Queridos hermanos:
En la primera
lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación al pueblo. En el
momento de la cosecha, en el momento de la abundancia, en el momento de las
primicias no te olvides de tus orígenes, no te olvides de donde venís. La
acción de gracias nace y crece en una persona y en un pueblo que sea capaz de
hacer memoria. Tiene sus raíces en el pasado, que entre luces y sombras fue
gestando el presente. En el momento que podemos dar gracias a Dios porque la
tierra ha dado su fruto, y así poder producir el pan, Moisés invita a su pueblo
a ser memorioso enumerando las situaciones difíciles por las que ha tenido que
atravesar (cf. Dt 26,5-11).
En este día
de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el Señor ha sido con
nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar reunidos presentándole al
Buen Padre las primicias de nuestros hijos, nietos, de nuestros sueños y
proyectos. Las primicias de nuestras culturas, de nuestras lenguas y
tradiciones. Las primicias de nuestros desvelos…
Cuánto ha
tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido
que «caminar» para hacer de este día una fiesta, una acción de gracias. Cuánto
han caminado otros que no han podido llegar pero gracias a ellos nosotros hemos
podido seguir andando.
Hoy,
siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer memoria, queremos
ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo.
Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una
lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán también el fruto vivo
de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su
cercanía y de su solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y
esperar con ganas la aurora.
Con ustedes,
también me uno a esta memoria agradecida. A este recuerdo vivo del paso de Dios
por sus vidas. Mirando a sus hijos no puedo no dejar de hacer mías las palabras
que un día les dirigió el beato Pablo VI al pueblo mexicano:
«Un cristiano no
puede menos que demostrar su solidaridad [...] para solucionar la situación de
aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de
un trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas
generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas
aspiraciones». Y luego prosigue el Beato Pablo VI con una invitación a «estar
siempre en primera línea en todos los esfuerzos [...] para mejorar la situación
de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre un hermano y, en cada
hermano a Cristo» (Radiomensaje en el 75 aniversario de la Coronación de Ntra.
Sra. de Guadalupe 12 octubre 1970).
Quiero
invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas
que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad.
Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser
explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y
la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.
Una tierra
que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan
destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.
Esta tierra
tiene sabor guadalupano, la que siempre Madre se nos adelantó en el amor, y
digámosle desde el corazón:
Virgen Santa,
«ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la
fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la
alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna
periferia se prive de su luz» (Evangelii gaudium, 288).
El
ángel del Señor anunció a María…