas y contóme de su regla y estatutos, y rogóme la confesase a ella y a otras que lo pidieron.
Para hacer bien hecho este ministerio, pedí a una me prestase la Regla que profesaban. Diómela, que era la de la M. Teresa de Jesús, y entonces fue la primera noticia que de ella tuve.
Agradáronme tanto aquellas Constituciones, que por curiosidad hice apuntamientos de ellas, y después escribí algunas advertencias acerca de ellas, sacadas de lo que la Sagrada Escritura dice de la vida de los profetas de esta Orden, para enviar a la M. Teresa de Jesús, escribiéndola sin conocerla; ella me lo agradeció mucho. Y creo yo que debió de hacer con sus oraciones de manera que vine a tomar el hábito de esta Orden, con vocación tan contraria a todas las razones humanas cual se espantará quien la leyere en el libro que tengo escrito de las Fundaciones de los Descalzos».
Lejos estaba él de pensar aquel día, cuando le entregaron las Constituciones, que el encuentro con aquella mujer le cambiaría la vida.


El matrimonio y la familia, reflejo de la fuerza y la ternura de Dios. Catequesis del Papa.

“Queridos hermanos y hermanas: La catequesis de hoy está dedicada a la belleza del matrimonio cristiano, que no es simplemente la belleza de la ceremonia que se hace en la iglesia, sino del sacramento que hace a la Iglesia iniciando una nueva comunidad familiar”.
Una dignidad impensable
El gran pregonero de Jesucristo, San Pablo, hablando de la nueva vida en Cristo, dice que los cristianos están llamados a amarse como Cristo los ha amado, es decir “sometiéndose los unos a los otros”. Pero, ¿qué significa esto? El Sucesor de Pedro lo explicó con sencillas palabras:
“El matrimonio es un gran misterio que tiene la gran dignidad de reflejar el amor de Cristo a su Iglesia. Todos los cristianos estamos llamados a amar como Cristo nos amó, pero el marido, dice el apóstol Pablo,  debe amar a su mujer «como a su propio cuerpo», como Cristo «ama a su Iglesia». Esta radicalidad evangélica restablece la reciprocidad originaria de la creación”.
Un acto de total entrega
A través del sacramento del matrimonio, los esposos cristianos dan testimonio del coraje de creer en la belleza del acto creador de Dios:
“El sacramento del matrimonio es un acto de fe y de amor, en el  que los esposos, mediante su libre consentimiento, realizan su vocación de entregarse sin reservas y sin medida”.
“Un amor que empuja a ir siempre más allá”, dijo Francisco, “más allá de nosotros mismos y también más allá de la misma familia”.
Vínculo Iglesia - Matrimonio
La analogía entre la pareja marido-mujer y la de Cristo-Iglesia, que comprendemos a través de las palabras de san Pablo “sometidos los unos a los otros”, que a su vez el Pontífice explicó que significa, “al servicio los unos de los otros”, además de ayudarnos a captar el sentido espiritual, nos lleva a pensar en el vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana:  
“La Iglesia está totalmente implicada en cada  matrimonio cristiano: se edifica con sus logros y sufre sus fracasos. Asumamos seriamente la responsabilidad que se desprende de este vínculo indisoluble”.
Amplitud del matrimonio cristiano
En esta profundidad del misterio de lo creatural, prosiguió explicando el Papa, reconocido y restablecido en su pureza se abre un segundo “gran horizonte” que caracteriza el sacramento del matrimonio:
“La  decisión de «casarse en el Señor» tiene también una dimensión misionera, pues requiere que los esposos estén dispuestos a ser transmisores de la bendición y de la gracia del Señor para todos”.
De hecho, concluyó el Papa Francisco, los esposos cristianos participan “en cuanto esposos” en la misión de la Iglesia, y “para esto” – exclamó: ¡se necesita coraje para esto! ¡Para amarse como Cristo ama a la Iglesia!”
“La ruta del amor está marcada”, enseñó en su catequesis el Sucesor de Pedro: “se ama como se ama a Dios”, es decir “para siempre”. “Hombres y mujeres valientes para llevar este tesoro en las “vasijas de barro” de nuestra humanidad, son un recurso esencial para la Iglesia. “¡Que Dios los bendiga mil veces por esto!”.
“Queridos  hermanos y hermanas, pidamos para que el matrimonio y las familias sean un reflejo de la fuerza y de la ternura de Dios en nuestra sociedad. Muchas gracias”
(GM – RV)