Vuelvo hoy de nuevo sobre la afirmación: “Creo en la resurrección de la carne”. Se trata de una verdad que no es sencilla y nada obvia,
porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender la realidad
futura. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente
vinculada a la resurrección de Jesús; el hecho de que Él esté resucitado es la
prueba de que existe la resurrección de los muertos. Quisiera entonces,
presentar algunos aspectos que relacionan la resurrección de Cristo y nuestra
resurrección. Él ha resucitado y así, nosotros también resucitaremos.
Antes que nada, la
misma Sagrada Escritura contiene un camino hacia la fe plena en la resurrección
de los muertos. Esta se expresa como fe en Dios creador de todo hombre, alma
y cuerpo, y como fe en Dios liberador, el Dios fiel a la Alianza con su pueblo.
El profeta Ezequiel, en una visión, contempla los sepulcros de los deportados
que se vuelven a abrir y los huesos secos vuelven a vivir gracias a la acción
de un espíritu vivificante. Esta visión expresa la esperanza en la futura
“resurrección de Israel”, es decir en el renacimiento del pueblo derrotado y
humillado (cf. Ez 37,1-14).
Jesús, en el Nuevo
Testamento, lleva a su cumplimiento esta Revelación, y vincula la fe en la
resurrección a su misma Persona: “Yo soy la Resurrección y la Vida” (Jn 11,25).
De hecho, será Jesús el Señor el que resucitará en el último día a todos los
que hayan creído en Él. Jesús vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros
en todo, menos en el pecado; de este modo nos ha tomado consigo en su camino de
vuelta al Padre. Él, el Verbo Encarnado, muerto por nosotros y resucitado, da a
sus discípulos el Espíritu Santo como un anticipo de la plena comunión en su
Reino glorioso, que esperamos vigilantes. Esta espera es la fuente y la razón
de nuestra esperanza: una esperanza que, cultivada y custodiada, se convierte
en luz para iluminar nuestra historia personal y comunitaria. Recordémoslo
siempre: somos discípulos de Él que ha venido, viene cada día y vendrá al
final. Si conseguimos tener más presente esta realidad, estaremos menos
cansados en nuestro día a día, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos
a caminar con corazón misericordioso en la vía de la salvación.
Un segundo aspecto:
¿qué significa resucitar? La resurrección, la resurrección de
todos nosotros, ¿eh? Sucederá en el último día, al final del mundo, por obra de
la omnipotencia de Dios, que restituirá la vida a nuestro cuerpo reuniéndolo
con el alma, por la resurrección de Jesús.
Esta es la explicación fundamental:
porque Jesús resucitó, nosotros resucitaremos. Tenemos esperanza en la
Resurrección por que Él nos ha abierto la puerta, nos ha abierto la puerta a la
Resurrección. Esta transformación en espera, en camino a la Resurrección, esta
transfiguración de nuestro cuerpo se prepara en esta vida mediante el encuentro
con el Cristo Resucitado en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
Nosotros que en esta vida nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre,
resucitaremos como Él, con Él y por medio de Él. Como Jesús resucitó con su
propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrena, así nosotros resucitaremos
con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Esto no es
mentira ¿eh? ¡Esto es verdad! Nosotros creemos que Jesús está resucitado, que
Jesús está vivo en este momento, ¿Creéis que Jesús está vivo, que está vivo?
¡Ah! ¡no creéis! ¿creéis o no creéis? (¡Sí!) Y si Jesús está vivo ¿pensáis que
Jesús nos dejará morir y nunca nos resucitará? ¡No! ¡Él nos espera! Y como Él
está resucitado, la fuerza de su Resurrección nos resucitará a nosotros.
Ya en esta vida nosotros
participamos de la Resurrección de Cristo. Si es verdad que Jesús nos resucitará al final
de los tiempos, es también verdad que, en un aspecto, ya estamos resucitados
con Él. ¡La Vida Eterna comienza ya en este momento! Comienza durante toda la
Vida hacia aquel momento de la Resurrección final ¡Ya estamos resucitados! De
hecho, mediante el Bautismo, estamos insertos en la muerte y resurrección de
Cristo y participamos de una vida nueva, es decir la vida del Resucitado. Por
tanto, en la espera de este último día, tenemos en nosotros una semilla de
resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en
herencia. Por esto también el cuerpo de cada uno es resonancia de eternidad,
por tanto ha de ser respetado siempre; y sobre todo debe ser respetada y amada
la vida de todos los que sufren, para que sientan la cercanía del Reino de
Dios, de esa condición de vida eterna hacia la que caminamos. Este pensamiento
nos da esperanza. Estamos en camino hacia la Resurrección. Esta es nuestra
alegría: un día encontrar a Jesús, encontrar a Jesús todos juntos. Todos
juntos, no aquí en la Plaza, en otra parte, pero alegres con Jesús. Y este es
nuestro destino.