jueves, 4 de mayo de 2017

Catequesis del Papa: “Egipto, signo de esperanza, de refugio, de ayuda”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy deseo hablarles del Viaje Apostólico que, con la ayuda de Dios, he realizado en los días pasados en Egipto. He ido a este País después de una cuádruple invitación: del Presidente de la República, de Su Santidad el Patriarca Copto ortodoxo, del Gran Imán de Al-Azhar y el Patriarca Copto católico. Agradezco a cada uno de ellos por la acogida que me han reservado, verdaderamente calurosa. Y agradezco al entero pueblo egipcio por la participación y por el afecto con el cual han vivido esta visita del Sucesor de San Pedro.
El Presidente y las Autoridades civiles han puesto un empeño extraordinario para que este evento pudiera desarrollarse en los mejores modos; para que pudiera ser un signo de paz, un signo de paz para Egipto y para toda aquella región, que lamentablemente sufre por los conflictos y el terrorismo. De hecho, el lema del Viaje era: “El Papa de la paz en un Egipto de paz”.
Mi visita a la Universidad de Al-Azhar, la más antigua universidad islámica y máxima institución académica del Islam sunita, ha tenido un doble horizonte: aquel del diálogo entre cristianos y musulmanes y, al mismo tiempo, aquel de la promoción de la paz en el mundo. En Al-Azhar se realizó el encuentro con el Gran Imán, encuentro que después se amplió en la Conferencia Internacional por la Paz. En este contexto he ofrecido una reflexión que ha valorizado la historia de Egipto como tierra de civilización y tierra de alianzas. Para toda la humanidad Egipto es sinónimo de antigua civilización, de tesoros de arte y de conocimiento; y esto nos recuerda que la paz se construye mediante la educación, la formación de la sabiduría, de un humanismo que comprende como parte integrante la dimensión religiosa, la relación con Dios, como lo ha recordado el Gran Imán en su discurso. La paz se construye también partiendo de la alianza entre Dios y el hombre, fundamento de la alianza entre todos los hombres, basado en el Decálogo escrito en las tablas de piedra del Sinaí, pero más profundamente en el corazón de todo hombre de todo tiempo y lugar, ley que se resume en los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo.
Este mismo fundamento esta también a la base de la construcción del orden social y civil, al cual están llamados a colaborar todos los ciudadanos, de todo origen, cultura y religión. Esta visión de sana laicidad ha aparecido en el intercambio de discursos con el Presidente de la República de Egipto, con la presencia de las Autoridades del país y del Cuerpo Diplomático. El gran patrimonio histórico y religioso de Egipto y su rol en la región medio oriental le confiere una tarea peculiar en el camino hacia una paz estable y duradera, que se basa no en el derecho de la fuerza, sino en la fuerza del derecho.
Los cristianos, en Egipto como en toda nación de la tierra, están llamados a ser levadura de fraternidad. Y esto es posible si viven en sí mismos la comunión con Cristo. Un fuerte signo de comunión, gracias a Dios, hemos podido darlo junto con mí querido hermano el Papa Tawadros II, Patriarca de los Coptos ortodoxos. Hemos renovado el compromiso, también firmando una Declaración Conjunta, de caminar juntos y de comprometernos para no repetir el Bautismo administrado en las respectivas Iglesias. Juntos hemos orado por los mártires de los recientes atentados que han golpeado trágicamente aquella venerable Iglesia; y su sangre ha fecundado este encuentro ecuménico, en el cual ha participado también el Patriarca de Constantinopla Bartolomé. El Patriarca ecuménico, mí querido hermano.
El segundo día del viaje ha sido dedicado a los fieles católicos. La Santa Misa celebrada en el Estadio puesto a disposición por las Autoridades egipcias ha sido una fiesta de fe y de fraternidad, en la cual hemos sentido la presencia viva del Señor Resucitado. Comentando el Evangelio, he exhortado a la pequeña comunidad católica en Egipto a revivir la experiencia de los discípulos de Emaús: a encontrar siempre en Cristo, Palabra y Pan de vida, la alegría de la fe, el ardor de la esperanza y la fuerza de testimoniar en el amor que “hemos encontrado al Señor”.
Y el último momento lo he vivido junto con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y los seminaristas, en el Seminario Mayor. Hay tantos seminaristas… Y esta es una consolación. Ha sido una liturgia de la Palabra, en la cual se han renovado las promesas de la vida consagrada. En esta comunidad de hombres y mujeres que han elegido donar la vida a Cristo por el Reino de Dios, he visto la belleza de la Iglesia en Egipto, y he orado por todos los cristianos de Oriente Medio, para que, guiados por sus pastores y acompañados por los consagrados, sean sal y luz en estas tierras, en medio a estos pueblos. Egipto, para nosotros, ha sido un signo de esperanza, de refugio, de ayuda. Cuando aquella parte del mundo estaba hambrienta, Jacob, con sus hijos, se fue allá; luego cuando Jesús fue perseguido, se fue allá. Por esto, narrarles este viaje, entra en el camino de hablar de la esperanza: para nosotros Egipto tiene este signo de esperanza sea para la historia, sea para hoy, para esta fraternidad que acabo de contarles.
Agradezco nuevamente a quienes han hecho posible este Viaje y a cuantos de diversos modos han dado su aporte, especialmente a tantas personas que han ofrecido sus oraciones y sus sufrimientos. La Santa Familia de Nazaret, que emigró a las orillas del Nilo para huir de la violencia de Herodes, bendiga y proteja siempre al pueblo egipcio y lo guie en la vía de la prosperidad, de la fraternidad y de la paz. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

