domingo, 16 de abril de 2017

Domingo de Pascua – Comentario a la liturgia


Idea principal: Encuentro, confesión y misión son la clave para entender el misterio de la resurrección de Cristo, hecho central de nuestra fe.
Resumen del mensaje: Llegó la alborada del júbilo pascual y amaneció el Domingo de la Resurrección. Aquella mañana de Pascua se llena de pasos que van al sepulcro, de zozobrantes búsquedas y diálogos con ángeles; de prisas, asombros y, por fin, del júbilo de la gloria: ante los ojos atónitos de los discípulos aparece la figura amada del Maestro. Dios ha liberado definitivamente al hombre por la Muerte y Resurrección de Jesús. Hubo un encuentro, que supuso una confesión en la fe y comprometió a una misión: anunciar la gran noticia: “¡Cristo está vivo, ha resucitado!”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugarencuentro con Cristo resucitado. El Señor es quien sale al encuentro de sus abatidos discípulos en el camino de Emaús, en el sepulcro a María Magdalena, a las mujeres por el camino, a los once finalmente, reunidos en el Cenáculo. A todos ellos, Cristo en ese encuentro les regala su Presencia, se les entrega como don; es para ellos, en ese trance tan difícil, el Dios-con-nosotros, consolando con sus apariciones el pequeño grupo de creyentes. Cristo se muestra con soberana libertad, se muestra a sí mismo. No se trata de una alucinación, sino de un encuentro. Así los apóstoles se convencerían. Y ellos lo ven, lo escuchan, lo palpan y comparten con Él la comida. ¡Está realmente con ellos otra vez! Son testigos del triunfo sobrenatural de Cristo, patente ahora por la Resurrección. Lo reconocieron, es decir, identificaron al Resucitado con aquel que vieron clavado en el Calvario.
En segundo lugar, ese encuentro les llevó a una profesión de fe. El contacto con Cristo resucitado provoca en el alma de los discípulos la profesión de fe; les devuelve la fe: “Señor mío y Dios mío”. Con esa fe comprendieron el testimonio de la Escritura, es decir, la coherencia íntima entre las profecías del Antiguo Testamento y la vida, la muerte y especialmente la resurrección del Señor. Asimismo, los discípulos recordaron lo que Jesús les había dicho cuando estaba entre ellos. Comprendieron la misma existencia de Cristo, su predicación y sus milagros. Hallaron en la confesión de su Divinidad la clave verdadera de interpretación, la luz para poder penetrar el sentido de las maravillas de Dios en su integridad.
Finalmente, y esa fe nos debe lanzar, como a esos discípulos, a la misión para llevar esa buena nueva, la más importante: “¡Cristo está vivo; ha resucitado!”. En las diversas apariciones que siguieron a su resurrección, advertimos que el Señor se muestra a sus discípulos de paso, y como despidiéndose. Es que la resurrección inaugura su nuevo modo de quedarse en la Iglesia, que se verá corroborado y afirmado por la llegada del Espíritu en Pentecostés. ¿Qué misión les encomendó Cristo resucitado? Enseñar todo lo que Él ha mandado, para salvación del género humano. Anunciar esa buena nueva: Cristo vive en la Iglesia, fundada por Él, a la que prometió la asistencia del Espíritu Santo. Lanzar las redes para pescar.

Para reflexionar: ¿nos hemos encontrado ya con Cristo en la Iglesia, en los sacramentos, en su Palabra? ¿Sabemos confesar la fe en Cristo resucitado con nuestras palabras y con nuestro testimonio de vida coherente? ¿A quién debemos anunciar esta gran noticia de que Cristo está vivo en su Iglesia, en su Palabra y en los sacramentos?

Para rezar: Señor resucitado, que te encuentre cada día en la meditación de la Escritura, en la participación de los sacramentos y en la persona de mi hermano. Que ese encuentro me haga confesar que estás vivo y a proclamarte por todos los rincones. Amén.

