lunes, 3 de julio de 2017

«Hay miedo a reconocer a los mártires del comunismo»


El periodista Jonathan Luxmoore ha empleado los últimos años en la recopilación y redacción de un voluminoso libro –en total son más de 1.000 páginas– que recoge los detalles de la persecución contra los cristianos bajo el comunismo en la Unión Soviética. El resultado, The God of the gulag (El Dios del gulag) compara su testimonio con el que dieron los primeros mártires del cristianismo bajo el Imperio romano.
¿Por qué se ha decidido a escribir este libro?
Estuve trabajando durante varios años en Polonia, como periodista especializado en información religiosa, y me di cuenta de que había una historia muy importante sobre los mártires bajo el comunismo. Y era necesario que alguien recordara sus historias para que no fueran olvidadas. Hay muchos libros sobre este tema en cada país, pero no existía un volumen que abarcara la persecución bajo todo el comunismo. Quería mostrar qué les pasó a los cristianos perseguidos en estos años, porque es una parte muy importante de la historia de la Iglesia.
¿Qué historia ha sido la que más le ha impactado?
Las vicisitudes por las que pasaron los cristianos –las persecuciones, sus historias de martirio– cambiaron mucho a lo largo de los años. En el periodo bolchevique de los primeros años del comunismo, los perseguidores simplemente iban a las iglesias y mataban a los que se encontraban allí. Durante las décadas siguientes, la persecución fue siendo cada vez más sofisticada.
A mí me ha impactado el martirio de uno de los primeros mártires de la persecución, el padre Konstantin Budkievich, que organizó la resistencia pacífica ante la campaña antirreligiosa de los bolcheviques, quienes al final lo dispararon mientras bajaba las escaleras de la cárcel de la Lubianka, la noche de la vigilia pascual de 1923. O el de Yanina Yandowska, una mujer ucraniana en silla de ruedas que fue disparada después de un breve juicio simplemente por organizar un pequeño grupo para rezar el rosario en su casa. O el más conocido de Jerzy Popieluszko, asesinado en 1984.
¿Se sabe cuántos cristianos murieron por su fe entre 1917 y 1989?
Es imposible saberlo, nadie tiene el número exacto, pero sí hay algunas aproximaciones. En el periodo de paz hay quien calcula que murieron cerca de 25 millones de personas en todo el territorio de la URSS y en los países del este. Sabemos que entre ellos murieron cerca de 110.000 sacerdotes ortodoxos en las dos primeras décadas. Y con respecto a los católicos, tenemos datos solo de Rusia: 421 sacerdotes y 962 laicos ejecutados. Si incluyes toda la URSS y los países del este, salen muchos miles más.
¿Se puede hablar de ecumenismo del martirio como hacía Juan Pablo II?
Por supuesto, los clérigos ortodoxos y los católicos fueron tratados con especial saña. Hay muchas historias del gulag y de las prisiones sobre sacerdotes de las diferentes confesiones yendo juntos al martirio, o bautizando a fieles de tradiciones distintas, o cooperando juntos de alguna manera. De todos modos, lo del ecumenismo del martirio es verdad, pero no siempre se cumplió, porque también ha habido grandes tensiones entre ortodoxos y católicos, sobre todo a cuenta de la supresión de la Iglesia grecocatólica en Ucrania.
¿En qué situación está el proceso de canonización de los mártires católicos?
El primer mártir del comunismo reconocido fue el obispo húngaro Vilmus Apor, beatificado por Juan Pablo II en 1997. Desde entonces, cerca de 80 mártires del comunismo han sido beatificados. Si lo comparas con los miles y miles de mártires de la persecución religiosa en España o de la Revolución francesa beatificados por la Iglesia, 80 no es ciertamente un gran número… Debería haber muchos más mártires reconocidos.
¿A qué cree que se debe esto? ¿Es por razones políticas?
No lo creo. Pienso que la explicación más convincente es que sacar adelante toda la documentación de un proceso es muy laborioso. Y además, creo que la Iglesia está un poco desconcertada, y con algo de miedo, ante las historias de martirio tan poderosas de todos estos fieles. En Rusia hay en la actualidad cerca de 16 procesos de beatificación de mártires católicos en marcha, mientras que los ortodoxos han beatificado ya a 2.000 mártires.
Entonces, ¿cree que en la Iglesia hay cierto miedo a reconocer estos martirios?
Creo que sí, al menos por parte de algunos católicos. Es algo chocante, pero percibo que en estos momentos reconocer la entrega de la vida de todos estos fieles no es una prioridad. Y es una pena… La Iglesia debería celebrar esta forma de dar testimonio de su fe. Si la Iglesia misma no lo hace, entonces nadie más lo va a hacer.
¿Qué nos pueden enseñar estos mártires a los cristianos de hoy?
Esa es una pregunta muy importante, porque no se puede dar un respuesta lírica. Podemos aprender de los mártires, de su fuerza; incluso aunque no seas religioso deberías poder respetarlos por su firmeza. Tenemos que reconocer que la vida de los cristianos de hoy es muy diferente de la que tenían los cristianos de entonces, pero el domingo, durante la beatificación del obispo lituano Teófilo Matulionis, el obispo de Vilnius decía que los cristianos de Europa tienen dificultades para ser cristianos; advertía también de que, en vez de una persecución abierta, existe hoy otra persecución mitigada, diaria, soterrada… Hoy todos los cristianos tienen el desafío de mostrar su fe en su ambiente, en las sociedades desarrolladas de Occidente, en España, en Inglaterra… En toda Europa.
¿Dónde estaba Dios cuando pasaba todo esto en los gulag?
Yo no soy un buen teólogo, y seguro que otros pueden contestar mejor. Solo puedo decir que hay muchos testimonios de prisioneros que afirmaban que Dios estaba con ellos, incluso en sus peores sufrimientos. Hubo otros que perdieron la fe, que no entendían el propósito de Dios con esta persecución. Otros se convirtieron en modernos lapsi o traditores–los que renegaban de su fe durante las persecuciones del Imperio romano–. También hay quien piensa que la persecución fue un regalo para la Iglesia, una especie de prueba para hacerla más fiel. Yo creo que Dios estaba allí, pero no conocemos del todo de qué manera. Aunque me parece interesante subrayar algo que me he encontrado durante mi investigación: muchos líderes comunistas que persiguieron a la Iglesia se convirtieron poco antes de morir. Fueron muchos. Quizá esta es una de las presencias más llamativas de Dios en el gulag.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Alfa y Omega

