«Una se siente trasladada en el tiempo en que nuestra Santa Madre Teresa, la fundadora del Carmelo reformado, atravesaba España de norte a sur y de este a oeste, plantando nuevas viñas para el Señor. Y querría trasplantar en nuestro tiempo algo del espíritu que invadía a esta gran mujer que, en un siglo de luchas y turbulencias, construyó un maravilloso edificio. Quiera ella enviarnos su bendición para que, al menos esta pequeña descripción sobre su vida y obras, reciba algunos rayos de su espíritu y los contagie en el corazón de los lectores; y que despierte el deseo de conocerla más cercanamente en las fuentes, en el rico tesoro de sus propios escritos; y quien aprenda a beber de estas fuentes, no se cansará de recoger allí de nuevo ánimo y fuerza».
(Edith Stein, Amor con amor. Vida y obra de Santa Teresa de Jesús ).
Hoy, 9 de agosto de 2015 celebramos la fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, carmelita descalza mártir que entregó su vida en el campo de concentración de Auschwitz, hace 73 años. Su vida y sus escritos constituyen el mejor legado de esta mujer judía que desde niña mostró una profunda sed de verdad, que la llevaría a descubrirla en su vida, en los acontecimientos, en el ser humano, en la naturaleza, en Dios.
Resulta indudable que Santa Teresa de Jesús provocó en Edith un fuerte deseo de centrar su vida en la auténtica Verdad. Sin embargo, este acontecimiento no se puede considerar un hecho aislado sino que vino precedido por la influencia de personas y acontecimientos que la llevaron a disponerse a ese encuentro con la persona de Jesucristo, en el seno de la Iglesia católica.
Una de estas personas que, durante sus años universitarios de Gotinga, ejerció influencia en su espíritu, fue el filósofo Max Scheler, del que Edith refiere en su Autobiografía :
«Tanto para mí como para otros muchos, la influencia de Scheler en aquellos años fue algo que rebasaba los límites del campo estricto de la filosofía. (…) Este fue mi primer contacto con este mundo hasta entonces para mí completamente desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de “fenómenos” ante los cuales ya nunca más podía pasar ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos sin prejuicios y despojarnos de toda “anteojera”. Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba, vivían en él. Tenían que ser, por lo menos, dignos de ser considerados en serio. Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cuestiones de la fe; estaba demasiado saturada de otras cosas para hacerlo. Me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entorno y –casi sin notarlo–, fui transformada poco a poco ».
Esta última afirmación de Edith podría dar la clave de su itinerario de conversión. Evoca rasgos de una personalidad abierta a lo diferente, resuelta a permanecer siempre en constante búsqueda y acogida de todo aquello que le pueda ir enriqueciendo y haciendo madurar, y constituye de alguna manera, su seña de identidad, como mujer reflexiva y ponderada que era.
“Recoger sin resistencia”, “dejarse transformar poco a poco” son actitudes interiores, que, a su vez, comportan decisiones que afectan la vida de la persona. La trayectoria espiritual de Edith viene jalonada por una serie de acontecimientos que hemos conocido en sus escritos y en los testimonios de personas que la trataron a lo largo de su fecunda vida.
En este sentido, resulta particularmente iluminador el testimonio de Paulina Reinach, hermana de Adolf Reinach, filósofo y profesor en la Universidad de Gotinga, al que Edith admiraba por su grandeza de espíritu y afabilidad en el trato, y que murió en el campo de batalla (1917).
Paulina refiere en los Procesos de Beatificación de Edith lo siguiente:
«En el verano de 1921, cuando la Sierva de Dios se iba a despedir de nosotras, mi cuñada (Ana Reinach) y yo le pedimos que escogiera un libro de nuestra biblioteca. Su elección recayó en una biografía de Santa Teresa de Ávila, escrita por ella misma. De este detalle, estoy absolutamente segura» (Cf. SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Canonisationis servae Dei Teresiae Benedictae a Cruce , Roma, 1983, p. 437).
Con toda probabilidad, este libro no lo pudo leer en la Universidad de Gotinga, así que seguramente se lo llevaría a Bergzabern, a casa de los Conrad-Martius, Theodor y Hedwig, matrimonio de filósofos, con los que Edith trabó profunda amistad. Podría ser, por tanto, que la lectura de la Vida de la Santa la efectuara en la casa de los amigos Martius, si bien Edith ya llevaba consigo el libro, regalo de Ana y Paulina Reinach.
Dado que Edith era una persona reflexiva, la lectura de la Vida de Teresa de Jesús, la rumiaría con sosiego en el tiempo de vacaciones que pasó junto a sus amigos, a quienes les regaló dicha obra, de la que Hedwig, hizo un asiento a mano en el libro: “Bergzabern, verano de 1921”. Es probable que más tarde, cuando Edith ya estaba en el Carmelo de Colonia, la señora Conrad-Martius, se lo volviera a regalar, pues el libro lleva el sello del convento. Y actualmente, se encuentra en la casa parroquial de Bergzabern.
Por tanto, se puede atisbar que la conversión de Edith no se produjo de manera espectacular ni inmediata, sino que fue a lo largo de un itinerario, en que la tierra fértil de un espíritu abierto como el suyo, iba asumiendo con profunda convicción, su paso a la Iglesia católica, de la mano de Teresa de Jesús. De hecho, su experiencia de conversión cabría situarla a finales de 1918 y no en el verano de 1921, con la lectura de la Vida de Santa Teresa. Edith no afirma que en el Libro de la Vida encontrase la verdad, sino que «puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe» ( Cómo llegué al Carmelo de Colonia)¹.
Y a quien fue uno de sus compañeros de estudios y con quien mantuvo una intensa correspondencia epistolar, el filósofo polaco Roman Ingarden, le escribe:
«Si realmente se toma usted en serio la búsqueda de la verdad en las cosas religiosas, es decir, la búsqueda de Dios, no de la prueba de la experiencia religiosa, entonces encontrará usted, sin lugar a dudas, un camino. Solo puedo aconsejarle lo que ya le escribí una vez: apoyarse en los escritos de los grandes santos y místicos, ahí tiene usted la mejor documentación: la Vida de santa Teresa, escrita por ella misma (no le recomendaría empezar con el Castillo interior, si bien esta es la principal obra mística), los escritos de san Juan de la Cruz» (Bergzabern, 1 de enero de 1928).
Hace referencia a una carta fechada un mes antes, en la que Edith le decía:
«Uno debe apoyarse en testimonios de homines religiosi . De esto no hay escasez. Según mi modo de entender, los más impresionantes son los místicos españoles Teresa de Jesús y Juan de la Cruz» (Espira, 20 de noviembre de 1927).
Concluyo con un texto que puede resultar iluminador, porque expresa la esencia de la vida de Edith Stein y Teresa de Jesús, dos mujeres profundamente libres que, en la medida que se dejaron alcanzar por el Espíritu, fueron capaces de vivir en plenitud su entrega a la humanidad:
«La autoentrega es la más libre obra de la libertad. Quien se entrega a la gracia tan enteramente despreocupado de sí mismo –de su libertad y de su individualidad- se fundirá en ella de ese mismo modo, siendo enteramente libre y enteramente él mismo. Sobre este trasfondo destaca claramente la imposibilidad de encontrar el camino mientras uno aún se mire a sí mismo» (Naturaleza, libertad y gracia).
Paqui Sellés, ocd Puzol
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