lunes, 26 de diciembre de 2016

"Silencio" de Scorsese, una obra maestra del cine espiritual


 Probablemente junto con "El árbol de la vida" de Terrence Malick nos encontremos con una de las películas de más densidad teológica en perspectiva cristiana. Lo que la coloca al lado de obras maestras de la altura de Dreyer, Bresson o Tarkovski.
El apropiado "silencio" antes de su estreno ha generado una expectativa en crítica y público que no defrauda. Para los más alejados de la fe resultará una película extraña, inquietante y con probabilidad incómodamente confesante. A los creyentes que esperan una película de vida de santos misioneros y mártires les resultará decepcionante por ambigua y falta de luz cegadora, de una conversión tumbativa. Pero al que quiera pensar y creer, quizás le sumerja en un silencio habitado.
Scorsese es un cristiano anómalo, en cierta forma un cristiano oculto. Por este motivo cuando el arzobispo Paul Moore, tras comentar y defender su película "La última tentación de Cristo" (1988), le regaló la novela de Endô, le estaba y nos estaba haciendo un gran servicio. El proyecto de hacer una película de "Silencio" ha acompañado al director de "Malas calles" (1973), "Taxi Driver" (1976), "Toro salvaje" (1980), "Casino" (1995), "Gangs of New York" (2002), "La invención de Hugo" (2011) y "El lobo de Wall Street" (2013) durante casi 30 años. Ha sido un tiempo tanto de controversias legales como de maduración estética y espiritual.
"Silencio" dura dos horas y cuarenta minutos. Se trata de una peregrinación espiritual que sigue fielmente a la novela. El director está mucho más preocupado por transmitir la experiencia espiritual que por crear una atmósfera afectiva para la narración fílmica, lo que exige al espectador adentrarse entre las nieblas y barros en el drama humano al que Dios asiste aparentemente silencioso.
Scorsese es un director de dramas con personajes torturados que andan buscando la luz. El Jesucristo de "La última tentación" no era una excepción. El Charlie de "Malas calles", el boxeador Jake LaMotta de "Toro salvaje", la peripecia de la joven viuda en "Alicia ya no vive aquí" (1974), o el prometedor abogado Newland Archer de "La edad de la inocencia" (1993) siguen el modelo de seres torturados, inadaptados entre el cielo y la tierra. Tras esta tensión trágica, en Scorsese late, tanto como en los autores que adapta, una búsqueda espiritual que se hace temática no solo en su filmación del libro del cristiano ordodoxo-heterodoxo Nikos Kazantzakis, sino también en "Kundun" (1997) desde el budismo y de nuevo con el P. Rodrigo, todo un arquetipo del cristianismo trágico unamuniano.
La factura fílmica es excepcional. La representación del Japón medieval con sus brumas entre la noche y fe, el barro de la pobreza de una sociedad injusta y violenta, el oscuro mar que amenaza como el poder despótico. Lo fétido no se huele pero se siente. La secuencia magistral de la tortura y muerte de los campesinos cristianos, crucificados en la orilla del mar que les ahoga y asesina, es de una contención estética que permite erizar la piel.
La actuación del aparentemente superficial Spiderman, Andrew Garfield, en el papel del padre jesuita protagonista resulta más que una sorpresa agradable. Como ya ha demostrado en "Hasta el último hombre" (2016) de Mel Gilson se trata de un actor que tiene algo de los modelos bressonianos, un rostro capaz de mostrar un misterio. Issei Ogata en el papel del gobernador militar Inoue, escondido bajo la apariencia de un viejo samurái resulta de una gran potencia dramática a la altura de los personajes inolvidables de Akira Korosawa, viejo amigo de Scorsese. El director italonorteamericano apareció haciendo de Vincent Van Gogh en "Los sueños de Akira Korosawa" (1990). La presencia-ausencia del personaje del padre Ferreira, contenido y enigmático Liam Neeson en su aportación, resulta un factor agregador de sentido. Yôsuke Kubozuka en el papel del infiel y fiel Kichijiro cumple con creces su papel de espejo del protagonista. Mientras que el padre Garpe interpretado por Adam Driver supone un contrapunto para el seguro liderazgo de P. Rodrigo.
El drama interno del protagonista supone una transfiguración. El punto de partida es la generosa disposición del misionero que viene a evangelizar y cambiar el mundo bajo la bandera de Jesucristo. El primer giro vendrá ante el reconocimiento de la fe sencilla y valiente martirio de los pobres campesinos japoneses, los cristianos ocultos y verdaderos. El segundo giro de tuerca vendrá tras el denso y casi cómplice silencio de Dios, un Dios que calla ante el sufrimiento de los inocentes. La rosca apretará a fondo en la comprobación de la debilidad, cuando la confianza en sí mismo salta por los aires ante el miedo a la tortura en sí y en los otros, los pequeños hermanos. Y justo allí en medio del más radical silencio se oirá una palabra...