El Papa denuncia a los creyentes "cuyos corazones sólo conocen el lenguaje de la condena"


El Papa Francisco ha pedido que se ablande el corazón de los que están cerrados en la Ley y ha invitado a tenerlo "abierto para que el Espíritu Santo actúe en él" porque hacen mucho daño a la Iglesia, durante la homilía de la misa que ha pronunciado en la Casa Santa Marta.
Francisco ha señalado que para poder dar el testimonio cristiano es necesario tener el corazón abierto porque -según ha observado- los cerrados "hacen sufrir mucho a la Iglesia".
"Entremos en ese diálogo y pidamos la gracia de que el Señor ablande un poco nuestros duros corazones y de la gente que permanece siempre cerrada en la Ley y que condena todo aquello que está fuera de la Ley", ha dicho.
El Pontífice argentino ha reflexionado sobre el martirio de San Esteban, narrado en la Primera Lectura, y ha centrado su homilía en el testimonio de obediencia que todo cristiano debe ofrecer.
"Los corazones cerrados, los corazones de piedra, los corazones que no quieren abrirse, que no quieren escuchar, los corazones que solo conocen el lenguaje de la condena. Están condenados. No saben decir: 'Pero explicarme, ¿por qué dices esto?'. No, están cerrado. Lo saben todo. No necesitan ninguna explicación", ha especificado.
Así, ha comparado a los "obstinados, incircuncisos de corazón y de oídos" con los "paganos" porque tenían "el corazón cerrado y duro", un corazón "en el que no podía entrar el Espíritu Santo".
Finalmente, ha explicado que en un corazón cerrado "no hay sitio para el Espíritu Santo". "Un corazón cerrado, un corazón obstinado, un corazón pagano no deja entrar al Espíritu y se siente suficiente en sí mismo", ha concluido.
Los dos discípulos de Emaús "somos nosotros", dice el Papa, "con tantas dudas", "tantos pecados", que tantas veces "queremos alejarnos de la Cruz, de las pruebas" pero "hacemos espacio para escuchar a Jesús que nos templa el corazón". Al otro grupo, a aquellos que están "encerrados en la rigidez de la ley", que no quieren escuchar, Jesús - recuerda el Papa - ha hablado tanto, diciendo cosas "más feas" de aquellas dichas por Esteban.
Y Francisco concluye haciendo referencia al episodio de la adultera que era una pecadora. "Cada uno de nosotros - subraya - entra en un diálogo entre Jesús y la víctima de los corazones de piedra: la adúltera". A quienes querían lapidarla, Jesús responde solamente: "Mírense ustedes adentro":
"Y hoy miramos esta ternura de Jesús: el testigo de la obediencia, el Gran Testigo, Jesús, que ha dado la vida, nos hace ver la ternura de Dios con respecto a nosotros, a nuestros pecados, a nuestras debilidades. Entremos en este diálogo y pidamos la gracia de que el Señor enternezca un poco el corazón de estos rígidos, de aquella gente que está encerrada siempre en la Ley y condena todo aquello que está fuera de la Ley. No saben que el Verbo vino en carne, que el Verbo es testigo de obediencia, no saben que la ternura de Dios es capaz de mover un corazón de piedra y poner en su lugar un corazón de carne". (RD/Agencias)

"Francisco ha hablado en nombre de Cristo"



