¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Qué significa en la
práctica convertirse? En su penúltima audiencia (13-II-2013) Benedicto XVI
quiso reflexionar sobre las tentaciones de Cristo (cf. Lc 4, 1-13). Y comenzó
invitando a plantearse una pregunta fundamental: “Qué es lo que realmente
cuenta en mi vida?”.
La tentación de suplantar a
Dios
La
primera tentación quiere reducir los deseos y necesidades del hombre al pan,
cuando en realidad no es menor el hambre de verdad, el hambre de Dios.
La segunda es sobre el poder, y
Jesús deja claro que el poder que salva el mundo es el poder de la cruz, de la
humildad y del amor. Y en la tercera, el demonio le propone hacer algo
extraordinario, espectacular.
Observa
el Papa que hay un núcleo en las tres tentaciones: “Es la propuesta de instrumentalizar a Dios,
usarlo para los propios intereses, para la propia gloria y para el propio éxito”. Con otras palabras, “ponerse a sí mismos en
lugar de Dios, removiéndolo de la propia existencia y haciéndolo parecer
superfluo”.
Esas
tres tentaciones también nos acechan a nosotros. Por eso cada uno, observa
Benedicto XVI, debería preguntarse: “¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Es Él
el Señor o soy yo?”
Dejar que Dios ocupe el primer
lugar
Se
hace necesario, por lo tanto, superar esa tentación de someter a Dios a
nuestros propios intereses, o dejarlo a un lado. Y convertirse, como escuchamos
muchas veces en Cuaresma. Esa palabra significa seguir a Jesús de modo que
Él guíe nuestra vida; dejar que Dios nos trasforme, dejando de pensar que
nosotros somos los únicos constructores de nuestra existencia; reconocer que
somos criaturas de Dios, y que sólo “perdiendo” nuestra vida en Él podemos ganarla.
“Hoy
–señala– ya no se puede ser cristiano como mera consecuencia del hecho de vivir
en una sociedad de raíces cristianas; incluso el que nace en una familia
cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser
cristiano; es decir, de poner a Dios en primer lugar, frente a las tentaciones
que una sociedad secularizada le propone de continuo, frente al juicio crítico
de muchos contemporáneos”.
Este
poner a Dios por delante se concreta en muchas cosas. Ejemplifica el Papa: la fidelidad al matrimonio, la misericordia en
la vida cotidiana, el tiempo para la oración, la oposición a elecciones tales
como el aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de
enfermedad grave, la selección de embriones (con la consecuente muerte de
muchos otros) para prevenir enfermedades hereditarias, etc.
Benedicto
XVI evoca las conversiones de san Pablo y de san Agustín, en la época antigua.
Pero también otras de nuestra época, concretamente las de Pavel Florenskij,
Etty Hillesum y Dorothy Day.
O
Dios, o yo
Cada
uno de nosotros, añade, ha de estar preparado para ser visitado por Dios, sin
dejarse llevar por espejismos, apariencia o cosas materiales.
Y
concluye proponiendo: “En este Tiempo de Cuaresma, en el Año de la Fe,
renovemos nuestro empeño en el camino de la conversión, para superar la tendencia
a cerrarnos en notros mismos y para dejar, en cambio, espacio a Dios, mirando
con sus ojos la realidad cotidiana”.
De
esta manera, la alternativa entre la cerrazón de nuestro egoísmo y la apertura
al amor de Dios y a los otros, corresponde a la alternativa de las tentaciones
de Jesús, entre poder humano y amor a la Cruz, entre el mero bienestar y la
obra de Dios. “Convertirse –en suma– significa no cerrarse en
la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición; sino
actuar de tal manera que cada día, en las cosas pequeñas, la verdad, la fe en
Dios y el amor sean lo más importante”.
Eso
es, en efecto, lo decisivo para un cristiano. En último término, o Dios (y tras
de Dios están siempre los demás) o yo.
Artículo originalmente publicado por
Primeros Cristianos