No es una casualidad que en un tiempo de densificación del dolor de los pobres, de fuerte secularización silenciosa de dioses, de renovada persecución fundamentalista de los distintos la actualidad de "Silencio" nos resulte inquietante. Scorsese se ha sabido aupar en la potencia de la obra de Endô para realizar una meditación espiritual sobre el rostro de Dios presente en Jesucristo. Desde este rostro se verifica toda mediación humana que antes que salvar necesita ser salvada. La apostasía en un paso para la purificación de la fe, la duda es una puerta para la confianza, el sufrimiento un crisol innecesario pero sobrevenido que hace descansar el pie en la definitiva roca firme.
Como creador el director añade en su obra algo más que un artesano de adaptaciones. El final de Scorsese, en su sutileza, será más rotundo y occidental, que el final de la novela de Endô. Que solo sea por este final añadido, vale la pena el camino. El infiel jesuita y su fiel sirviente Kichijiro se unen por fin. La última vuelta en un minúsculo símbolo dejado por una mujer.
La historia del cristianismo en Japón he de ser comprendida desde los "kakure kirishitans", la iglesia de las catacumbas. Entre finales del siglo XVI y el año 1865 los cristianos fueron perseguidos y prohibidos en el llamado período Edo de la historia de Japón, un período de estabilidad muy marcado por la defensa de su propia tradición y estructura social. Tras la llegada de los primeros misioneros con San Francisco Javier (1549), de la mano de portugueses y españoles, y tras un tiempo de acogida, el cristianismo fue visto como una amenaza de conquista de la mano de las potencias occidentales. El ejemplo de Filipinas y América era una confirmación.
Tras algunos episodios de persecución como los 26 mártires de Nagasaki (1597) y periodos de calma se instaura la prohibición en la que 5000 cristianos fueron exterminados. La rebelión campesina-cristiana de Shimabara fue sofocada con la muerte de 37.000 rebeldes y la destrucción de las iglesias, la expulsión de los misioneros y la desaparición de los japoneses cristianos que eran obligados a apostatar pisando los "fumie" pequeñas imágenes de Cristo y de la Virgen María. Durante dos siglos se mantuvo oculto un cristianismo organizado en pequeñas cofradías presentes entre la población campesina y sin ningún contacto con las iglesias. Este cristianismo popular y sincretista sobrevivió en pequeños núcleos hasta que en 1865, tras la legalización del cristianismo, 15 japoneses cristianos ocultos aparecieron en una iglesia para europeos de las afueras de Nagasaki, allí salieron a la luz los cristianos de las catacumbas en Japón.
En 1966, Endô, el mejor novelista católico de Japón, publicó su obra Silencio. Fue un éxito enorme y el cristianismo en Japón, con poco más de un millón de fieles, se convirtió en motivo de debate y discusión. Dos millones de ejemplares vendidos, diferentes premios y la traducción a todas las lenguas de gran difusión hicieron del texto la obra más reconocida de su autor.
Endô influido por la cultura de los grandes escritores católicos franceses Mauriac, Claudel y Bernanos escribe desde un compromiso cristiano a la vez que desde la intersección de la identidad cultural japonesa y las influencias de Occidente. Su novela sobre la inculturación del cristianismo en el Japón largamente medieval adquiere una nueva actualidad en el tiempo de la secularización y en un momento del mundo donde la persecución de los cristianos se acentúa.
El contraste de sus dos protagonistas, el padre Sebastián Rodrigo y el cristiano Kichijirö, una especie de Judas japonés, representa el contrapunto de dos mundos: Oriente y Occidente. El misionero jesuita llega con su compañero Francisco Garrpe buscando al padre Ferreira, su antiguo maestro y formador, del que corre el rumor que ha apostatado. Su desembarco clandestino desde Macao, donde conoce a un Kichijirö borracho y ensimismado, a las islas de la zona de Nagasaki le lleva a ponerse en contacto con los grupos de campesinos cristianos ocultos. Allí conoce su fe y su papel de misionero se despliega en una mezcla de fidelidad a Jesús, servicio a aquellos cristianos pobres y perseguidos junto con una cierta y sospechosa arrogancia.
La peripecia de ficción basada en la historia real sirve a Endô para profundizar en cuestiones esenciales como la debilidad de la naturaleza humana, la fidelidad de los pequeños y sencillos, el silencio de Dios, la centralidad de Jesucristo, la inculturación de la fe, la violencia y la persecución, el poder de la imagen como sacramento y la fuerza oculta de la gracia divina.
(Peio Sánchez Rodríguez).
Religión digital