Zenit

"Tú, pequeña piedra, tienes un sentido en la vida" dijo Francisco en la Misa de Pascua

Hoy la Iglesia repite, canta, grita, Jesús ha resucitado, pero ¿cómo es esto? Pedro, Juan y las mujeres fueron al sepulcro y estaba vacío, pero Él no estaba. Y fueron con el corazón cerrado de la tristeza, la tristeza de una derrota, el Maestro, su Maestro, aquel que tanto amaban ha sido justiciado y muerto y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel les dice: no está aquí, ha resucitado. El primer anuncio, ¡ha resucitado!
Después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones, ellos cerrados, toda la jornada en el cenáculo porque tenían miedo que les sucediera a ellos lo que le sucedió a Jesús. Y la Iglesia no deja de decir a nuestros fracasos, a nuestros corazones cerrados, temerosos… ¡detente!, el Señor ha resucitado. Pero si el señor ha resucitado como es que suceden estas cosas, como es que suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerra , destrucción, mutilación, revancha, odio… ¿dónde está el Señor?
Ayer llame por teléfono a un joven con una enfermedad grave, un joven culto, un ingeniero, y hablando para darle un signo de fe le dije: no hay explicaciones para lo que te sucede, mira a Jesús en la cruz, dios hizo eso con su hijo, no hay otra explicación. Y él me ha contestado: sí. Pero se lo ha pedido al hijo y el hijo a dicho: sí. Pero a mí no me han preguntadosi quería esto, y yo no he dicho que sí. Esto nos conmueve, ha ninguno de nosotros nos han preguntado si estamos contentos con lo que pasa en el mundo, si estamos dispuestos a llevar a delante esta cruz… y la cruz va a delante y la fe en Jesús se viene abajo, por eso la Iglesia continúa diciendo ¡Jesús ha resucitado!. Y esto no es una fantasía. La resurrección de Cristo no es una fiesta con flores; es algo más. Es el Misterio de la piedra descartada que termina por ser el fundamento de nuestra existencia, ¡Cristo ha resucitado!. Y esto significa en esta cultura del descarte, donde eso que no sirve toma el camino del “usa y tira” y todo lo que no sirve viene descartado; esa piedra que ha sido descartada es fuente de vida. También nosotros pequeñas piedras, en esta tierra de dolor, de tragedia, con la fe en Cristo resucitado, tenemos un sentido. En medio de tanta calamidad, sin mirar más allá, no hay un muro sino un horizonte. Está la vida, está la gloria, es la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante, no te cierres, tú pequeña piedra tienes un sentido en la vida porque eres una piedra tomada de aquella gran piedra que la maldad del pecado ha descartado.
“¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? simplemente esto; la piedra descartada no resulta realmente descartada. Las piedritas que creen y se aferran a esa piedra no son descartadas, tienen un sentido”. Con este sentimiento la Iglesia repite desde dentro del corazón, ¡Cristo ha resucitado!
Pensemos un poco cada uno de nosotros en los problemas cotidianos, en las enfermedades que cada uno de nosotros hemos vivido o alguno de nuestros familiares; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas, y simplemente con voz humilde, sin flores, solo delante de Dios, delante de nosotros mismos. No se cómo va esto pero estoy seguro que Cristo ha resucitado y yo apuesto por esto. Hermanos y hermanas esto es lo que quería decirles. Vuelvan a casa hoy repitiendo en sus corazones ¡Cristo ha resucitado!
(Mireia Bonilla - RV)

