miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Cuánto resiste nuestra fe?

Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.

Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha?

Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción de Cristo.

¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: “que se cumpla lo que deseas”.
P. Clemente González  Fuente: Catholic.net

Y nosotros, ¿somos como la mujer cananea? o ¿cuando la vida se nos hace dura nustra fe se ve afectada?.
Debemos tener confianza en el Señor, tanto en los momentos alegres y felices como en los duros. Sabemos que Jesús está siempre a nuestro lado, es el camino para llegar al Padre, es nuestro amigo que nos conforta en los momentos difíciles. Y sabemos que Dios siempre quiere lo mejor para nosotros, pero debemos pedírselo con confianza, debemos orar, sabiendo que el Padre sabe todas nuestras necesidades antes de que se las pidamos. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

Señor, ayúdanos a mantener siempre nuestra fe y que tengamos siempre muy presente el salmo:
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
MEMM