26 de diciembre: san Esteban, diácono y protomártir


Fue la primera muerte por Cristo después que resucitó. Resultó inesperada, violenta, envidiosa, cruel; calificativos que podrían completarse con gloriosa, inocente, ejemplar, fuerte, valiente. La muerte del protomártir provocó sorpresa y miedo en Jerusalén con el consiguiente afán de huida –cosa de instinto– de los cristianos que se desparramaron por los alrededores.
Esteban fue el abanderado de los mártires que en el calendario son los que más figuran por ser más abundante esta categoría entre los santos; fue el diácono quien señaló el camino a los demás mártires, el que inauguró el martirologio.
Se cumplió en él la advertencia del Señor; no había nada de extraordinario en su muerte, entraba en el guión: «como corderos en medio de lobos… os azotarán en las sinagogas… el discípulo no está por encima de su maestro, ni el siervo por encima de su señor… no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… dichosos cuando os injurien y os persigan por causa de mi nombre… bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia». Así habían comenzado ya el programa los Apóstoles «gozosos de haber sufrido por el nombre de Jesús», pero no habían llegado a tanto. Era claro que Jesús les había dicho «Seréis mis testigos». ¿No quiere decir eso la palabra mártir?
Esteban fue llamado para colaborar de modo directo al ministerio apostólico, sirviendo las mesas. Se habían quejado los neocristianos procedentes de los judíos de lengua griega porque no se atendían suficientemente a sus viudas. Los Apóstoles habían pensado que unos varones sensatos, prudentes, activos y llenos de caridad debían ser incorporados al servicio del apostolado y dedicarse a la atención de las mesas de modo principal. Eligieron a siete y Esteban era uno de ellos.
Judíos de la sinagoga de los libertos procedentes de aquellos judíos que Pompeyo había llevado a Roma, originarios de Cirene y de Alejandría, y que al conseguir la libertad regresaron a la tierra de sus mayores, seguían formando un colectivo problemático y difícil. Se habían unido a otros alejandrinos, cirenenses, y asiáticos para disputar con Esteban; no están a su altura. Hay una confabulación contra el diácono para presentar testigos falsos y llevarlo al Sanedrín –se repetía la manera de hacer ya harto conocida– donde le acusarían falsamente de proferir blasfemias contra Dios y contra Moisés.
Lo esperaron estos fanáticos judíos, querían encontrarlo a solas en uno de los muchos vericuetos o callejuelas estrechas de Jerusalén, con la intención de dañar porque la secta de los cristianos estaba dando que hablar demasiado y se llevaba a mucha gente; los sacerdotes decían que era una humillación para el pueblo. Acorralaron a Esteban y le increparon por su fe en el crucificado; ante el Sanedrín comenzó a hablar Esteban con un diálogo que, más que defensa, es catequesis donde se toma pie de lo común antiguo para llegar a la salvación realizada por Jesucristo, que es lo nuevo. No era aquel hombre interpelado un extraño, un alienígena, ni un advenedizo; hablaban un lenguaje común, pero la sintonía no podía darse, estaban en ondas distintas. Predica desafiante la verdad y aquello no lo soportaron sus oyentes por sus pasiones exacerbadas.
Lapidación era la pena a los blasfemos y blasfemia interpretaron de Estaban cuando les habló de cielos abiertos, y de Jesucristo reinante junto al trono de Dios. Le tiraron todas las piedras que había, pedrada tras pedrada fue muriendo, a pesar de que «su cara les pareciera un ángel». Testigos hubo de cargo; aquel joven Saulo que por poca edad –no por falta de ganas– no pudo tirar; solo cooperó guardando las ropas de los lapidadores que necesitaban facilidad de movimientos para arrojar los terribles proyectiles manuales pétreos. Es hecho conocido que la misma Escritura Santa, dura por clara, dice que «Saulo aprobaba su muerte».
Como el ser precede al actuar, Esteban era cristiano y actuó como tal, el modelo era Cristo a quien amaba y desea imitar. Esteban terminó con la súplica «Señor, Jesús, recibe mi espíritu» y, como no sabía hacer otra cosa, repitió la actitud interna y la misma súplica externa del Salvador crucificado: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado».
Debió de contar el episodio martirial el mismo Pablo, testigo ocular, a Lucas, que trabajó años junto a él y lo dejó escrito en su libro Hechos de los Apóstoles. Bien pudo ser la mismísima conversión de Pablo el fruto maduro del martirio de Esteban.
Infomadr