El Señor no se cansa de buscarnos en los desiertos del mundo: Mensaje Pascual y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas,¡Feliz Pascua!
Hoy, en todo el mundo, la Iglesia renueva el anuncio lleno de asombro de los primeros discípulos: Jesús ha resucitado — Era verdad, ha resucitado el Señor, como había dicho (cf. Lc 24,34; Mt 28,5-6).
La antigua fiesta de Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud del pueblo hebreo, alcanza aquí su cumplimiento: con la resurrección, Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos ha abierto el camino a la vida eterna.
Todos nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado, perdemos el buen camino y vamos errantes como ovejas perdidas. Pero Dios mismo, nuestro Pastor, ha venido a buscarnos, y para salvarnos se ha abajado hasta la humillación de la cruz. Y hoy podemos proclamar: «Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya» (Misal Romano, IV Dom. de Pascua, Ant. de la Comunión).
En toda época de la historia, el Pastor Resucitado no se cansa de buscarnos a nosotros, sus hermanos perdidos en los desiertos del mundo. Y con los signos de la Pasión —las heridas de su amor misericordioso— nos atrae hacia su camino, el camino de la vida. También hoy, él toma sobre sus hombros a tantos hermanos nuestros oprimidos por tantas clases de mal.
El Pastor Resucitado va a buscar a quien está perdido en los laberintos de la soledad y de la marginación; va a su encuentro mediante hermanos y hermanas que saben acercarse a esas personas con respeto y ternura y les hacer sentir su voz, una voz que no se olvida, que los convoca de nuevo a la amistad con Dios.
Se hace cargo de cuantos son víctimas de antiguas y nuevas esclavitudes: trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y discriminación, graves dependencias. Se hace cargo de los niños y de los adolescentes que son privados de su serenidad para ser explotados, y de quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa.
El Pastor Resucitado se hace compañero de camino de quienes se ven obligados a dejar la propia tierra a causa de los conflictos armados, de los ataques terroristas, de las carestías, de los regímenes opresivos. A estos emigrantes forzosos, les ayuda a que encuentren en todas partes hermanos, que compartan con ellos el pan y la esperanza en el camino común.
Que en los momentos más complejos y dramáticos de los pueblos, el Señor Resucitado guíe los pasos de quien busca la justicia y la paz; y done a los representantes de las Naciones el valor de evitar que se propaguen los conflictos y de acabar con el tráfico de las armas.
Que en estos tiempos el Señor sostenga en modo particular los esfuerzos de cuantos trabajan activamente para llevar alivio y consuelo a la población civil de Siria, víctima de una guerra que no cesa de sembrar horror y muerte. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio, especialmente a Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen.
Que los pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática del Congo, que padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible carestía que está castigando algunas regiones de África, sientan siempre la cercanía del Buen Pastor.
Que Jesús Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en América Latina, se comprometen en favor del bien común de las sociedades, tantas veces marcadas por tensiones políticas y sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia. Que se construyan puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la plaga de la corrupción y en la búsqueda de válidas soluciones pacíficas ante las controversias, para el progreso y la consolidación de las instituciones democráticas, en el pleno respeto del estado de derecho.
Que el Buen Pastor ayude a ucraniana, todavía afligida por un sangriento conflicto, para que vuelva a encontrar la concordia y acompañe las iniciativas promovidas para aliviar los dramas de quienes sufren las consecuencias.
Que el Señor Resucitado, que no cesa de bendecir al continente europeo, dé esperanza a cuantos atraviesan momentos de dificultad, especialmente a causa de la gran falta de trabajo sobre todo para los jóvenes.
Queridos hermanos y hermanas, este año los cristianos de todas las confesiones celebramos juntos la Pascua. Resuena así a una sola voz en toda la tierra el anuncio más hermoso: «Era verdad, ha resucitado el Señor». Él, que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, dé paz a nuestros días. Feliz Pascua.
Después de la bendición Urbi et Orbi el Santo Padre dirigió el saludo pascual:

Queridos hermanos y hermanas,
Dirijo mi deseo de Buena Pascua a todos ustedes, quienes están reunidos aquí, procedentes de Italia y de otros países, así como a cuantos están unidos a través de los diferentes medios de comunicación. Que el anuncio pascual de Cristo Resucitado pueda reavivar las esperanzas de sus familias y de sus comunidades, en especial de las nuevas generaciones, futuro de la Iglesia y de la humanidad.
Un agradecimiento especial a quienes han donado y a quienes han colocado las decoraciones florales, que también este ano provienen de diferentes países.
Que puedan sentir cada día la presencia del Señor Resucitado, y compartir con los otros la alegría y la esperanza que Él nos dona. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buena fiesta y ¡hasta la vista!
(Traducción del italiano: Mireia Bonilla – RV)
(from Vatican Radio)

DECIMOQUINTA ESTACIÓN: JESÚS RESUCITADO




TEXTO PROFÉTICO

“Así dice el Señor Dios: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy el Señor cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo haga, oráculo del Señor» (Ez 37, 12-14).