3 de julio: santo Tomás Apóstol


Sabemos poco de su vida con certeza. Escuetamente lo que dice de él el Evangelio, y precisamente el evangelista san Juan, el único que menciona algunas de sus intervenciones. No conocemos cosas sobre su origen, desconocemos su ascendencia, y ni siquiera tenemos noticias del momento de su vocación, salvo lo genérico que corresponde a todos. Su nombre aparece en las listas de los Apóstoles y siempre junto al evangelista y apóstol Mateo. Su mismo nombre es extraño al texto bíblico, incluido el del Antiguo Testamento. San Juan dice que se le apodaba «Dídimo» cuya traducción castellana sonaría «El Mellizo»; pero ni aun esto nos da pistas para adquirir más datos puesto que no consta de quién pudo ser gemelo, ya que en las Actas que llevan su nombre y en la Doctrina Apostolorum, donde sí aparece como mellizo de Judas, son escritos apócrifos que se han de rechazar por lo fantasioso y otras cosas.
Pertenece al campo de la leyenda, de la simple hipótesis y de la conjetura el que hubiera sido arquitecto, como lo dejó plasmado Rafael con la simbólica escuadra de su trabajo, o que procediera de familia humilde, como dicen otras fuentes. Ni siquiera consta el hecho de su martirio, sino por una tradición menor. Que se celebre su fiesta el día 3 de julio desde el siglo vi se debe a la fecha del traslado de sus restos a Edesa.
Cierto: es uno de los Doce, que aparece con carácter fuerte, decidido, valiente y animoso desde el primer momento en que el Evangelio (Jn 11, 1-6) habla de una intervención suya, proponiendo a los colegas acompañar a Jesús a Jerusalén cuando los ánimos están caídos por el ambiente adverso: «Vamos nosotros también a morir con Él».
Otra de sus intervenciones fue la misma noche de la Pascua, en el cenáculo. Hablaba Jesús con un lenguaje tan subido que la cabeza de Tomás no entiende lo que dice; está diciendo que se marcha, que no pueden ir ellos a donde él va, que la separación no va a ser definitiva, y que ellos ya conocen el camino. Esto llamó la atención de Tomás hasta el punto de interrumpir las palabras del Señor, pidiendo explicación a lo que escucha: «No sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Sus esperanzas de ocupar un buen puesto en el Reino se debieron de ver frustradas con la deserción miedosa a partir del acontecimiento de Getsemaní. Se decía a sí mismo que allí fue donde empezó el fracaso más fuerte de su vida. Años perdidos, ilusiones rotas y esperanzas en la papelera. Después vino lo irremediable: todo ese mundo atroz de sufrimientos físicos y morales por donde pasa el que se condena a muerte, aunque fuera inocente como su Maestro. Todo terminó con la cruz vergonzosa y en la tumba fría.  ¡Qué pena haber amado tanto, y que aquello tan radiante hubiera sido solo un hermoso sueño! Pero había más: a la frustración por Jesús muerto había que añadir un dato: él era su amigo, lo sabían todos, lo buscarían y terminaría mal, ¡buenos eran aquellos mandamás para dejar un cabo suelto! Era preciso aguantar la amargura, pero lejos. Sí, lo mejor era romper con el pasado y distanciarse de las amistades, desapareciendo.
Quizá por eso no estuvo presente cuando estaban diez el Domingo por la tarde y le vieron. Lo buscaron y se lo dijeron, pero no se fió. ¿Que está vivo Jesús? ¿El muerto? ¿Que lo ha visto la de Magdala? ¿Que los que marchaban a Emaús lo han descubierto? ¿Que todos menos yo lo habéis visto? ¿Que habéis hablado con Él? ¡Dejadme de cuentos! ¿Y dónde está en este momento, en qué casa, por qué calles anda, qué suelo pisa, por qué se esconde, qué hace ahora, por qué no lo acompañáis, de quién tiene miedo? Es un chorro de preguntas sin respuesta. A la pena y angustia se está uniendo el enfado y el despecho porque los ve alegres y él no ha echado la pena del cuerpo. Ni entiende ni goza; los comentarios son sin sentido, propios de locos o de fulleros. Adopta una actitud terca y desconfiadísima. ¡Pruebas! ¡Mis dedos en sus llagas y mi mano en la del pecho!
«Señor mío y Dios mío», dijo a los ocho días el alma de Tomás, cuando Jesús se puso en medio, sin que nadie abriera las puertas bien cerradas como consecuencia del miedo. Fue una confesión de fe en la divinidad de Jesucristo, que sabía hasta lo de los dedos y las manos. No hizo falta tocarlo, y hasta bendijo Él a los que creyeran sin ver. Lección aprendida. Es la fe que Dios da, para cuya aceptación no hay que pedir pruebas. El incrédulo ha llegado más lejos formulándola.
Lo demás es leyenda de lo posible; lo describen haciendo apostolado o siendo testigo por tierras de la gentilidad. Concuerdan las tradiciones –imposibles de comprobar– en señalar sus pasos hacia el Oriente, pero no se ponen de acuerdo para asentarlo en Irak, Irán, Beluchistán, India, Persia, Pakistán o el Tíbet. ¡Qué más da! Su alma noble y enamorada fue diciendo con la mayor de las elocuencias –la humildad– que Jesús es el camino, que murió, que está vivo y que salva a quien se deja salvar.
Archimadrid.org