Durante su visita a Egipto -donde vivieron patriarcas y profetas, donde Dios hizo resonar su voz y la Sagrada Familia encontró refugio y hospitalidad ante las amenazas del rey Herodes-, el Papa Francisco ha hablado en nombre de Cristo, se ha acercado a la pequeña comunidad de católicos, ha vivido una vez más esa dimensión ecuménica con los cristianos coptos ortodoxos y ha mostrado la urgencia y necesidad de vivir la dimensión interreligiosa con los musulmanes.
Es todo un camino que nos propone el Sucesor de Pedro, actualizando lo que tan bellamente nos dice el Concilio Vaticano II, tanto en las constituciones como en los decretos de ecumenismo y de relaciones con otras religiones.
Os escribo esta carta cuando acabamos de comenzar el mes de mayo, que la Iglesia dedica muy especialmente a la Virgen María. Para todos los discípulos de Cristo, este mes se convierte en una provocación a vivir en y desde la caridad, es decir, en y desde el amor mismo de Dios manifestado en Jesucristo. Viene bien hacer memoria de la página del Evangelio en la que se nos narra la Visitación de María a su prima santa Isabel. El texto no puede ser más expresivo para nosotros: en María se nos presenta la primera discípula de Cristo, en la actitud en la que debemos estar todos los cristianos: en salida, como nos dice tantas veces el Papa Francisco.
Recibida la noticia y aceptada por María, ya habiendo sido engendrada por obra del Espíritu Santo, se puso en camino. Nos dice el Evangelio que atravesó una región montañosa, es decir, con dificultades, pero lo hizo llena de confianza y esperanza por lo que había dicho el ángel de parte de Dios, «para Dios nada hay imposible». Y así llegó a casa de su prima Isabel provocando lo que todos los cristianos deberíamos provocar: «Saltó de gozo el niño que Isabel llevaba en su vientre». E Isabel reconoció lo grande que se hace el ser humano cuando cree en lo que Dios dice: «Dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Cómo veis, María nos regala tres dones necesarios para vivir el único extremismo que nos está permitido a los cristianos: salir al mundo donde están los hombres; llevar a Dios en y con nuestra vida que une a todos y hace sentir el gozo de la confortadora alegría de la Buena Noticia, y vivir sintiendo la dicha de fiarnos de Dios, el don de la fe, de la confianza en Él por encima de todas las cosas.
El Papa Francisco nos propone a los cristianos el modo de vivir y de hacer de nuestra Madre María. Como la Sagrada Familia que marchó a Egipto, cuando intentaban hacer desaparecer a Dios de este mundo, el Papa con este viaje nos hizo ver realidades que no podemos olvidar. La misión de los cristianos es llevar a todos los hombres la Paz, que para nosotros tiene rostro: Jesucristo.
Es necesario recobrar la unidad de los cristianos para ser creíbles en este mundo, tal y como fue el deseo de Cristo, y establecer relaciones con todas las religiones promoviendo la paz que es de Dios y la quiere para todos los hombres. El lema del viaje es bien significativo y orientador para todos los cristianos, estemos donde estemos: El Papa de paz en el Egipto de paz. Ya en el logo se ve el Nilo, símbolo de la vida, junto a las pirámides y la esfinge que evocan la historia de esta nación; por otra parte, se contemplan la cruz y la media luna, que representan la coexistencia entre las distintas religiones del pueblo egipcio, y la paloma símbolo de la paz, con la imagen del Papa Francisco. Tres pasiones han movido al Papa y nos invita a que sean las nuestras también:
1. La pasión de Cristo, amar a pesar de todo. El Papa Francisco nos lo ha dicho con una expresión clara y fuerte: «El único extremismo permitido es la caridad». Y hay que entenderlo como nos dice el apóstol san Pablo en el himno a la caridad: a) que es paciente y no se deja llevar por impulsos, reconoce que el otro tiene derecho a vivir, que no es un estorbo, es un don y me invita a vivir en permanente compasión; b) que es servicial, es decir, amar es hacer siempre el bien, donde se experimenta la felicidad de dar; c) que no tienen envidia, no hay malestar por el bien del otro, al contrario, valora los logros y el derecho a la felicidad del otro; d) no hace alarde y no es arrogante, nunca aparece como superior a los demás, no se agranda, no pierde el sentido de la realidad, ni se cree más grande, no a la lógica del dominio de unos sobre otros; e) que no obra con dureza, pues detesta ver sufrir a los demás, quiere llevar hasta el límite las exigencias del amor, no se detiene en los límites del otro; f) que no busca su propio interés, ni se irrita, es decir, nunca lo suyo, sí lo del otro, acaricia y nunca termina el día sin hacer las paces; g) no lleva cuentas del mal, excusa siempre y perdona siempre, se alegra y goza con la verdad, disculpa todo, ve lo bueno siempre, confía y se fía siempre como Dios mismo se fía de nosotros, nunca desespera pues sabe que el otro puede cambiar; lo soporta todo, es decir, amor a pesar de todo.
2. La pasión de Cristo, llamar por el nombre a las cosas. No predicamos una doctrina, hablamos de una persona; no damos unas verdades abstractas, sino que deseamos comunicar el Misterio vivo de Dios. Como nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, «Jesús hizo y enseñó». Con estos dos verbos se nos muestra la misión de Jesús, que ha de ser la de la Iglesia. «Hizo»; a Jesús le preguntan: «¿Qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?». «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo», responde y nos narra la parábola de buen samaritano. «Enseñó»: «todos los días me sentaba en el templo a enseñar», «les enseñaba como quien tiene autoridad»... Una imagen majestuosa, familiar, impresionante, tranquilizadora, llena de vida, escuchada hasta por los enemigos, pues había coherencia y fuerza persuasiva.
3. La pasión de Cristo, por afirmar que Dios y la religión no son un problema. Nunca la violencia puede estar asociada al nombre de Dios, a Él hay que asociar la defensa de la dignidad de la persona humana, la manifestación con obras y palabras de los derechos que tiene. En ese sentido, cuando el poder político privatiza la religión, en el fondo y en la forma conculca los derechos humanos, que hacen de la humanidad una familia de hombres y mujeres libres. En el cristianismo la laicidad es principio evangélico -«Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César»- y promueve el respeto a la dignidad de la persona, es provocadora de la paz social y es autentificadora de la legitimidad política.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid