lunes, 22 de abril de 2013

Dios cura todas tus enfermedades por San Agustín

Dios cura todas tus enfermedades. No temas, todas tus enfermedades están curadas. Dirás que son muy grandes, pero el Médico es aún más grande. Para un Médico todopoderoso no existe enfermedad incurable. Déjate, simplemente, cuidar, no rechaces su mano; él sabe lo que tiene que hacer. No te alegres tan sólo cuando actúa con dulzura, sino también cuando corta. Acepta el dolor del remedio pensando en la salud que te va a devolver.


Ved, hermanos, todo lo que los hombres soportan en sus enfermedades físicas y sólo para alargar su vida unos días. Tú, por lo menos, no sufras por un resultado dudoso: el que te ha prometido la salud no se puede equivocar. ¿Por que los médicos, a veces, se equivocan?. Porque no han creado el cuerpo que intentan curar. Pero Dios ha hecho tu cuerpo, Dios ha hecho tu alma. Sabe como ha de recrear lo que ha creado, sabe como reformar lo que ha formado. No tienes más que  abandonarte en sus manos de médico. Soporta, pues ,sus manos, oh alma, que le bendices y no olvidas sus beneficios: el cura todas tus enfermedades.

Aquel que te ha hecho para no estar nunca enfermo si has querido guardar siempre sus preceptos, ¿no te curará?. Aquel que ha hecho los ángeles y que, recreándote, te hará ser igual que ellos, ¿no te curará?. Aquel que ha hecho el cielo y la tierra, después de haberte hecho a su imagen, ¿no te curará?. Te curará, pero es necesario que tú consientas en ser curado. Él cura perfectamente a todo enfermo, pero no lo hace si el enfermo no se deja curar.

Tu salud es Cristo.

Enamorarse de Dios


¿Si podemos enamorarnos de personas y de cosas, si nuestro corazón queda prendado de una puesta de sol o de un paisaje tropical, por qué no nos vamos a poder enamorar de Dios? Dichosos aquellos que se enamoran radicalmente de Dios, porque su vida será una fuente inagotable de paz, de alegría y de felicidad. 

El amor a Dios es un mandato para todos los creyentes. No es especialidad o exclusividad de una cultura, época, edad o estado. Lo que importa es el amor, no la manera de expresar ese amor. 

Se puede amar en el silencio de una noche y en medio del bullicio del día. No dejamos de amar a los nuestros cuando trabajamos o cuando estamos de brazos cruzados, cuando sonreímos o cuando lloramos. Lo que importa es amar. 

Siempre que amamos a Dios lo debemos demostrar con la vida amando al hermano. Y al hermano también se le puede demostrar el amor de mil maneras. La mamá ama a su hijo cuando lo mece, cuando lo corrige o cuando lo lleva al médico.


 
El cristianismo se puede vivir de varias formas. Lo importante no es el modo que se elige, la vocación o profesión. Lo importante es ser y vivir lo que se cree, pues cualquier trabajo se pude hacer a la perfección o rayando la mediocridad. Y si uno es mediocre, no es por la profesión o vocación que se ejerce, sino por la talla de la propia persona.

Podemos sonreír a todo y en todo. Un poco de alegría vale más que todo el oro del mundo. Son innumerables los beneficios que acarrea una simple sonrisa: ahuyenta la tristeza, la melancolía, la depresión... La sonrisa rejuvenece, sana las heridas del pasado, abre horizontes al futuro y pone alas en el alma. La sonrisa es la mejor medicina para el cuerpo y para el alma. La alegría más auténtica nace del corazón. 

Consciente san Pablo de la importancia de la alegría, repetía machaconamente a los cristianos que siempre estuvieran alegres. No nos debe extrañar, pues, el consejo de la Madre Teresa a los matrimonios: "Sonrían". Quizá debamos repetir con Neruda: "Quítame el pan, si quieres, quítame el aire, pero no me quites tu sonrisa porque moriría".
P. Eusebio Gómez
 

El buen pastor

Volvamos al Evangelio, y a la palabra del pastor.

 "El buen pastor da su vida por la ovejas". Jesús insiste en esta característica esencial del verdadero pastor que es él mismo: "dar la propia vida". Lo repite tres veces, y al final concluye diciendo: "Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. 

Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre". Este es claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió. 

La figura bíblica del rey-pastor, que comprende principalmente la tarea de regir el pueblo de Dios, de mantenerlo unido y guiarlo, toda esta función real se realiza plenamente en Jesucristo en la dimensión sacrificial, en el ofrecimiento de la vida. 

En una palabra, se realiza en el misterio de la cruz, esto es, en el acto supremo de humildad y de amor oblativo. Dice el abad Teodoro Studita: "Por medio de la cruz nosotros, ovejas de Cristo, hemos sido reunidos en un único redil y destinados a las eternas moradas." 
(Benedicto XVI, 29 de abril de 2012)

Sí, Jesucristo es nuestro buen Pastor. Él ha dado su vida y su sangre por nosotros, para redimirnos de nuestros pecados, para darnos vida eterna. Hemos sido comprados al precio de la sangre de Cristo -como nos dice san Pedro en su primera epístola (I Pe 1, 18-19). Por eso, sus ovejas "no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de su mano".

Pero, para ello, también nosotros tenemos que esforzarnos por ser ovejas buenas de este buen Pastor. Dejémonos, pues, apacentar y conquistar por Él siendo dóciles en el cumplimiento amoroso de su santísima voluntad sobre nosotros. Seamos buenas ovejas por nuestra fe y amor a Él, por la obediencia, la vida de gracia y la fidelidad sincera a sus mandamientos.