TEXTO EVANGÉLICO

“Salieron Pedro y el otro discípulo. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 3-9).

TEXTO PATRÍSTICO

“El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y resucitando de entre los muertos, exclamó con voz potente: Yo soy -dice- quien he librado al condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy -dice- Cristo; el que venció la muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo”. (Melitón de Sardes).

TEXTO MÍSTICO

“… si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe” (Vida 28, 8).

CONSIDERACIÓN

- Señor Jesucristo, ¿cómo puedo percibir tu presencia viva?

- Escucha mi Palabra, mira el rostro del que sufre, adora el Sacramento de la Eucaristía, escucha dentro de ti mismo, acércate al grupo de los que creen en mí, estate atento a lo que sucede.
Ángel Moreno de Buenafuente.

Volver a Galilea



Los evangelios han recogido el recuerdo de unas mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Le siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez escondidos.
El mensaje que escuchan al llegar es de una importancia excepcional. El evangelio de Mateo dice así: «Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía». Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no hemos de buscarlo en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, en una fe apagada que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: «Id enseguida a decir a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis"». ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de «resucitar» nuestra fe.
Además, a orillas del lago de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos cuanto antes a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la «presencia invisible» de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su «presencia silenciosa» recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.
José Antonio Pagola

Carta del cardenal arzobispo de Madrid: ¡Resucitó!


