martes, 18 de febrero de 2014

Si conocieras como te amo

Cuando estamos tentados, sólo la Palabra de Dios nos salva, el Papa el martes en Santa Marta

Resistir a la seducción de las tentaciones es posible solamente “cuando se escucha la Palabra de Jesús”. Lo afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa presidida esta mañana en la Casa de Santa Marta. No obstante nuestras debilidades, repitió el Papa, Cristo nos da siempre “confianza” y nos abre un horizonte más amplio de nuestros límites.

La tentación se manifiesta como una atracción inocua y termina por transformarse en una jaula, de la que a menudo más que buscar evitarla se intenta minimizar su esclavitud, sordos a la Palabra de Dios. En su homilía, el Papa reafirmó una verdad y una secuencia descritas por Santiago en un pasaje de su Epístola, propuesta por la liturgia. La verdad es que jamás es Dios quien tienta al hombre, sino sus pasiones. La secuencia es aquella producida por las mismas pasiones las cuales, dice el Apóstol, “conciben y generan el pecado. Y el pecado, una vez cometido, produce la muerte”:

“La tentación, ¿de dónde viene? ¿Cómo actúa dentro de nosotros? El apóstol nos dice que no viene de Dios, sino de nuestras pasiones, de nuestras debilidades interiores, de las heridas que ha dejado en nosotros el pecado original: las tentaciones vienen de allí, de estas pasiones. Es curioso, la tentación tiene tres características: crece, contagia y se justifica. Crece: comienza como si nada, y crece… El mismo Jesús decía esto, cuando habló de la parábola del grano y de la cizaña: el grano crecía, pero también la cizaña sembrada por el enemigo. Y la tentación crece: crece, crece… Y si uno no la detiene, ocupa todo”.
Además, continuó el Pontífice, la tentación “busca otro para hacerse compañía, contagia” y “en este crecer y contagiar, la tentación nos encierra en un ambiente de donde no se puede salir con facilidad”. Es la experiencia de los Apóstoles narrada en el Evangelio del día, que ve a los Doce culparse unos a otros bajo los ojos del Maestro por no haber traído pan a bordo de la barca. Jesús, observó el Santo Padre, quizás sonriendo por aquel altercado, los invita a estar “atentos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.” Pero los Apóstoles que por un poco insisten, sin escucharlo, “tan cerrados en el problema de quién tuviese la culpa por no haber traído pan - comentó Francisco - no tenían lugar, no tenían tiempo, no tenían luz para la Palabra de Dios”:

“Y así, cuando estamos tentados, no escuchamos la Palabra de Dios: no escuchamos. No entendemos. Y Jesús ha debido recordar la multiplicación de los panes para hacerlos salir de aquel ambiente, porque la tentación nos encierra, nos quita toda capacidad de previsión, nos cierra todo horizonte, y así nos lleva al pecado. Cuando estamos tentados, solo la Palabra de Dios, la Palabra de Jesús nos salva. Escuchar aquella Palabra que nos abre el horizonte… Él siempre está dispuesto a enseñarnos cómo salir de la tentación. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza”.

Esta confianza, afirmó el Obispo de Roma, es “una fuerza grande, cuando somos tentados: el Señor nos espera”, “se fía de nosotros tentados, pecadores”, “abre siempre horizontes”. Por el contario, repitió Francisco, el diablo con “la tentación, encierra, cierra, cierra” y hace “crecer” un ambiente parecido a la barca de los Apóstoles. No dejarse “encarcelar” por este tipo de ambiente, concluyó, es posible sólo “cuando se escucha la Palabra de Jesús”:
“Pidamos al Señor que siempre, como hizo con los discípulos, con su paciencia, cuando somos tentados nos diga: ‘Detente, estate tranquilo. Acuérdate que hice contigo en aquel momento, en aquel tiempo: acuérdate. Alza los ojos, mira el horizonte, no cerrar, no te cierres, va adelante’. Y esta Palabra nos salvará de caer en el pecado en el momento de la tentación”. (RC-RV)

“Sin la paciencia no se crece”, el Papa este lunes en Santa Marta

“La paciencia no es resignación, es otra cosa”: el Papa comentó la carta de Santiago donde está escrito: “alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas”. “Parece una invitación a volverse faquir” – observó – pero no es así. La paciencia, soportar las pruebas, “las cosas que nosotros no queremos”, hace “madurar nuestra vida. 

