sábado, 15 de octubre de 2016

¡Que no falten en la sociedad su sonrisa y el hermoso brillo de sus ojos! El Papa a la Asociación Nacional de Trabajadores Ancianos

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Estoy feliz de vivir junto a ustedes esta jornada de reflexión y de oración, insertada en el contexto del Día de los Abuelos. Los saludo a todos con afecto, a partir de los presidentes de las Asociaciones, a quienes agradezco por sus palabras. Expreso mi aprecio a cuantos han afrontado dificultades y penurias con el fin de no perderse esta cita; y al mismo tiempo estoy cerca de todas las personas mayores, solas o enfermas, que no pudieron moverse de casa, pero que están espiritualmente unidas a nosotros.
La Iglesia mira a las personas ancianas con afecto, gratitud y gran estima. Ellas son una parte esencial de la comunidad cristiana y de la sociedad. No sé si han escuchado bien: los ancianos son parte esencial de la comunidad cristiana y de la sociedad. En particular, representan las raíces y la memoria de un pueblo. Ustedes son una presencia importante, porque su experiencia es un tesoro precioso, indispensable para mirar hacia el futuro con esperanza y responsabilidad. Su madurez y sabiduría, acumulada a lo largo de los años, pueden ayudar a los más jóvenes, sosteniéndolos en el camino del crecimiento y de la apertura al futuro, en la búsqueda de su camino. Los ancianos, de hecho, testimonian que, incluso en las pruebas más difíciles, nunca hay que perder la confianza en Dios y en un futuro mejor. Ellos son como árboles que continúan dando frutos: incluso bajo el peso de los años, pueden dar su contribución original para una sociedad rica en valores y para la afirmación de la cultura de la vida.
No son pocos los ancianos que emplean generosamente su tiempo y los talentos que Dios les ha concedido  abriéndose a la ayuda y al sostén de los demás. Pienso en cuantos se ponen a disposición de las parroquias para un servicio realmente precioso: algunos se dedican al decoro de la casa del Señor, otros como catequistas, líderes de la liturgia, testigos de la caridad. ¿Y qué decir de su papel en el ámbito familiar? ¡Cuántos abuelos cuidan de los nietos, transmitiendo con sencillez a los más pequeños la experiencia de la vida, los valores espirituales y culturales de una comunidad y de un pueblo! En los países que han sufrido una severa persecución religiosa, fueron los abuelos quienes transmitieron la fe a las nuevas generaciones, conduciendo a los niños recibir el bautismo en un contexto de sufrida clandestinidad.
En un mundo como el actual, donde a menudo son mitificadas la fuerza y la apariencia, ustedes tienen la misión de dar testimonio de los valores que realmente importan y que permanecen para siempre, porque están grabados en el corazón de cada ser humano y garantizados por la Palabra de Dios. Precisamente en cuanto personas de la llamada tercera edad, ustedes, o más bien nosotros, - porque yo también soy parte - estamos llamados a trabajar para el desarrollo de la cultura de la vida, dando testimonio de que cada etapa de la existencia es un don de Dios y tiene una  belleza e importancia propias, aunque esté marcada por la fragilidad.
De frente a tantos ancianos que, en los límites de sus posibilidades, continúan sirviendo a su prójimo, hay muchas personas que conviven con la enfermedad, con dificultades motoras, y que necesitan asistencia. Hoy doy gracias a Dios por las muchas personas y estructuras que se dedican a un cotidiano servicio a los mayores, para favorecer contextos humanos adecuados, en los cuales todos puedan vivir dignamente esta importante etapa de la propia vida. Las instituciones que albergan a los ancianos son llamadas a ser lugares de humanidad y de atención amorosa, donde las personas más débiles no sean olvidadas o descuidadas, sino visitadas, recordadas y custodiadas como hermanos y hermanas mayores. Se expresa así el reconocimiento aquellos que han dado tanto a la comunidad y que están en raíz.
Las instituciones y las diferentes realidades sociales todavía pueden hacer mucho para ayudar a los ancianos a expresar al máximo sus capacidades, para facilitar su participación activa, sobre todo para asegurar que su dignidad de personas sea siempre respetada y valorizada. Para ello se debe contrarrestar la cultura nociva del descarte – contrastar esta cultura nociva del descarte – que margina a los ancianos considerándolos improductivos. Los responsables públicos, las realidades culturales, educativas y religiosas, así como todas las personas de buena voluntad, están llamados a comprometerse con la construcción de una sociedad cada vez más acogedora e inclusiva.
Y esto del descarte es feo. Una de mis abuelas me contaba esta historia: en una familia, el abuelo vivía con ellos, era viudo, pero comenzó a enfermarse, enfermarse… Y en la mesa no comía bien y se le caía un poco de la comida. Y un día, el papá decidió que el abuelo no comiera más en la mesa con ellos, que comiera en la cocina y realizó una pequeña mesa para el abuelo. Así, la familia comía sin el abuelo. Algunos días después cuando volvió a casa del trabajo encontró a uno de sus hijos chiquitos jugando con la madera, los clavos, los martillos… “¿Pero qué estás haciendo?”, le preguntó. El niño le respondió: “Estoy construyendo una mesa”. “¿Para qué?” “Para ti. Para que cuando te hagas viejo, puedas comer aquí”. Los niños naturalmente son muy apegados a los abuelos y comprenden cosas que solamente los abuelos pueden explicar con su vida, con su actitud. Y esta cultura del descarte “eres viejo, ve afuera…” Tú eres viejo: ¡pero tienes tantas cosas para decirnos, para contarnos, de historia, de cultura, de la vida, de los valores! No dejemos que esta cultura del descarte siga adelante. Que haya siempre una cultura de inclusión.
También es importante favorecer los lazos entre generaciones. El futuro de un pueblo requiere el encuentro entre jóvenes y ancianos: los jóvenes son la vitalidad de un pueblo en camino y los ancianos refuerzan esta vitalidad con la memoria y la sabiduría.
Y hablen con sus nietos: hablen. Dejen que ellos les hagan preguntas. Son de una peculiaridad diversa de la nuestra, hacen otras cosas, les gusta otra música, pero tiene necesidad de los ancianos, de este hablar continuo. Y para dar la sabiduría. Me hace tanto bien leer cuando José y María llevaron al niño Jesús – tenía 40 días el nene – al templo. Y allí encontraron a dos abuelos. Estos abuelos eran la sabiduría del pueblo, y alababan a Dios para que esta sabiduría pudiera seguir adelante con este niño. Son los abuelos los que reciben a Jesús en el Templo, no el sacerdote: esto viene después. Los abuelos. Y lean esto, en el Evangelio de Lucas, ¡es hermoso!
Queridos abuelos y abuelas, gracias por el ejemplo que ofrecen de amor, dedicación y sabiduría. ¡Sigan dando con coraje testimonio de estos valores! ¡Que no falten en la sociedad su sonrisa y el hermoso brillo de sus ojos! ¡Que la sociedad pueda verlos! Yo los acompaño con mis oraciones, y ustedes tampoco se olviden de rezar por mí. Y ahora, sobre ustedes y en sus intenciones y proyectos de bien, invoco la bendición del Señor.
Ahora recemos a la abuela de Jesús, a Santa Ana: lo hagamos en silencio, un segundito. Cada uno pida a Santa Ana que nos enseñe a ser buenos y sabios abuelos.
(Traducción del italiano: Griselda Mutual, MCM - RV)

