domingo, 15 de octubre de 2017

Ávila celebra el primer Año Jubilar Teresiano

En medio de una gran expectación, y tras escuchar el Decreto de concesión por parte del Papa Francisco del Año Jubilar Teresiano, a las 18:40 horas Mons. García Burillo, Obispo de Ávila, abría el cerrojo de la verja izquierda del Convento de Santa Teresa de Jesús.
Las campanas repicaban jubilosas, mientras comenzaban los sones del himno de España. Honores para la apertura "histórica" de una Puerta Santa por donde pasarán miles de peregrinos que busquen ganar el Jubileo en este Año Santo.
A los pies de la puerta, una inscripción recuerda la frase de Santa Teresa en su libro "Castillo Interior", también conocido como "Las Moradas": "La puerta a este castillo es la oración". "No es algo mágico", como recordaba el Prior del Convento, el Padre David Jiménez. "No es que se nos perdonen los pecados implemente cruzando el umbral. Pero es un paso que nos recuerda que el mejor modo de acceder a Dios es a través de la oración, como hacía Teresa".
Abría Mons. García Burillo la Puerta Santa con una llave realizada expresamente para este momento. En su empuñadura, una moneda de plata fundida con la propia llave, que muestra en relieve el "Éxtasis de Santa Teresa", de Bernini, que se conserva en el Vaticano. Lleva, asimismo, la inscripción que la destaca como la llave de la Puerta Santa del Año Jubilar Teresiano.
Tras la apertura, el Obispo de Ávila y las distintas autoridades civiles (entre las que se encontraban el Alcalde de la ciudad, así como la Presidenta de las Cortes de Castilla y León, y la Subdelegada del Gobierno de la Comunidad Autónoma, se han dirigido hacia la capilla del nacimiento, para realizar una oración ante Santa Teresa. Acto seguido, cada uno de ellos ha depositado en la urna allí presente una oración o un deseo para este primer Año Jubilar Teresiano. Mons. García Burillo, en su oración, ha pedido a Santa Teres , "madre nuestra, que concedas a cada peregrino en este Año Jubilar la alegría de seguir a tu Hijo y servir a nuestros hermanos más humildes".
Tras ello, han dado comienzo las solemnes Vísperas, presididas por el propio Prelado abulense, y con la presencia del Cabildo Catedralicio y la comunidad del Carmelo. Al término de las mismas, se ha procedido al traslado de la imagen de Santa Teresa hasta la Catedral, donde permanecerá hasta su participación en la Eucaristía de este 15 de octubre, con la que se inaugurará oficialmente el Año Jubilar Teresiano.

No se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar



Los titulares sobre la contundente afirmación del Papa Francisco en cuanto al rechazo absoluto a la pena de muerte, que en lo sucesivo debe expresar la doctrina de la Iglesia, han hecho que pase inadvertido el conjunto del importante discurso que ha pronunciado con motivo del 25 aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica. Un discurso en plena continuidad con la enseñanza de Benedicto XVI y san Juan Pablo II, que subraya que la Tradición es una realidad viva, y que la «custodia» y el «progreso» de la doctrina, son dos tareas encomendadas a la Iglesia por su propia naturaleza.
Francisco recuerda las palabras de san Juan Pablo II en la Constitución Fidei Depositum con la que aprobaba el nuevo Catecismo, cuando afirmaba que éste debía «tener en cuenta las explicitaciones de la doctrina que en el curso de los tiempos el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia… es necesario, además, que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado todavía no habían surgido».
Recordemos aquí la formulación, tan querida para Benedicto XVI, de un proceso de «novedad en la continuidad» que describe el camino del sujeto único de la Iglesia a lo largo de la historia. En su primer gran discurso a la Curia Romana, en diciembre de 2005, el papa Ratzinger reconocía que «el concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos».
Al celebrar un cuarto de siglo de vigencia del Catecismo, Francisco ha señalado su importancia como instrumento esencial para presentar la enseñanza de siempre, y así permitir el crecimiento en la comprensión de la fe, pero también porque pretende acercar a nuestros contemporáneos a una Iglesia que no deja de presentar la fe como respuesta a la existencia humana en cada momento histórico particular. En este sentido ha subrayado que el «depósito de la fe» no puede entenderse como algo estático, afirmando que «la Palabra de Dios no puede ser conservada en naftalina como si se tratara de una vieja manta que hay que proteger contra los parásitos». Por el contrario, «la Palabra de Dios es una realidad dinámica, siempre viva, que progresa y crece porque tiende a un cumplimiento que los hombres no pueden detener».
Por cierto, esta formulación también nos hace pensar en una de las ideas más fecundas de John Henry Newman, «el desarrollo» de la doctrina. La Iglesia sólo puede conservarse explicitando sus riquezas, y abandonando ciertas fórmulas superadas para reconquistar un universo nuevo. La Iglesia cambia, decía Newman, para seguir siendo ella misma. Y Francisco acaba de decir: «no se puede conservar la doctrina sin hacerla progresar», porque como afirma la Constitución Dei Verbum, «Dios no cesa de hablar con la Esposa de su Hijo», y nosotros, en cada tiempo y lugar, debemos escuchar esa voz en la unidad de la Iglesia presidida por Pedro, para que nuestra fe no se vuelva árida e insignificante, para que nuestra existencia eclesial pueda progresar con el mismo entusiasmo de los inicios, y así afrontar las circunstancias nuevas de la historia por inquietantes que nos parezcan.
José Luis Restán
Alfa y Omega