Quien no tiene paciencia quiere todo de inmediato, todo de prisa. Quien no conoce esta sabiduría de la paciencia – subrayó el Santo Padre - es una persona caprichosa, como los niños que son caprichosos” y ninguna cosa les está bien. “La persona que no tiene paciencia – explicó - es una persona que no crece, que se queda en los caprichos del niño, que no sabe tomar la vida como viene: o esto o nada. Ésta es una de las tentaciones: volverse caprichosos”. 

“Otra tentación de aquellos que no tienen paciencia – afirmó el Pontífice - es la omnipotencia” de querer de inmediato una cosa, como sucedió a los fariseos que piden a Jesús un signo del cielo: “querían un espectáculo, un milagro”:
“Confunden el modo de actuar de Dios con el modo de actuar de un brujo. Y Dios no actúa como un brujo, Dios tiene su modo de ir adelante. La paciencia de Dios. También Él tiene paciencia. Cada vez que nos dirigimos al sacramento de la reconciliación, ¡cantamos un himno a la paciencia de Dios! 

Con cuánta paciencia el Señor nos lleva sobre su espalda, ¡con cuánta paciencia! La vida cristiana debe desenvolverse sobre esta música de la paciencia, porque es precisamente la música de nuestros padres, del pueblo de Dios, de aquellos que han creído en la Palabra de Dios, que han seguido el mandamiento que el Señor había dado a nuestro padre Abraham: ‘Camina delante de mí y se irreprensible’”.
 



El pueblo de Dios – constató el Obispo de Roma citando la Carta a los Hebreos – “ha sufrido tanto, han sido perseguidos, asesinados”, pero tuvo “la alegría de saludar desde lejos las promesas” de Dios. “Ésta es la paciencia” que “nosotros debemos tener en las pruebas: la paciencia de una persona adulta, la paciencia de Dios” que nos lleva sobre la espalda. Y ésta – prosiguió - es “la paciencia de nuestro pueblo”:
“¡Cuán paciente es nuestro pueblo! ¡Aún hoy! Cuando vamos a las parroquias y encontramos a aquellas personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo minusválido o tienen una enfermedad, pero llevan adelante la vida con paciencia. No piden signos, como aquellos del Evangelio, que pretendían una señal. Decían: ‘¡Danos un signo!’. No, no piden, pero saben leer los signos de los tiempos: saben que cuando el higo florece, llega la primavera; saben distinguir aquello. En cambio, estos impacientes del Evangelio de hoy, que querían una señal, no sabían leer los signos de los tiempos, y por eso no reconocieron a Jesús”.

Francisco finalizó su homilía alabando a la “gente de nuestro pueblo, gente que sufre, que sufre tantas, tantas cosas, pero que no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe”:
“Y esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones - tanta gente – es aquella que lleva adelante a la Iglesia, con su santidad, de todos los días, de cada día. ‘Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada.’ (Sant 1, 2-4). Que el Señor nos dé a todos nosotros la paciencia, la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz, nos de la paciencia de Dios, ésa que Él tiene, y nos de la paciencia de nuestro pueblo fiel, que es tan ejemplar”. (RC-RV)

ORAR CON EL SALMO DE HOY: CUANDO ESTOY CARGADO DE PREOCUPACIONES, TUS CONSUELOS ME LLENAN DE ALEGRÍA, SEÑOR



Feliz el que es educado por ti, Señor, 
aquél a quien instruyes con tu ley, 
para darle un descanso después de la adversidad, 
mientras se cava una fosa para el malvado. 

Porque el Señor no abandona a su pueblo 
ni deja desamparada a su herencia: 
la justicia volverá a los tribunales 
y los rectos de corazón la seguirán. 

Cuando pienso que voy a resbalar, 
tu misericordia, Señor, me sostiene; 
cuando estoy cargado de preocupaciones, 
tus consuelos me llenan de alegría. 

El Señor es mi fortaleza, 
mi Dios es la Roca en que me refugio