Aquellos que entraron y vieron el sepulcro tuvieron un antes y un después en su vida. La medicina más necesaria para todos, y también para el derroche misionero de la Iglesia en medio de los hombres, es entregar la noticia de que Cristo ha resucitado
¡Cuántas veces he dado vueltas a esa página del Evangelio en la que Jesús se aparece a María Magdalena! Comprobar que Cristo había resucitado, la experiencia del sepulcro vacío, tiene tal fuerza, tal hondura, que no es fácil explicarlo con palabras. Lo que sí se puede decir es que, aquellos que entraron y vieron el sepulcro, tuvieron un antes y un después en su vida. Eran diferentes; la ternura de Dios, la revolución de la ternura de Dios se había manifestado y ellos habían tenido experiencia de la misma. Hubo un antes y un después en sus vidas con el triunfo de Cristo, con su Resurrección. Pasaron de la muerte a la vida, del fracaso al triunfo, de la mentira a la verdad. La medicina más necesaria para todos, y también para el derroche misionero de la Iglesia en medio de los hombres, es entregar la noticia de que Cristo ha resucitado. Esto es lo que el Papa Francisco no se cansa de decirnos. Lo hace con estas palabras tan suyas como propuesta a toda la Iglesia: «La alegría de evangelizar». Hay que llevar a los hombres la alegría de la Resurrección. San Agustín decía que «la fe de los cristianos es la resurrección de Cristo». «Y Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos» (Hch 17, 31).
¿Cómo sucedió aquella mañana? La explicación es sencilla, pero tiene tal actualidad para los hombres y mujeres de este tiempo que es necesario acercarse a lo que allí ocurrió. Desde el momento de la Resurrección de Cristo, el primer día de la semana es el domingo. Por eso sitúa a María Magdalena diciendo que era un domingo, el primer día de la semana, cuando ella se dirige al sepulcro. Es María Magdalena, a la que el Señor había mostrado tanta misericordia, compasión y perdón. Era en el amanecer, aun estaba oscuro, cuando fue al sepulcro y observó que la losa que lo tapaba estaba corrida. El sepulcro estaba abierto. Se imaginó lo peor: que alguien hubiese entrado para ensuciar la memoria de Cristo. Por eso, al verlo, se asustó y marchó corriendo a dar la noticia a Pedro y a Juan de que se habían llevado al Señor. ¡Qué tragedia! Sin embargo, era todo lo contrario: era la invasión de la alegría por un Dios que se hizo hombre para regalarnos la dulce y confortadora alegría de su triunfo en Cristo.
El debilitamiento de nuestra fe en la Resurrección de Jesús nos debilita y no nos hace ser testigos de lo más grande que ha sucedido para el ser humano: su triunfo verdadero, que no está en los descubrimientos maravillosos que hace y hará, sino en el triunfo de Cristo que es el nuestro; «hemos resucitado con Cristo». María Magdalena pensaba que allí había sucedido lo que solemos hacer los hombres, una actuación de gestos sin afectos, de gestos rígidos, hacia quien murió perdonando, y entre cuyas últimas palabras estaban: «Perdónalos porque no saben lo que hacen», «hoy estarás conmigo en el paraíso», o «a tus manos encomiendo mi espíritu». María Magdalena pensó como los hombres, por eso rápidamente fue a avisar a Pedro y a Juan. Pero algo diferente había sucedido allí. Pedro y Juan fueron a comprobar lo que había pasado. Por juventud llegó antes Juan y vio desde fuera los lienzos tendidos, pero esperó la llegada de Pedro, pues era el que había puesto el Señor al frente de todos. Este fue el primero que entró y comprobó algo inaudito: los lienzos estaban tendidos y el sudario con el que se le había envuelto la cabeza estaba enrollado en un sitio aparte. Vieron y creyeron y recordaron lo que había dicho el Señor: «que Él había de resucitar de entre los muertos». Esto es lo que dio, a los apóstoles y a los primeros discípulos de Jesús, valentía, audacia profética y perseverancia hasta dar la vida para afirmar que Cristo es el que la da y la tiene y la alcanzó para los hombres.
El sueño que el Papa Francisco nos muestra en la exhortación Evangelii gaudium nace de creer en Jesús, que nos dice: «Yo soy la Resurrección y la Vida». Pero es verdad que para hacer realidad este sueño, hay que beber de la fuente de la vida que supone entrar en comunión con el amor infinito en el encuentro con Cristo, como les pasó a María Magdalena, Pedro y Juan. En Cristo Resucitado pudieron experimentar lo mismo que el Papa Francisco nos señala: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (EG 27). El anuncio se tiene que concentrar en lo esencial que es lo más bello, lo más grande y lo más atractivo, lo más necesario: que Cristo ha resucitado. «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24, 34).
La revolución de la ternura
En esta Pascua, miremos a cinco personajes que nos invitan a ser testigos de la Resurrección, que en definitiva es mostrar la revolución de la ternura y de la misericordia de un Dios con un inmenso amor para el ser humano:
1. Santa Teresa de Lisieux (1873-1897). Viviendo junto al Resucitado como «florecilla deshojada, el grano de arena […] el juguete y la pelotita de Jesús», es donde encuentra el auténtico sentido de su vocación: el Amor, capaz de aunar y colmar todos sus deseos, antes torturadores por contradictorios e imposibles.
2. El beato Carlos de Foucauld (1858-1916). Con una experiencia fuerte de la Resurrección, del triunfo de Cristo y, por ello, del hombre, se olvidó de sí mismo y pudo escribir lo que vivía desde una comunión viva con Cristo: «Padre mío, me abandono a Ti. / Haz de mí lo que quieras. / Lo que hagas de mí te lo agradezco, / estoy dispuesto a todo, / lo acepto todo. / Con tal que Tu voluntad se haga en mí / y en todas las criaturas, / no deseo nada más, Dios mío. / Pongo mi vida en tus manos. / Te la doy, Dios mío, / con todo el amor de mi corazón, / porque te amo, / y porque para mí amarte es darme, / entregarme en Tus manos sin medida, / con infinita confianza, / porque Tú eres mi Padre».
3. San Juan XXIII (1881-1963) habla de un director espiritual que nunca olvidará y habla de Dios, que se revela y muestra en Jesucristo muerto y resucitado: «Me dio un lema de vida como conclusión de nuestro primer encuentro. Me lo repito muchas veces, sereno, pero con insistencia. Dios es todo, yo no soy nada. Esto fue como una piedra de toque, se abrió para mí un horizonte insospechado, lleno de misterio y fascinación espiritual».
4. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein (1891-1942). La cuestión de la Resurrección tiene una importancia capital en ella: «Cuando tratamos del ser personal del hombre, rozamos de muchas maneras otro problema que ya hemos encontrado en otros contextos y que debemos aclarar ahora si queremos entender la esencia del hombre, su lugar en el orden del mundo creado y su relación con el ser divino […]» (Ser finito y ser eterno). ¡Qué bien lo explica con su vida acogiendo a quien es la Resurrección y la Vida!
5. San Pedro Poveda (1874-1936) incide en que creer en la Resurrección nos lleva a confesar la fe que se profesa y a manifestar la coherencia de la propia vida con esa misma fe hasta derramar la sangre. Esto hace él: «Creí por eso hablé. Es decir, mi creencia, mi fe no es vacilante, es firme, inquebrantable, y por eso hablo» y asumo todas las consecuencias.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid

Domingo de Pascua de Resurrección: El primer día de la semana


Con estas palabras comienza el pasaje del Evangelio que hoy tenemos ante nosotros. Esta referencia temporal, aparentemente sin demasiada importancia, tiene gran interés en la historia de la salvación. Hoy la referencia al tiempo no aparece exclusivamente en el Evangelio. Toda la celebración litúrgica se centra en la importancia del día. «Oh Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad», escuchamos en la oración inicial de la Misa. Igualmente, en la plegaria eucarística, la oración central de la celebración de la Misa, leemos «en este día glorioso». En cuanto a los textos bíblicos, el salmo responsorial canta: «este es el día que hizo el Señor». ¿De qué día se trata? La respuesta es obvia, pero sus consecuencias merecen ser explicadas.
El primer día de la semana es el domingo, que en nuestro entorno lingüístico toma su nombre de dominica, que, a su vez, procede de dominus, que significa Señor. Por lo tanto, domingo significa etimológicamente día del Señor. Y este es el día en el que el Señor resucitó. Históricamente se reconocía a los cristianos desde la época apostólica por el hecho de reunirse en el día del sol –que era como llamaban los romanos al primer día de la semana– para celebrar la Eucaristía. Más adelante se subrayó un domingo al año, el día de Pascua, como el domingo principal, a partir del cual surgiría la Cuaresma como tiempo preparatorio y el tiempo pascual como prolongación. Pero este «día», este «hoy», se refiere también a cada vez que nosotros celebramos la Pascua del Señor. A través de la celebración eucarística se hace presente de nuevo la victoria de Cristo sobre la muerte.
El día primero es también cuando Dios comenzó su obra creadora. Así lo leemos en la primera lectura de la Vigilia Pascual. De esta manera, la liturgia recoge la vinculación que desde antiguo la Tradición de la Iglesia ha visto entre la primera creación y la nueva creación.
El sepulcro vacío
El pasaje de este domingo sitúa la escena en torno al sepulcro donde había sido depositado el Señor al amanecer del domingo. El fragmento busca destacar el carácter sorpresivo de lo que ha ocurrido. No comprenden lo sucedido. Así lo expresan las palabras de María Magdalena, cuando dice: «se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Es interesante detenernos en los movimientos de Juan. El discípulo a quien Jesús amaba llega antes a la tumba y, probablemente por respeto a Pedro, no pasa en primer lugar. Sin embargo, cuando entra, dice el Evangelio que «vio y creyó». Con ello el evangelista constata que la fe procede de la realidad. Si ha creído es porque ha percibido algo. Ha visto el signo del sepulcro vacío, así como los lienzos y el sudario con el que Jesús había sido cubierto. Juan comprende que el cuerpo de Jesús no ha sido robado, sino que Jesús vive, que no está ya muerto. En un instante ha entendido el acontecimiento fundamental de la historia.
Domingo de Pascua de Resurrección: El primer día de la semana
La Resurrección del Señor tiene consecuencias para la condición humana. La novedad absoluta de lo que ha ocurrido marca la renovación de la vida del hombre. Hoy es derrotada la muerte, causada por el pecado. El triunfo pascual que san Juan describe va mucho más allá de un sepulcro vacío, de unos lienzos y de un sudario. Significa que ahora ya nuestra propia vida adquiere un nuevo sentido. Durante el tiempo pascual comprenderemos que, por el Bautismo, nuestra suerte ha quedado unida a la de Jesucristo. Asimismo, la novedad de este acontecimiento ha de reflejarse en nuestras obras, huyendo de la «levadura de corrupción y de maldad», de la que nos habla san Pablo en la carta a los Corintios (Cf. 1Co 5, 8).
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Alfa y Omega