¡Señor mío y Dios mío!


Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 24-29
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Palabra del Señor.

La doblez no es cristiana: estamos con el Espíritu de Jesús, o con el espíritu del mundo. El Papa en el Ángelus




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10,37 a 42), con el que Jesús instruye a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más este discípulo es "transparente" a su presencia. Van juntos, ambos. 

«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí...» (v. 37). El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el Maestro. Cualquier discípulo, sea un laico, una laica, un sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Tal vez la primera pregunta que debemos hacer a un cristiano es: ¿Tú te encuentras con Jesús? ¿Le rezas a Jesús? La relación. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán una sola carne. (cf. Gn 2,24).

Quien se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en un representante suyo, un "embajador", sobre todo con la forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los discípulos en misión, les dice: "El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió." (Mt 10,40). Es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente "el Señor", es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus limitaciones e incluso sus errores - siempre que tenga la humildad de reconocerlos -; lo importante es que no tenga el corazón doble: esto es peligroso. "Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy obispo, pero tengo el corazón doble". No, esto no va. No tiene que tener corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es cristiana, por eso Jesús le reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el Espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo. 

Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella, una cosa muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente aquel  "vaso de agua fresca" (v 42), del cual habla el Señor en el Evangelio de hoy, dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote. Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones. Cuanto más un sacerdote sea cercano al pueblo de Dios, más se sentirá cercano a Jesús, y cuanto más esté cercano a Jesús, tanto más se sentirá cercano al pueblo de Dios. 

La Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros libres y gozosos del Evangelio.
(Griselda Mutual - Radio Vaticano)

Nuevo apremiante llamamiento del Papa por la paz en Venezuela




Queridos hermanos y hermanas,

El 5 de julio se celebrará la fiesta de la Independencia de Venezuela. Aseguro mi oración por esta querida nación y expreso mi cercanía a las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones. Hago un llamamiento para que se ponga fin a la violencia y se encuentre una solución pacífica y democrática a la crisis. ¡Qué Nuestra Señora de Coromoto interceda por Venezuela! Y todos nosotros rezamos a Nuestra Señora de Coromoto por Venezuela (rezo).

Dirijo mi saludo a todos vosotros, ¡romanos y peregrinos!

Saludo en especial a los fieles irlandeses de Belfast, y a los jóvenes de Schattdorf (Suecia) que han recibido recientemente el sacramento de la Confirmación.

Saludo a varios grupos parroquiales y a las asociaciones, así como a los participantes de la moto-peregrinación desde Cardito (Napoles).

A todos les deseo un ben domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

(Traducción del italiano: Mireia Bonilla)