miércoles, 9 de octubre de 2013

Marta y María por Benedicto XVI

Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. 

Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. 

Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro

En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). 

La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.


Queridos amigos: como decía, esta página del Evangelio  recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.

Saber elegir “la mejor parte”, el Papa el martes

 Un corazón que sabe orar y sabe perdonar. Por esto podemos reconocer a un cristiano. Lo dijo esta mañana el Papa Francisco en la homilía de la Misa en la Casa de Santa Marta. Y precisamente del Evangelio dedicado a la Santa a la que está titulada su residencia, el Papa desarrolló algunas ideas para recordarnos que “la oración hace milagros”, siempre y cuando no sea el resultado de un acto mecánico 

Marta y el profeta Jonás. Estas figuras plásticas del Nuevo y del Antiguo Testamento, presentadas por la liturgia de hoy, están unidas de una incapacidad idéntica: no sabían orar. El Pontífice se refirió en su homilía a este aspecto, partiendo de la famosa escena en el Evangelio en donde Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: “María ha escogido la mejor parte”. Y esta “parte”, reiteró el Santo Padre, es “aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús”:“

A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: “Esta es la mejor parte”, porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón. Y el Señor un poco nos dice: ‘La primera tarea en la vida es esto: la oración’. Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros”.


Y la oración produce un milagro incluso en la antigua ciudad de Nínive, a la que el profeta Jonás anuncia en nombre de Dios su destrucción inminente, y que se salva porque los habitantes, creyendo en la profecía, se convierten del primero al último, invocando el perdón divino con todas sus fuerzas. Sin embargo, incluso en esta historia de redención, el Papa notó una actitud equivocada, la de Jonás, más dispuesto a una justicia sin misericordia de una manera parecida a la de Marta, proclive a un servicio que excluye la interioridad:“

Y Marta hacía esto: ¿Qué hacía? ¡No oraba! Hay otros como el terco Jonás, que son los justicieros. Él iba, profetizaba, pero en su corazón, decía: ‘¡Pero se lo merecen. Se lo merecen. Se lo han buscado!’. ¡Él profetizaba, pero no oraba! No pedía perdón al Señor por ellos. Sólo los golpeaba. ¡Son los justicieros, aquellos que se creen que tienen la razón! Y al final - continúa el libro de Jonás - se ve que era un hombre egoísta, porque cuando el Señor salvó Nínive, por la oración del pueblo, él se molestó con el Señor: ‘¡Eres siempre así . Siempre perdonas!’”.Por lo tanto, concluyó el Obispo de Roma, la oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir “la mejor parte”:“También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas. Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. ¡Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada! Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor”. (RC-RV) -