Vayamos a anunciar el latir del Resucitado, fermento de nueva humanidad: el Papa en la Vigilia Pascual

«En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt 28,1). Podemos imaginar esos pasos…, el típico paso de quien va al cementerio, paso cansado de confusión, paso debilitado de quien no se convence de que todo haya terminado de esa forma… Podemos imaginar sus rostros pálidos… bañados por las lágrimas y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?
A diferencia de los discípulos, ellas están ahí —como también acompañaron el último respiro de su Maestro en la cruz y luego a José de Arimatea a darle sepultura—; dos mujeres capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presenta y de resistir el sabor amargo de las injusticias. Y allí están, frente al sepulcro, entre el dolor y la incapacidad de resignarse, de aceptar que todo siempre tenga que terminar igual.
Y si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de estas mujeres podemos encontrar los rostros de tantas madres y abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana. Vemos reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y la trata. En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas. Ellas son el rostro de mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien. Ellas, en su dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la ciudad, ven crucificada la dignidad.
En el rostro de estas mujeres, están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro y el mío. Como ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con que las cosas tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una promesa y la certeza de la fidelidad de Dios. Pero también nuestros rostros hablan de heridas, hablan de tantas infidelidades, personales y ajenas, hablan de nuestros intentos y luchas fallidas. Nuestro corazón sabe que las cosas pueden ser diferentes pero, casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el sepulcro, a convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos. Así son, tantas veces, nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas mujeres, un andar entre el anhelo de Dios y una triste resignación. No sólo muere el Maestro, con él muere nuestra esperanza.
«De pronto tembló fuertemente la tierra» (Mt 28,2). De pronto, estas mujeres recibieron una sacudida, algo y alguien les movió el suelo. Alguien, una vez más salió, a su encuentro a decirles: «No teman», pero esta vez añadiendo: «Ha resucitado como lo había dicho» (Mt 28,6). Y tal es el anuncio que generación tras generación esta noche santa nos regala: No temamos hermanos, ha resucitado como lo había dicho. «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo» (cfr R. GUARDINI, El Señor). El latir del Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad. Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena.
Cuando el Sumo Sacerdote y los líderes religiosos en complicidad con los romanos habían creído que podían calcularlo todo, cuando habían creído que la última palabra estaba dicha y que les correspondía a ellos establecerla, Dios irrumpe para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad. Dios, una vez más, sale a nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo tiempo, el tiempo de la misericordia. Esta es la promesa reservada desde siempre, esta es la sorpresa de Dios para su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un germen de resurrección, una oferta de vida esperando despertar.
Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo Vive. Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia (cf. Mt 28,8). Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros.
Así como ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas, que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras miradas. Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos.
Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.
(from Vatican Radio)