viernes, 11 de noviembre de 2016

El Papa en Sta. Marta: ‘Dios es incapaz de no amar’


El papa Francisco, ha recordado hoy en la homilía de Santa Marta que Dios solo puede amar, no condena y su amor es nuestra victoria. 
Citando las palabras de san Pablo en la primer lectura, “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”, “si Dios nos salva, ¿quién nos condenará?”, el Santo Padre ha indicado que parece “la fuerza de esta seguridad de vencedor”, este don, el cristiano “lo tiene en las propias manos, como una propiedad”. El Papa ha asegurado que los cristianos podrían decir casi triunfantes: “¡Ahora nosotros somos los campeones!”
Pero –ha advertido– el sentido es otro. Somos vencedores “no porque tenemos este don en la mano, sino por otra cosa”. De este modo, el Papa ha precisado que es otra cosa la que “nos hace vencer o al menos si queremos rechazar la victoria siempre podremos vencer”. Es el hecho de que nada “podrá separarnos del amor de Dios, que es Jesucristo nuestro Señor”, ha explicado.
Y ha añadido: “no es que seamos vencedores sobre nuestros enemigos, sobre el pecado. ¡No! Estamos muy unidos al amor de Dios, que ninguna persona, ningún poder, nos podrá separar de este amor”. Asimismo, el Santo Padre ha subrayado que Pablo vio en el don algo más, lo que da el don: “es el don de la recreación, es el don de la regeneración en Cristo Jesús. Ha visto el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar”.
Durante la homilía, el Pontífice ha subrayado que “cada hombre, cada mujer, puede rechazar el don”, preferir su vanidad, su orgullo y su pecado, pero “el don está”.
Por ello, ha asegurado que “el don es el amor de Dios, un Dios que no puede separarse de nosotros. Esa es la impotencia de Dios. Nosotros decimos: ‘Dios es poderoso, ¡puede hacer todo! Menos una cosa: ¡cansarse de nosotros!”
Igualmente ha indicado que en el Evangelio, esa imagen de Jesús que lloran en Jerusalén, nos hace entender este amor. “¡Jesús ha llorado! Lloró sobre Jerusalén y en ese llanto está toda la impotencia de Dios: su incapacidad de no amar, de nos cansarse de nosotros”, ha añadido.
Tal y como ha recordado, Jesús lloró sobre Jerusalén que mató a sus profetas, los que anunciaban la salvación. Y Dios dice a Jerusalén y a todos nosotros: “¡cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una gallina con sus polluelos bajos sus alas y vosotros no habéis querido!” Así, el Papa ha observado que esta es “una imagen de ternura”.
Dios no puede no amar y esta es nuestra seguridad, ha indicado. “Yo puedo rechazar ese amor, puedo rechazarlo como lo hizo el buen ladrón, hasta el final de su vida. Pero allí lo esperaba ese amor. El más malo, el más blasfemador es amado por Dios con una ternura de padre, de papá”, ha asegurado el Pontífice.
Finalmente, ha concluido asegurando que Dios el Poderoso, el Creador, puede hacer todo, incluso llorar. “En este llando de Jesús sobre Jerusalén, en esas lágrimas, está todo el amor de Dios. Dios llora por mí, cuando me alejo; Dios llora por cada uno de nosotros; Dios llora por esos malvados, que hacen muchas cosas feas, tanto mal a la humanidad… Espero, no condena, llora. ¿Por qué? Porque ama”.