El Dios de las cosas pequeñas



Leí esta expresión en una estupenda entrevista que le hicieron a Chema Caballero, en la que hablaba de la recuperación de los niños soldado de Sierra Leona. Me encantó. Estamos en pleno Adviento y esperamos a ese Dios de las cosas pequeñas: del vaso de leche que se toman los niños antes de ir al cole. De un detalle en el trabajo con algún compañero. De hacer esa llamada pendiente. De esa oración que hago por alguien que lo necesita, como un guiño al cielo. De la honradez y la transparencia en lo cotidiano. De perdonar alguna ofensa que me hicieron.
Todas estas cosas son tan pequeñas y tan grandes a la vez… Todo está en ese «espacio interior del mundo», en una expresión de Rilke tan querida para Etty Hillesum (fallecida en un campo de concentración); expresión que es aún más bonita en alemán porque constituye una sola palabra, sin división, sin escisión: Weltinnenraum. Cosas que son pequeñas pero que un día darán fruto, como la semilla. Como el pesebre de Belén. Porque lo importante, como subraya con frecuencia el Papa, es «generar procesos, y no ocupar espacios». Aquí, eso pequeño de lo que hablamos es la misión que llevamos juntos los alumnos, los profesores, las familias, las hermanas, la gente… Un día fructificará, pero ya está brotando. Educar es ayudar a un pueblo a ser protagonista de su propio desarrollo, a vivir con dignidad, a ponerse en pie, a fortalecer el tejido social, a crear estructuras más justas, a hacer más posible esa vida buena (que no buena vida) como decía el Papa en noviembre en su discurso a los movimientos populares.
Un día vino Ritong. Es un chaval que tiene 18 años y que está en primero de Secundaria (tendría que tener 12 años). Ha tenido que dejar los estudios varias veces por falta de medios, porque es huérfano, y se busca la vida como puede. Su frase más repetida es «quiero estudiar». Gracias a una beca, Ritong está estudiando y la verdad es que con muchísimo interés y ganas de aprender. Una frase que he oído más veces, de la boca de Numbi, de Antoinette, de Mangala, de Misenga, de Louis, de Mujinga… esa frase está preñada de futuro y esperanza.
Hace dos años apareció por aquí el señor Banza, un importante ingeniero informático de Kolwezi. Me contó que había estudiado en nuestra escuela de Kafakumba (un medio rural muy, muy apartado) y me dijo: «Yo quiero ayudar, porque a mí la escuela me dio mucho de lo que soy hoy». Viene dos veces por semana y nos está ayudando a implantar la sección Comercial-Informática. Y el otro día, para que no me olvidara de esta cadena ininterrumpida de solidaridad, de coraje y de entrega, vino un chaval y me dijo: «Yo de mayor quiero ser como el señor Banza».
Victoria Braquehais
Religiosa de la Pureza de María. Misionera en la República Democrática del Congo
Alfa y Omega

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MAYEO POR EL PAPA FRANCISCO


 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad, es decir para asistir a los pobres, los huérfanos y las viudas en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. 

Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de los reyes, da testimonio de Él y ofrece como don su vida, como lo hacía en el servicio a los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir en plenitud el misterio de la Navidad.

El Evangelio de esta fiesta cita una parte del discurso de Jesús a sus discípulos en el momento en que los envía en misión. Dice entre otras cosas: «Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará» (Mt10, 22). 

Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que le quitan ese falso revestimiento dulzón que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida. 

Y para acoger de verdad a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Noche santa, el camino es precisamente el indicado por este Evangelio, es decir, dar testimonio de Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo de ir a contracorriente y de pagar en primera persona. 

Y si bien no todos están llamados, como san Esteban, a derramar la propia sangre, a cada cristiano, sin embargo, se le pide ser coherente en toda ocasión con la fe que profesa. Y la coherencia cristiana es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos y no decir: «soy cristiano», y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que debemos pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente, pero hermoso, muy hermoso, y quien lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: «¡Paz! ¡Paz!». Esta paz donada por Dios es capaz de tranquilizar la conciencia de aquellos que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final (cf. Mt10, 22).

Hoy, hermanos y hermanas, recemos de modo particular por quienes son discriminados, perseguidos y asesinados por el testimonio que dan de Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si lleváis esta cruz con amor, habéis entrado en el misterio de la Navidad, habéis entrado en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos, además, para que, gracias también al sacrificio de estos mártires de hoy —son muchos, muchísimos—, se refuerce en todas las partes del mundo el compromiso por reconocer y asegurar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Queridos hermanos y hermanas, os deseo que viváis con serenidad las fiestas navideñas. Que san Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino de cada día, que esperamos coronar, al final, en la jubilosa asamblea de los santos en el Paraíso”. (Papa Francisco, Ángelus del 26-12-2014)

EVANGELIO DE HOY: EL QUE PERSEVERE HASTA EL FINAL SE SALVARÁ




Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,17-22):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: 

«No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. 

Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. 

Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

Palabra del Señor