De
eso no hay ninguna duda.
En
el Evangelio de Mateo, Capítulo 24, Jesús predice la destrucción del templo de
Jerusalén en el año 70 d. C. y también profetiza sobre el fin del mundo. Los
expertos difieren sobre a qué acontecimiento se refiere en diferentes puntos
del texto.
Pero
dejando a un margen los detalles, en Mateo 24 Jesús habla de lo que sucede en tiempos agitados y cómo
deberían responder los cristianos.
Hace
poco, uno de los versículos de este capítulo se me quedó clavado en la mente.
Jesús
dice: “Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”
(24:12).
En
otras palabras, los momentos
difíciles pueden hacer que se enfríe la llama de la caridad en nuestros
corazones,
Jesús
continúa: “Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (24:13).
¿El
que persevere en qué?
En
el amor.
El que persevere en el amor será salvado.
Dios
nos pide, incluso cuando vivimos tiempos de desacuerdo, difíciles y revueltos,
que perseveremos en el amor.
Es
obra del diablo que la palabra “amor” suene tan “cursi” hoy en día. Cuando la
gente escucha una exhortación en favor del amor a menudo responden enojados
insistiendo en la necesidad de ser sensatos.
Necesitamos
protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Tenemos que luchar
contra el mal y proclamar la verdad desde las azoteas.
Cierto.
Pero
entonces, ¿de qué forma saber cómo es el auténtico amor?
El
amor real, el amor ágape, es como
Jesús.
Jesús
no era un “cursi”. Él hablaba con la verdad por delante. Ponía a todo el mundo
incómodo. Pero también compartía la comida con los pecadores y les invitaba a
seguirle. Interactuó y debatió con los escribas y los fariseos, hasta su amargo
final.
No se rindió y se marchó, tampoco les arrojó
piedras desde lejos. Jesús se acercó a sus enemigos. Nunca se daba por vencido,
sin importar la vehemencia o la intensidad con la que discrepara del punto de
vista de otra persona.
Jesús
se mezcló con sus “enemigos”. Permitió que Judas siguiera en su círculo más
cercano hasta el último momento de su traición.
Lo
hizo, presuntamente, porque es lo que haría un cristiano de verdad, pero
también porque quería demostrarnos que nuestro amor
debería extenderse a los demás hasta que no haya vuelta atrás, hasta el último
momento.
Jesús
fue el ejemplo de cómo responder ante las difíciles circunstancias derivadas de
su llamamiento al amor a
nuestros enemigos.
Lo
hizo para mostrarnos que nuestro amor, enraizado al amor de Cristo, puede tener
un papel fundamental a la hora de convertir a los enemigos en amigos de Dios.
Y
luego también hay otra razón por la que Jesús nos dice que amemos a nuestros
enemigos…
Jesús
nos dice que amemos a nuestros enemigos porque sabe que la respuesta natural
del ser humano ante la maldad y los tiempos difíciles es que nuestro amor se
enfríe. Y cuanto más
se enfría nuestro amor, más cerca estamos del infierno, tanto más alejados del
amor de Dios.
Cuando
nuestro amor se enfría en la presencia de la maldad, nos convertimos en el mismo mal que despreciamos, el
mismo mal que Dios detesta.
Pero
Dios no quiere que nos convirtamos en el mal que Él aborrece, incluso si esto
sucede en el mismo proceso de lucha contra el mal. Jesús quiere que seamos como él.
Así
que avivemos las llamas de nuestro amor cristiano
haciendo exactamente lo contrario a lo que nos dice nuestro instinto humano:
amar a nuestros enemigos.
Amemos
a nuestros enemigos en vez de permitir que se enfríe nuestro amor.
Aleteia