10 de noviembre: san León Magno



San León Magno fue Papa y es doctor de la Iglesia. Luchó incansablemente en la promoción del primado de Roma. Enseñó que la liturgia cristiana no es el recuerdo de tiempos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Frenó la invasión de los hunos de Atila y evitó que Roma fuera quemada por los vándalos de Genserico
San León Magno nació en la Toscana a finales del siglo IV. En torno al año 430 fue nombrado diácono de la Iglesia de Roma, de la que llegó a ocupar un puesto importante. Diez años después de su nombramiento fue enviado a la Galia para poner paz en la región pero esta misión solo duró un año. El Papa Sixto III falleció y San León fue nombrado su sucesor.
San León fue nombrado Santo Padre el 29 de septiembre del año 440. Su pontificado duró más de 21 años y es recordado como uno de los más importantes de la historia de la Iglesia. Tuvo lugar en una época histórica sumamente difícil en la que predominaban las invasiones salvajes. Tuvo que hacer frente a las invasiones bárbaras, lo que no impidió que consiguiera aumentar la importancia y el prestigio de la Sede de Pedro. San León apoyó y promovió incansablemente el primado romano.
Hay dos episodios en la vida de san León que han contribuido a ensalzar su figura como hombre de paz y con gran autoridad moral y política. En el año 452, los hunos de Atila se acercaban a Roma arrasando todo a su paso. San León salió al encuentro del Atila y lo convenció para que no continuara su invasión, con la que ya había arrasado gran parte del norte de Italia. Atila accedió y así el Papa logró salvar el resto de Italia. Tres años después otra invasión acechaba de nuevo Roma. En esta ocasión san León, que salió para intentar convencer al invasor de que frenara su barbarie, no consiguió evitar que los vándalos de Genserico saquearan durante dos semanas la ciudad. Lo que sí evitó el Santo Padre es que la ciudad fuera incendiada y que fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que estaban refugiadas gran parte de la población.
Pero san León no sólo salvó a Roma de los bárbaros, también salvó a los católicos de la herejía de Eutiques, que negaba la verdadera naturaleza humana del Hijo de Dios. Esta herejía fue combatida en el Concilio de Calcedonia que afirmó la unión de las naturalezas humana y divina en una única Persona, sin confusión ni separación.
Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que estaba produciéndose de la Roma pagana a la cristiana -en un período de profunda crisis-, san León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y por la pobreza. Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupos maniqueos. Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y la limosna, sobre todo con motivo de las cuatro témporas, que marcan en el transcurso del año el cambio de las estaciones.
Una de las enseñanzas más importantes de san León Magno es que la liturgia cristiana no es el recuerdo de tiempos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno.
San León murió el 10 de noviembre del año 461. Entonces fue sepultado junto a la tumba de San Pedro. Sus reliquias se conservan todavía hoy en uno de los altares de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
En 1754 un sucesor, Benedicto XIV, le nombró doctor de la Iglesia. San León fue el primer pontífice del que se conserva la predicación que hacía al pueblo, y también es el primero en la lista de los sucesores de Pedro que se puso el nombre de León. Posteriormente otros doce pontífices más utilizaron el mismo nombre.
Benedicto XVI / José Calderero @jcalderero


COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (17,26-37)




En este último período del año litúrgico, «la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final».

San Pablo «muchas veces vuelve sobre esto y lo dice muy claramente: «La fachada de este mundo desaparecerá». Pero esto es otra cosa. Las lecturas hablan a menudo de destrucción, de final, de calamidad». 

El camino hacia el final es un sendero que debe recorrer cada uno de nosotros, cada hombre, toda la humanidad. Pero mientras lo recorremos «el Señor nos aconseja dos cosas. Dos cosas que son distintas según cómo vivimos. Porque es diferente vivir en el momento y vivir en el tiempo. El cristiano es, hombre o mujer, aquél que sabe vivir en el momento y sabe vivir en el tiempo».

El momento es lo que tenemos en la mano en el instante en el que vivimos. Pero no se debe confundir con el tiempo, porque el momento pasa. «Tal vez nosotros podemos sentirnos dueños del momento. Pero el engaño es creernos dueños del tiempo. El tiempo no es nuestro. El tiempo es de Dios». 

Ciertamente el momento está en nuestras manos y tenemos también la libertad de tomarlo como más nos guste. Es más, «podemos llegar a ser soberanos del momento. Pero del tiempo existe sólo un soberano: Jesucristo. Por ello el Señor nos aconseja: No os dejéis engañar. Muchos, en efecto, vendrán en mi nombre diciendo: Soy yo, y el tiempo está cerca. No vayáis detrás de ellos. No os dejéis engañar en la confusión».

¿Cómo es posible superar estos engaños? El cristiano, para vivir el momento sin dejarse engañar, debe orientarse con la oración y el discernimiento. «Jesús reprendía a los que no sabían discernir el momento». En la parábola de la higuera (cf. Marcos 13, 28-29), reprende a quienes son capaces de intuir la llegada del verano al ver florecer la higuera y no saben, en cambio, reconocer los signos de este «momento, parte del tiempo de Dios».

He aquí para qué sirve el discernimiento, «para conocer los signos auténticos, para conocer el camino que debemos seguir en este momento». La oración es necesaria para vivir bien este momento.

En cambio, en lo que respecta al tiempo, «del cual sólo el Señor es dueño», nosotros no podemos hacer nada. No existe, en efecto, una virtud humana que pueda servir para ejercitar algún poder sobre el tiempo. La única virtud posible para contemplar el tiempo «la debe regalar el Señor: es la esperanza».

Oración y discernimiento para el momento; esperanza para el tiempo: «de esta manera, el cristiano se mueve por este camino del momento, con la oración y el discernimiento. Pero deja el tiempo a la esperanza. El cristiano sabe esperar al Señor en cada momento; pero espera en el Señor al final de los tiempos. Hombre y mujer de momentos y de tiempo, de oración y discernimiento y de esperanza».

«Que el Señor nos dé la gracia de caminar con sabiduría. También ésta es un don: la sabiduría que en el momento nos conduce a orar y a discernir; y en el tiempo, que es mensajero de Dios, nos hace vivir con esperanza».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta, 26 noviembre 2013)

EL QUE PRETENDA GUARDARSE SU VIDA LA PERDERÁ




Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,26-37):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. 

Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. 

Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva. 

Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará. 

Les digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.»

Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?»

Él contestó: «Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.»

Palabra del Señor