miércoles, 21 de mayo de 2014

«YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS»

Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan.
El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó cuán grandes bienes se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él)... Nosotros... así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él. [...]
Esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su morada en nuestro interior.
De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.
De News VA

Recibamos con corazón de niños al Espíritu Santo, que nos regala la paz que nadie puede arrebatarnos. Papa Francisco.

La paz de Jesús, no la de este mundo que se afianza en las cosas materiales, dinero y poder, hizo hincapié el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta, este martes. Con el Evangelio de Juan y las palabras de Jesús antes de la Pasión, anunciando a sus discípulos: ‘les doy mi paz’, el Santo Padre, puso de relieve que es una paz completamente distinta de la paz que da el mundo:
 

«Por ejemplo, nos ofrece la paz de las riquezas: ‘pero, yo estoy en paz porque tengo todo arreglado para vivir, para toda mi vida, no tengo que preocuparme...’ Ésta es una paz que da el mundo. No te preocupas, no tendrás problemas porque tienes tanto dinero... La paz de la riqueza. Y Jesús nos dice que no nos fiemos de esta paz, porque con gran realismo nos dice: ‘¡Miren que hay ladrones... Los ladrones pueden robarte tus riquezas!’ La paz que da el dinero no es una paz definitiva. Piensen también en que el metal se oxida ¿no? ¿Qué quiere decir? ¡Que ante una caída de la Bolsa todo tu dinero se irá! ¡No es una paz segura: es una paz superficial, temporal!»
 

La paz mundana abarca características que nos muestran que no es definitiva. La del poder, que no funciona, que por ejemplo termina con un golpe de estado. La de Herodes, que acaba cuando los Magos le dicen que ha nacido el Rey de Israel. La de la vanidad, que se tambalea según me sienta apreciado o insultado. Sin embargo la paz que nos da Jesús es el Espíritu Santo:¡La paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo! El mismo día de su Resurrección, Él viene al Cenáculo y su saludo es: ‘La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo’. Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la paz ¡nadie! ¡Es una paz definitiva! ¿Cuál es nuestro trabajo? Custodiar esta paz ¡custodiarla! Es una paz grande, una paz que no es mía, es de otra Persona que me la regala, de otra Persona que está dentro de mi corazón y que me acompaña toda la vida. ¡Me la dio el Señor!»
 

Esta paz se recibe con el Bautismo y con la Confirmación, pero sobre todo se recibe como un niño recibe un regalo – sin condiciones, con el corazón abierto, enfatizó luego el Papa, poniendo de relieve que hay que custodiar al Espíritu Santo, sin enjaularlo, pidiéndole ayuda a este ‘gran regalo’ de Dios:
 

«Si ustedes tienen esta paz del Espíritu, si tienen al Espíritu dentro de ustedes y tienen conciencia de esto, que no se turbe el corazón de ustedes ¡Estén seguros! Pablo nos decía que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario pasar por tantas tribulaciones. Pero todos, todos nosotros, tenemos tantas ¡todos! Más pequeñas... más grandes... Pero que no se turbe el corazón de ustedes: y ésa es la paz de Jesús. La presencia del Espíritu hace que nuestro corazón esté en paz. ¡No anestesiado, no! Consciente, en paz: con esa paz que sólo da la presencia de Dios»

(CdM - RV)