15 de octubre: santa Teresa de Jesús


Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del siglo XVI que ostenta el título de Doctora de la Iglesia. En su autobiografía, empieza diciendo, «yo, mujer boba y sin letras», que es una confesión de humildad pero también la constatación de que, aunque considerada ahora como una gran maestra en teología mística, no se había dedicado al estudio (no tenía títulos). El Evangelio hace referencia a cómo Dios no revela sus misterios a los sabios de este mundo sino a los sencillos de corazón. Y el conocimiento del amor de Dios es lo que, verdaderamente nos hace sabios.
Cuando varios siglos más tarde Edith Stein, leyó el Libro de la vida de Santa Teresa, confesó al acabarlo: «aquí está la verdad». Parece que empezó sólo anochecer y no pudo dejar su lectura hasta la mañana siguiente. Entonces Edith era atea y, conocer a Santa Teresa supuso un encuentro decisivo para pedir su incorporación a la Iglesia. Ahora la veneramos como Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
La experiencia de Edith señala uno de los motivos por los que celebramos la memoria de los santos: en la vida de ellos se nos refleja el evangelio vivo. Un santo no es un héroe, ni siquiera una persona que ha realizado una gran obra a los ojos del mundo, aunque santa Teresa realizó una auténtica proeza reformando el Carmelo y fundando monasterios (diecisiete) por toda España. Un santo es alguien en quien la vida de Jesucristo se transparenta. Todo él está movido por esa misma vida que se le ha comunicado por la gracia.
En el salmo de hoy rezamos: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor». Imagino que han seleccionado este porque era una frase que le gustaba mucho repetir a Santa Teresa. También expresa en qué consiste la vida de un santo: cantar, con la vida, con las palabras, con todo el ser, la misericordia que Dios ha tenido con él. Somos amados por Dios y, en la medida en que no ocultamos ese amor sino que permitimos que se manifieste, nuestra vida se torna más radiante. Estamos más alegres y somos signo de esperanza para los demás.
Santa Teresa no realizó una reforma según la lógica de este mundo. En su época algunos conventos estaban muy lejos del ideal que había movido a fundarlos. Ella propuso una austeridad que resultaba dura y, sin embargo, no le faltaron seguidoras. También ella promovió junto a san Juan de la Cruz, la reforma de la rama masculina de la orden. Si tuvo éxito (aunque vivió intensas tribulaciones y no le faltaron detractores) fue porque irradiaba el amor y la santidad de Dios que, en ella, iba unida a una grandísima alegría. Pero no la encontraba en la molicie ni en las comodidades sino en Jesucristo al que contemplaba en su humanidad. Dios se hizo hombre para salvarnos y, a través de su humanidad accedemos a Dios. De la misma manera, a través de la humanidad transfigurada de los santos, nosotros seguimos acercándonos al Señor.
Archimadrid.org

Los invitados a la boda

Invitación


Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de fiesta?
Este recuerdo vivido desde niño ayudó a Jesús más tarde a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y sorprendente. Según él, Dios está preparando un banquete final para todos sus hijos, pues a todos los quiere ver sentados junto a él disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
Podemos decir que Jesús entendió su vida entera como el ofrecimiento de una gran invitación en nombre de Dios a esa fiesta final. Por eso Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de esta fiesta final? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sean nuestros intereses inmediatos, ¿no necesitamos ya de Dios? ¿Nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza última?
Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de "los invitados a la boda" se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: "No quisieron venir". Otros responden con absoluta indiferencia: "No hicieron caso". Les importan más sus tierras y negocios.
Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de todo habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso hay que ir a los "cruces de los caminos", por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios proclamada en el Evangelio de Jesús.

El Papa Francisco está preocupado por una predicación que se obsesiona "por una transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intentan imponer a fuerza de insistencia". El mayor peligro está, según él, en que ya "no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a Evangelio".
José Antonio Pagola

COMENTARIO DE BENEDICTO XVI AL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (22,1-14)





La liturgia de este domingo nos propone una parábola que habla de un banquete de bodas al que muchos son invitados... 

Jesús en el Evangelio nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios —representado por un rey— a participar en su banquete (cf. Mt 22, 1-14). Los invitados son muchos, pero sucede algo inesperado: rehúsan participar en la fiesta, tienen otras cosas que hacer; más aún, algunos muestran despreciar la invitación. 

Dios es generoso con nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su alegría, pero a menudo nosotros no acogemos sus palabras, mostramos más interés por otras cosas, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses. La invitación del rey encuentra incluso reacciones hostiles, agresivas. 

Pero eso no frena su generosidad. Él no se desanima, y manda a sus siervos a invitar a muchas otras personas. El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala se llena: la bondad del rey no tiene límites, y a todos se les da la posibilidad de responder a su llamada. 

Pero hay una condición para quedarse en este banquete de bodas: llevar el vestido nupcial. Y al entrar en la sala, el rey advierte que uno no ha querido ponérselo y, por esta razón, es excluido de la fiesta. 

Quiero detenerme un momento en este punto con una pregunta: ¿cómo es posible que este comensal haya aceptado la invitación del rey y, al entrar en la sala del banquete, se le haya abierto la puerta, pero no se haya puesto el vestido nupcial? ¿Qué es este vestido nupcial? 

El vestido nupcial... es la caridad, el amor... Y este vestido está tejido simbólicamente con dos elementos, uno arriba y otro abajo: el amor a Dios y el amor al prójimo. Todos estamos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su banquete, pero debemos llevar y custodiar el vestido nupcial, la caridad, vivir un profundo amor a Dios y al prójimo.

(De la homilía del 9 de octubre de 2011)

EVANGELIO DE HOY: MUCHOS SON LOS LLAMADOS Y POCOS LOS ESCOGIDOS




Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: 

«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. 

Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." 

Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. 

Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." 
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. 

Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. 

Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»