(from Vatican Radio)

15 de octubre: santa Teresa de Jesús


Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del siglo XVI que ostenta el título de Doctora de la Iglesia. En su autobiografía, empieza diciendo, «yo, mujer boba y sin letras», que es una confesión de humildad pero también la constatación de que, aunque considerada ahora como una gran maestra en teología mística, no se había dedicado al estudio (no tenía títulos). El Evangelio hace referencia a cómo Dios no revela sus misterios a los sabios de este mundo sino a los sencillos de corazón. Y el conocimiento del amor de Dios es lo que, verdaderamente nos hace sabios.
Cuando varios siglos más tarde Edith Stein, leyó el Libro de la vida de Santa Teresa, confesó al acabarlo: «aquí está la verdad». Parece que empezó sólo anochecer y no pudo dejar su lectura hasta la mañana siguiente. Entonces Edith era atea y, conocer a Santa Teresa supuso un encuentro decisivo para pedir su incorporación a la Iglesia. Ahora la veneramos como Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
La experiencia de Edith señala uno de los motivos por los que celebramos la memoria de los santos: en la vida de ellos se nos refleja el evangelio vivo. Un santo no es un héroe, ni siquiera una persona que ha realizado una gran obra a los ojos del mundo, aunque santa Teresa realizó una auténtica proeza reformando el Carmelo y fundando monasterios (diecisiete) por toda España. Un santo es alguien en quien la vida de Jesucristo se transparenta. Todo él está movido por esa misma vida que se le ha comunicado por la gracia.
En el salmo de hoy rezamos: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor». Imagino que han seleccionado este porque era una frase que le gustaba mucho repetir a Santa Teresa. También expresa en qué consiste la vida de un santo: cantar, con la vida, con las palabras, con todo el ser, la misericordia que Dios ha tenido con él. Somos amados por Dios y, en la medida en que no ocultamos ese amor sino que permitimos que se manifieste, nuestra vida se torna más radiante. Estamos más alegres y somos signo de esperanza para los demás.
Santa Teresa no realizó una reforma según la lógica de este mundo. En su época algunos conventos estaban muy lejos del ideal que había movido a fundarlos. Ella propuso una austeridad que resultaba dura y, sin embargo, no le faltaron seguidoras. También ella promovió junto a san Juan de la Cruz, la reforma de la rama masculina de la orden. Si tuvo éxito (aunque vivió intensas tribulaciones y no le faltaron detractores) fue porque irradiaba el amor y la santidad de Dios que, en ella, iba unida a una grandísima alegría. Pero no la encontraba en la molicie ni en las comodidades sino en Jesucristo al que contemplaba en su humanidad. Dios se hizo hombre para salvarnos y, a través de su humanidad accedemos a Dios. De la misma manera, a través de la humanidad transfigurada de los santos, nosotros seguimos acercándonos al Señor.
Archimadrid.org

Comentario del Evangelio según san Mateo (11,25-30), por Benedicto XVI





“Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en el Evangelio el Señor Jesús nos repite unas palabras que conocemos muy bien, pero que siempre nos conmueven: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36). Esa mirada de Jesús parece extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. 

También hoy se posa sobre tanta gente oprimida por condiciones de vida difíciles y también desprovista de válidos puntos de referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas se encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y también en los países más ricos son numerosos los hombres y las mujeres insatisfechos, incluso enfermos de depresión. Pensemos en los innumerables desplazados y refugiados, en cuantos emigran arriesgando su propia vida. 

La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, más aún, sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: «Venid a mí todos…».

Jesús promete que dará a todos «descanso», pero pone una condición: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». 

¿En qué consiste este «yugo», que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El «yugo» de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13, 34; 15, 12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad —sea las materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar— es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. 

Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda costa. También por respeto al medio ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable «mansedumbre». 
Pero sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, es la que puede asegurar un futuro digno del hombre”.
(Benedicto XVI, Ángelus del 3-7-2011)

VENID A MI TODOS LOS QUE ESTÁIS CANSADOS Y AGOBIADOS, Y YO OS ALIVIARÉ




Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. 

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra del Señor