Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del siglo XVI que ostenta el título de Doctora de la Iglesia. En su autobiografía, empieza diciendo, «yo, mujer boba y sin letras», que es una confesión de humildad pero también la constatación de que, aunque considerada ahora como una gran maestra en teología mística, no se había dedicado al estudio (no tenía títulos). El Evangelio hace referencia a cómo Dios no revela sus misterios a los sabios de este mundo sino a los sencillos de corazón. Y el conocimiento del amor de Dios es lo que, verdaderamente nos hace sabios.
Cuando varios siglos más tarde Edith Stein, leyó el Libro de la vida de Santa Teresa, confesó al acabarlo: «aquí está la verdad». Parece que empezó sólo anochecer y no pudo dejar su lectura hasta la mañana siguiente. Entonces Edith era atea y, conocer a Santa Teresa supuso un encuentro decisivo para pedir su incorporación a la Iglesia. Ahora la veneramos como Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
La experiencia de Edith señala uno de los motivos por los que celebramos la memoria de los santos: en la vida de ellos se nos refleja el evangelio vivo. Un santo no es un héroe, ni siquiera una persona que ha realizado una gran obra a los ojos del mundo, aunque santa Teresa realizó una auténtica proeza reformando el Carmelo y fundando monasterios (diecisiete) por toda España. Un santo es alguien en quien la vida de Jesucristo se transparenta. Todo él está movido por esa misma vida que se le ha comunicado por la gracia.
En el salmo de hoy rezamos: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor». Imagino que han seleccionado este porque era una frase que le gustaba mucho repetir a Santa Teresa. También expresa en qué consiste la vida de un santo: cantar, con la vida, con las palabras, con todo el ser, la misericordia que Dios ha tenido con él. Somos amados por Dios y, en la medida en que no ocultamos ese amor sino que permitimos que se manifieste, nuestra vida se torna más radiante. Estamos más alegres y somos signo de esperanza para los demás.
Santa Teresa no realizó una reforma según la lógica de este mundo. En su época algunos conventos estaban muy lejos del ideal que había movido a fundarlos. Ella propuso una austeridad que resultaba dura y, sin embargo, no le faltaron seguidoras. También ella promovió junto a san Juan de la Cruz, la reforma de la rama masculina de la orden. Si tuvo éxito (aunque vivió intensas tribulaciones y no le faltaron detractores) fue porque irradiaba el amor y la santidad de Dios que, en ella, iba unida a una grandísima alegría. Pero no la encontraba en la molicie ni en las comodidades sino en Jesucristo al que contemplaba en su humanidad. Dios se hizo hombre para salvarnos y, a través de su humanidad accedemos a Dios. De la misma manera, a través de la humanidad transfigurada de los santos, nosotros seguimos acercándonos al Señor.
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