En el día que
celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, el hombre moderno
podría preguntarse: ¿esperar que hoy se crea en este misterio no es una
pretensión excesiva? Pero planteado así, la pretensión excesiva sería pensar
que hasta ahora todos han sido unos crédulos y al fin llegamos nosotros que
aplicamos la racionalidad y la crítica.
Desde los
comienzos mismos de la Iglesia no ha sido fácil aceptar este misterio.
Ha necesitado de mucha reflexión y de los primeros concilios ecuménicos, que
abordaron esta cuestión, hasta llegar a la fórmula del Símbolo niceno-constantinopolitano,
en el siglo IV: «Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro, el cual fue concebido
por obra del Espíritu Santo, nació de María Virgen…».
Esta es la fe
de la Iglesia, de raíces claramente cristológicas, ya que fue Jesucristo quien
nos habló de Dios como su Padre y del Espíritu Santo que sería enviado. Y así
lo entendió Pedro cuando confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Si Dios no
fuese en sí un misterio no hubiéramos tenido necesidad de la autorrevelación en
el Hijo. Es Jesucristo quien nos revela que Dios es un Padre que nos ama y que
confirma su enseñanza sublime con numerosos milagros y con su propia
resurrección, sin la cual, en palabras de san Pablo, «vana sería
nuestra fe».
Volviendo a
la dificultad inicial que puede plantear el hombre moderno, algunas personas,
con buena intención pero con falta de doctrina, podrían pensar que no conviene
hablar hoy de la Santísima Trinidad, para así hacer la fe más aceptable. Con
ironía ya escribió Frossard: «El gran descubrimiento del apostolado moderno es
que, ahora, todo es mucho más fácil de creer, cuando no hay nada que creer».
Esta actitud
chocaría con la sagrada obligación de mantener las verdades de la fe
sin recortarlas según las modas de cada época. No son enseñanzas que
procedan de Platón, de Hegel o de Darwin, sino de Jesucristo, ya que sólo él
nos ha enseñado algo del pensamiento divino y de la esencia más verdadera de
Dios.
La
racionalidad, lejos de llevarnos a rechazar las enseñanzas de Cristo, nos lleva
a aceptarlas, con la actitud humilde, eso sí, de quien se sabe a sí mismo un
ser creado, no el orgulloso intelectual que merece ser el juez de la historia.
† Jaume Pujol
Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado