domingo, 23 de abril de 2017

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Texto profético: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron” (Is 53, 5).
Texto evangélico: “Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19, 34). “Dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». (Jn 20, 27-28).
Texto patrístico: “Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costados, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza” (San Teodoro Estudita).

Texto místico: Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un clavo grande que en ella tenía metido. Parecíame que a vuelta del clavo sacaba la carne. Veíase bien el gran dolor, que me lastimaba mucho, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le pidiese” (Vida 39). “Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía».” (Vida 35).

CONSIDERACIÓN
Hoy es el día octavo, el día cristiano por excelencia, la pascua semanal, profecía del último día, el día pleno, colmado de luz, de compasión y de misericordia.

Por este día, siempre es posible el retorno de toda increencia, escepticismo, desánimo, alejamiento o decepción…
Sorprendentemente, Jesús nos demuestra que las heridas son testigos de resurrección, y al compartirlas, confiere a las nuestras la dimensión profética.
Lo que puede parecer desgracia, se convierte en título de compasión, en mano alargada que rescata de cualquier exilio.
Es día de dejarnos curar en las heridas del Resucitado, a la vez que de transfigurar nuestros posibles dolores en posibilidad de acompañar a los que pueden padecer sin esperanza.
Es día de bienaventuranza, de dar fe, aun sin ver, porque nada queda fuera de la misericordia divina. El Resucitado sale a nuestro camino de forma solidaria y convierte nuestras dolencias en capacidad de caminar junto a cuantos desengañados o escépticos encontremos a nuestro paso.
Ángel Moreno de Buenafuente

Jesús salvará a su Iglesia


Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está con ellos Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? «Está anocheciendo» en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa están «con las puertas bien cerradas». Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de «miedo a los judíos». Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar al mundo como lo amaba Jesús ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. «Entra en la casa y se pone en medio de ellos». La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a anunciar por todas partes la Buena Noticia de Jesús.
Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo a vosotros». No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice, como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo».
Solo Jesús salvará a su Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores.
José Antonio Pagola

Benedicto XVI advierte frente a los radicalismos ateo e islamista


El Papa emérito rompe su silencio con una carta dirigida a un simposio sobre su concepción del Estado celebrado en Varsovia
Benedicto XVI ha roto su silencio para pedir que se superaren dos concepciones del Estado que incurren en sendos radicalismos de signo distinto. Por un lado, está el del «Estado radicalmente ateo», y por otro, el «surgir de un Estado radicalmente religioso en los movimientos islamistas». Las consecuencias de uno y otro exceso, advierte el Papa emérito, se dejan sentir hoy «cada día».
Joseph Ratzinger hacía estas consideraciones, recogidas por la agencia Zenit, en una carta enviada a los participantes a un simposio en su honor en Varsovia, con el título «El concepto del Estado en la perspectiva de la enseñanza del cardenal Joseph Ratzinger». El encuentro está patrocinado por la Fundación Ratzinger y por la agencia católica polaca Kai, y ha sido organizado por los obispos polacos, con el apoyo también del presidente de Polonia, Andrzej Duda.
Durante su pontificado, Benedicto XVI reivindicó con frecuencia el derecho natural como lugar de encuentro para creyentes de diversas religiones o de ninguna, y abogó insistentemente por un diálogo fe y razón, señalando como patología el racionalismo extremo que se cierra a las preguntas de la religión, al tiempo que denunciaba que «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». Pronunciamientos en ese sentido como su célebre discurso en Ratisbona (de esa intervención procede la cita anterior) fueron no pocas veces malinterpretados como hostiles hacia el islam.
A finales de abril, precisamente, el Papa Francisco emprenderá un viaje a Egipto, epicentro de un importante debate en el seno de la comunidad musulmana sobre un concepto de ciudadanía integrador que no discrimine a las minorías religiosas. Uno de los lugares que visitará el Obispo de Roma es la universidad de Al Azhar, en El Cairo, una de las principales instituciones académicas en el islam sunita, que rompió relaciones con el Vaticano después de que Benedicto XVI pidiera genéricamente protección para las minorías pocos días después de un atentado en Alejandría durante las celebraciones de año nuevo de 2011. Las autoridades egipcias interpretaron entonces esas palabras como una injerencia en sus asuntos internos.
En su carta al simposio de Varsovia, Benedicto pide a los líderes políticos polacos que desarrollen «urgentemente» una concepción de Estado que supere tanto el radicalismo laicista como el integrista. Como ejemplo, les pone a Juan Pablo II y al cardenal Stefan Wyszynski, obispo durante los años más duros del régimen comunista. Estas grandes personalidades que «Polonia ha dado a la humanidad», afirma, marcan hoy el «camino hacia el futuro».
Alfa y Omega

«Paz a vosotros»


Constantemente estamos deseando la paz. Hablamos de paz exterior, es decir, de ausencia de guerras y de conflictos entre distintos países o regiones. Socialmente este deseo se acentúa en torno a la Navidad. Cualquier guion de mensaje navideño no está completo sin una referencia en este sentido. 
Por otro lado, no faltan quienes subrayan la relevancia de una paz interior, quizá más importante que la exterior, ya que es origen de ella. Como de un componente más de la sociedad de bienestar, se habla de paz y armonía a modo de ausencia de cualquier perturbación. Nada hay de censurable en esta visión, pero es parcial. Podemos olvidar que la paz es un don de Dios y, más en concreto, del Señor resucitado. Ciertamente, las alusiones navideñas a la paz no ignoran que Jesucristo, Rey de la Paz, viene a traer la paz a los hombres. Sin embargo, hoy en día casi nadie es consciente de que la paz es también el gran don del Señor resucitado. En efecto, tras la resurrección, las primeras palabras de Jesús al dirigirse a sus discípulos, reunidos en el Cenáculo, son «Paz a vosotros». Precisamente este es el sentido principal del gesto litúrgico de darse la paz en Misa. No consiste en un mero saludo para suspender momentáneamente la celebración y aprovechar para expresar mis propias emociones. Tampoco es solamente la oportunidad para, en las ceremonias de mayor relevancia social, compartir mis sentimientos con quien está de luto o de enhorabuena. Se trata, ante todo, de prolongar la paz que el Señor nos trae, con la finalidad de reconocerle, como fuente de este don, vivo en medio de nosotros. Si la liturgia ofrece como facultativo el gesto del intercambio de la paz no es por privar en ciertos momentos a la comunidad de una participación gestual. La ausencia de este signo durante la Cuaresma o el Adviento puede servir, por ejemplo, para relacionar mejor el vínculo entre la paz y Jesucristo resucitado, tal y como aparece en el Evangelio, o para reconocerle como príncipe de la paz en Navidad. De este modo, la propia celebración nos explicita lo que el Señor nos ha dicho con su Palabra.
La alegría de los discípulos
Podemos imaginarnos la situación de los apóstoles tras haber visto a Jesús crucificado y muerto. El Evangelio los muestra con miedo y huyendo. Después de que Jesús les enseñara las manos y el costado, el pasaje dice que «se llenaron de alegría al ver al Señor». He aquí el segundo fruto de la vuelta de Jesús a la vida: la alegría. Esta alegría no se testimonia únicamente en el texto evangélico. También la primera y la segunda lectura de este domingo citan el gozo que viven los cristianos de las primeras comunidades. De ello se hacen eco las oraciones centrales de la Misa, al señalar que gracias al acontecimiento pascual «el mundo entero se desborda de alegría».
La presencia de los signos de la Pasión
Si el domingo pasado el principal indicio de la resurrección del Señor era la imagen del sepulcro vacío, hoy tenemos otro signo: a Jesús se le reconoce por las huellas de su pasión. De no ser porque el Evangelio lo refleja, a nadie se le hubiera ocurrido imaginar a Jesucristo triunfante con los signos de su pasión, como mostrando aún una debilidad. Pero con ello, el Señor quiere hacernos ver que la resurrección no ha cancelado la pasión y la muerte, sino que estas adquieren ahora su verdadero significado. A Tomás las llagas le han valido para realizar la mayor confesión de fe del Evangelio: «Señor mío y Dios mío». Es ahí cuando Jesús pronuncia la bienaventuranza de la fe: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Durante estos domingos iremos comprendiendo cómo el acontecimiento de la resurrección se reflejará en la fe y en la vida de quienes entran en contacto con la Iglesia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Alfa y Omega

Papa Francisco: Europa encierra a los refugiados en «campos de concentración»


Francia recuerda a los mártires contemporáneos en su visita a la basílica de San Bartolomé y denuncia la «crueldad» hacia los inmigrantes en una Europa que se encamina hacia el «suicidio» demográfico
El Papa ha recordado este sábado a la mujer de un refugiado asesinada por su fe cristiana a manos de terroristas y denunció la situación de los inmigrantes, en una Misa por los mártires de las «locas ideologías» de las últimas décadas.
Fue durante su visita este sábado a la basílica romana de San Bartolomé, en un isla en el río Tíber, que desde 2002, por deseo de san Juan Pablo II, recuerda a los mártires contemporáneos, entre ellos muchos cristianos asesinados durante la Guerra Civil española o a manos de los regímenes n«Mi mujer no quiso tirar la cruz y la degollaron»
Francisco dejó de lado la homilía escrita y habló de sus vivencias personales a partir de su viaje a la isla griega de Lesbos en abril de 2016. Allí –contó– conoció a un musulmán de unos treinta años y con tres hijos, quien le relató cómo los terroristas habían degollado a su mujer, cristiana, por no renunciar a su fe en Cristo. «Me miró y me dijo: “Padre yo soy musulmán, mi mujer era cristiana, y a nuestro país llegaron los terroristas. Nos preguntaron por la religión. Vieron el crucifijo y le pidieron que lo tirara. Ella no quiso y la degollaron delante de mí”».
«Aquel hombre «no tenía rencor» –prosiguió el Papa– y, como musulmán, «tenía esa cruz de dolor que llevaba adelante sin rencor», refugiado «en el amor de su mujer».
Con tono apesadumbrado, el Obispo de Roma reconoció que desconoce si el hombre y sus hijos siguen en aquel campamento de refugiados griegos que visitó junto al patriarca Bartolomé, de Constantinopla, o si, por el contrario, «fue capaz de salir de ese campo de concentración».
De este modo el Pontífice lanzó una dura crítica a la acogida a los refugiados que huyen de la guerra o la pobreza. «Los campos de refugiados –dijo–, muchos son de concentración por la cantidad de gente que son dejados allí. Los pueblos generosos que los acogen deben llevar adelante ese peso. Los acuerdos internacionales parecen más importantes que los derechos humanos», denunció el Papa, en alusión al arreglo de la Unión Europea con Turquía para que esta se haga cargo de retener a los refugiados que intentan llegar a Europa.
«Una civilización que no hace hijos»
No se quedó ahí el Papa, que criticó también la política de cierre de fronteras a inmigrantes y refugiados. A ella se refirió como una «crueldad» hacia los migrantes además de un «suicidio» para las sociedades con bajo nivel de natalidad, «que no hacen hijos».
«Es verdad –abundó–, nosotros somos una civilización que no hace hijos, pero cerramos la puerta a los inmigrantes. Esto se llama suicidio. Recemos», dijo.
Si en Italia simplemente «se acogiera a dos refugiados por cada municipio, habría lugar para todos», prosiguió. Y pidió que esa «generosidad» que está mostrando el sur –Grecia e Italia– pueda «contagiar un poco al norte» del continente.
 Efe / Alfa y Omega

A los ocho días, llegó Jesús


Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor.