El 25 de marzo, de hecho, en la Iglesia
celebramos solemnemente la Anunciación, el inicio del misterio de la
Encarnación. El Arcángel Gabriel visita la humilde muchacha de Nazaret y le
anuncia que concebirá y dará a luz al Hijo de Dios. Con este anuncio, el Señor
ilumina y fortalece la fe de María, como luego hará también con su esposo José,
para que Jesús pueda nacer en una familia humana. Esto es muy bello: nos
muestra que profundo es el misterio de la Encarnación, así como Dios lo ha
querido, que comprende no solamente la concepción en el vientre de la madre, sino
también la acogida en una verdadera familia. Hoy me gustaría contemplar con
ustedes la belleza de este vínculo. La belleza de esta condescendencia de Dios;
y podemos hacerlo recitando juntos el Ave María, que en la primera parte retoma
precisamente las mismas palabras del Ángel, aquellas que le dirigió a la
Virgen. Oremos juntos:
Y ahora un segundo aspecto: el 25 de
marzo, solemnidad de la Anunciación, en muchos países se celebra la Jornada por
la Vida. Por ello, veinte años atrás, San Juan Pablo II en esta fecha firmó la
Encíclica Evangelium vitae. Para conmemorar este aniversario hoy están
presentes en la Plaza muchos adherentes del Movimiento por la Vida.
En la
Evangelium Vitae la familia ocupa un lugar central, en cuanto es el seno de la
vida humana. La palabra de mi venerado Predecesor nos recuerda que la pareja
humana ha sido bendecida por Dios desde el principio para formar una comunidad
de amor y de vida, a la que ha sido confiada la misión de la procreación. Los
esposos cristianos, celebrando el sacramento del matrimonio, se vuelven
disponibles para honrar esta bendición, con la gracia de Cristo, para toda la
vida. La Iglesia, por su parte, se compromete solemnemente a cuidar a la
familia que nace, como un don de Dios para su propia vida, en las buenas y en
las malas: el vínculo entre la Iglesia y la familia es sagrado e inviolable. La
Iglesia, como madre, nunca abandona la familia, aun cuando esta está abatida,
herida y mortificada de tantas maneras. Ni siquiera cuando cae en el pecado, o
se aleja de la Iglesia; siempre hará de todo para tratar de curarla y de
sanarla, para invitarla a la conversión y para reconciliarla con el Señor.
Y bien, si esta es la tarea, es claro
cuánta oración necesita la Iglesia para ser capaz, en todo tiempo, de cumplir
esta misión. Una oración llena de amor por la familia y por la vida. Una
oración que sabe regocijarse con los que gozan y sufrir con los que sufren.
He aquí entonces lo que junto con mis
colaboradores, hemos pensado proponerles hoy: renovar la oración para el Sínodo
de los Obispos sobre la familia. Relanzamos este compromiso hasta el próximo
octubre, cuando tendrá lugar la Asamblea sinodal ordinaria dedicada a la
familia. Quisiera que esta oración, al igual que todo el camino sinodal, esté
animada por la compasión del Buen Pastor por su rebaño, especialmente por las
personas y familias que por diversos motivos están «cansadas y abatidas, como
ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Así, sostenida y animada por la gracia
de Dios, la Iglesia podrá estar aún más comprometida y más unida, en el
testimonio de la verdad del amor de Dios y de su misericordia por las familias
del mundo, ninguna excluida, tanto dentro como fuera del redil.
Les pido que por favor no hagan faltar su
oración. Todos - el Papa, Cardenales, Obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas y fieles laicos - todos estamos llamados a rezar por el Sínodo. De
esto hay necesidad, ¡no de habladurías! Invito a rezar también a cuantos se
sienten alejados, o que ya no están acostumbrados a hacerlo. Esta oración por
el Sínodo sobre la familia es por el bien de todos. Sé que esta mañana les
entregaron una estampita, y que la tienen entre sus manos. Tal vez estará un
poco mojada… Los invito a conservarla y llevarla con ustedes, para que en los
próximos meses puedan recitarla a menudo, con santa insistencia, como Jesús nos
ha pedido.