sábado, 31 de enero de 2015

"¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".



Evangelio según San Marcos 4,35-41.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

viernes, 30 de enero de 2015

"Avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio". San Juan Bosco

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.


Este era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.



Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.



En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.

La memoria y la esperanza son los parámetros del cristiano dijo el Papa

 Un cristiano siempre debe custodiar en sí la “memoria” de su primer encuentro con Cristo y la “esperanza” en Él, que lo impulsa a ir adelante en la vida con el “coraje” de la fe. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.

No ama verdaderamente quien no recuerda “los días del primer amor”. Y un cristiano sin memoria de su primer encuentro con Jesús es una persona vacía, espiritualmente inerte, come sólo saben ser los “tibios”.

Cristianos tibios, un fracaso.

La frase inicial de la Carta a los Hebreos, en la que el autor invita a llamar “a la memoria aquellos primeros días”, aquellos en los que han recibido – dice – “la luz de Cristo”, orientó la reflexión del Papa Francisco. En especial “el día del encuentro con Jesús” – observó el Pontífice – jamás debe olvidarse porque es el día de “una alegría grande”, de “unas ganas de hacer cosas grandes”. Y junto a la memoria –  pidió –  jamás perder el “coraje de los primeros tiempos” y el “entusiasmo”, la “franqueza” que nacen del recuerdo del primer amor:

“La memoria es muy importante para recordar la gracia recibida, porque si nosotros perdemos este entusiasmo que viene de la memoria del primer amor, este entusiasmo que viene del primer amor, llega ese peligro tan grande para los cristianos: la tibieza. Los cristianos ‘tibios’, ¡eh! Pero están allí, detenidos, y sí, son cristianos, pero han perdido la memoria del primer amor. Y sí, han perdido el entusiasmo. También han perdido la paciencia, ese ‘tolerar’ las cosas de la vida con el espíritu del amor de Jesús; ese ‘tolerar’, ese ‘cargar sobre los hombros’ las dificultades… Los cristianos tibios, pobrecitos, son un grave peligro”.

Atención al mal que llama

Al pensar en los cristianos tibios, el Papa Bergoglio refiere dos imágenes tan incisivas cuanto desagradables. La evocada por Pedro, del “perro que vuelve a su vómito”, y la otra de Jesús, para quien hay personas que al decidir seguir el Evangelio sí han echado de ellas al demonio, pero cuando éste vuelve con fuerza le abren la puerta sin estar en guardia y así el demonio “toma posesión de aquella casa” inicialmente limpia y bella. Que es como decir, volver al “vómito” de aquel mal en un primer tiempo rechazado. Viceversa, afirmó Francisco:
“El cristiano tiene estos dos parámetros: la memoria y la esperanza. Llamar a la memoria para no perder aquella experiencia tan bella del primer amor, que alimenta la esperanza. Tantas veces la esperanza es oscura, pero va adelante. Cree, va, porque sabe que la esperanza no decepciona, para encontrar a Jesús. Estos dos parámetros son precisamente el marco en el que podemos custodiar esta salvación de los justos que viene del Señor”.

Memoria y esperanza es igual a fe

Una salvación –  afirmó el Papa citando un pasaje del Evangelio –  que debe ser protegida “para que la pequeña semilla de mostaza crezca y dé su fruto”:
“Causan pena, hacen mal al corazón tantos cristianos – ¡tantos cristianos! – a mitad de camino, tantos cristianos fracasados en este camino hacia el encuentro con Jesús, partiendo del encuentro con Jesús. Este camino en el que han perdido la memoria del primer amor y no tienen esperanza”.
“Pidamos al Señor –  fue la oración conclusiva del Santo Padre en esta homilía –  la gracia de custodiar el regalo, el don de la salvación”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

jueves, 29 de enero de 2015

La belleza de la paternidad y de la maternidad


Queridos hermanos y hermanas:
En nuestra reflexión sobre la familia, hoy nos centramos sobre la palabra padre. Padre es una palabra universal, conocida por todos, que indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre. Es la palabra con la que Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios, dándole un nuevo y profundo sentido, revelándonos, así, el misterio de la intimidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el centro de nuestra fe cristiana.


En nuestros días, se ha llegado a hablar de una “sociedad sin padre”. La ausencia de la figura paterna es entendida como una liberación a veces, sobre todo cuando el padre es percibido como la autoridad cruel que coarta la libertad de los hijos, o cuando éstos se sienten desatendidos por unos padres centrados únicamente en sus problemas, en su trabajo o la realización personal o caracterizados por su marcada ausencia del hogar. Todo esto crea una situación de orfandad en los niños y jóvenes de hoy, que viven desorientados sin el buen ejemplo o la guía prudente de un padre. Todas las comunidades cristianas y la comunidad civil deben estar atentas a la ausencia de la figura paterna, pues ésta deja lagunas y heridas en la educación de los jóvenes. Sin guías de los que fiarse, los jóvenes pueden llenarse de ídolos, que terminan robándoles el corazón, robándoles la ilusión y robándoles las auténticas riquezas, robándoles la esperanza.

DIOS NOS SALVA EN UN PUEBLO, NO EN LOS GRUPITOS QUE HACEMOS NOSOTROS CON NUESTRAS FILOSOFÍAS O NUESTRO MODO DE ENTENDER LA FE


No siguen la vía nueva inaugurada por Jesús cuantos privatizan la fe encerrándose en “élites” que desprecian a los demás. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
No privatizar la fe
Al comentar la Carta a los Hebreos, el Papa Francisco afirmó que Jesús “es la vía nueva y viva” que debemos seguir como Él quiere. Porque hay formas equivocadas de vida cristiana. Jesús “da los criterios para no seguir modelos equivocados. Y uno de estos modelos equivocados es privatizar la salvación”:
“Es verdad, Jesús nos ha salvado a todos, pero no en general, ¿no? A todos, a cada uno, con nombre y apellido. Y ésta es la salvación personal. Verdaderamente yo soy salvado, el Señor me ha mirado, ha dado su vida por mí, ha abierto esta puerta, esta vía nueva para mí, y cada uno de nosotros puede decir ‘para mí’".
"Existe el peligro de olvidar que Él nos ha salvado individualmente pero en un pueblo. En un pueblo. El Señor siempre salva en el pueblo. Desde el momento en que llama a Abraham, le promete que formará un pueblo. Y el Señor nos salva en un pueblo. Por esto el autor de esta Carta nos dice: ‘Prestemos atención los unos a los otros'. No hay una salvación sólo para mí. Si yo entiendo la salvación así, me equivoco; equivoco el camino. La privatización de la salvación es un camino equivocado”.
Comunicar fe, esperanza y caridad
Son tres los criterios para no privatizar la salvación: “la fe en Jesús que nos purifica”, la esperanza que “te hace ver las promesas e ir adelante” y “la caridad: es decir, prestemos atención los unos a los otros, para estimularnos recíprocamente en la caridad y en las obras buenas”:
“Y cuando yo estoy en una parroquia, en una comunidad – cualquiera que sea – yo esto allí, yo puedo privatizar la salvación y estar allí un poco socialmente. Pero para no privatizarla debo preguntarme a mí mismo si yo hablo, comunico la fe; hablo, comunico la esperanza; hablo, hago y comunico la caridad".
"Si en una comunidad no se habla, no se anima uno al otro en estas tres virtudes, los componentes de aquella comunidad han privatizado la fe. Cada uno busca su propia salvación, no la salvación de todos, la salvación del pueblo. Y Jesús ha salvado a cada uno pero en un pueblo, en una Iglesia”.
Grupitos eclesiales que desprecian a los demás
El autor de la Carta a los Hebreos – prosiguió explicando el Papa – da un consejo “práctico” muy importante: “no desertéis de nuestras reuniones, como algunos tienen la costumbre de hacer”. Esto sucede “cuando nosotros estamos en una reunión – en la parroquia, en el grupo – y juzgamos a los demás”, “hay una especie de desprecio hacia los demás. Y ésta no es la puerta, la vía nueva y viva que el Señor ha abierto, ha inaugurado”:
“Desprecian a los demás; abandonan la comunidad total; abandonan el pueblo de Dios; han privatizado la salvación: la salvación es para mí y para mi grupito, pero no para todo el pueblo de Dios. Y esta es una equivocación muy grande. Es lo que llamamos ‘las elites eclesiales’. Cuando en el pueblo de Dios se crean estos grupitos, piensan que son buenos cristianos, también – quizás – tengan buena voluntad, pero son grupitos que han privatizado la salvación”.
Dios nos salva en un pueblo, no en las élites
“Dios – subrayó el Papa – nos salva en un pueblo, no en las élites que hemos hecho nosotros con nuestras filosofías o nuestro modo de entender la fe. Estas no son gracias de Dios".
Preguntémonos: "¿Yo tengo tendencia a privatizar la salvación para mí, para mi grupito, para mi élite? ¿O no me alejo del pueblo de Dios y estoy siempre en comunidad, en familia, con el lenguaje de la fe, de la esperanza y el lenguaje de las obras de caridad?".

El Papa Francisco concluyó pidiendo: “Que el Señor nos dé la gracia de sentirnos siempre pueblo de Dios, salvados personalmente. Eso es verdad: Él nos salva con nombre y apellido, pero salvados en un pueblo, no en el grupito que yo hago para mí”.

ASÍ SON LOS QUE BUSCAN AL SEÑOR


Del salmo 23:

Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el mundo y todos sus habitantes:
porque Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.


Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

¿Quién puede subir al monte del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente.


Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Ése recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob.



Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

miércoles, 28 de enero de 2015

EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES, POR SANTO TOMÁS DE AQUINO

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato.

De las Conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero (Conferencia 6 sobre el Credo)

¿QUÉ PODEMOS HACER ANTE EL SUFRIMIENTO DE LOS DEMÁS?


El Papa Francisco escribe: "Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamamiento a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos".
Fuente: News.va

¿QUÉ SIGNIFICA “AMÉN” Y POR QUÉ LO DECIMOS? BENEDICTO XVI NOS LO EXPLICA


Queridos amigos, una de las palabras que más repetimos en la oración, desde que aprendemos a rezar, es “amén”. Palabra corta, pero de significado muy profundo. 


Hemos pensado que puede ser bueno para todos recordar este significado, de forma que cada vez que digamos “amén”, pronunciemos esta palabra con plena conciencia de todo lo que estamos diciéndole al Señor de modo concentrado. 


Nos lo explica nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI: 


“La oración cristiana es un verdadero encuentro personal con Dios Padre, en Cristo, mediante el Espíritu Santo. En este encuentro, entran en diálogo el «sí» fiel de Dios y el «amén» confiado de los creyentes. 


En la oración constante, diaria, podemos sentir concretamente el consuelo que proviene de Dios. Y esto refuerza nuestra fe, porque nos hace experimentar de modo concreto el «sí» de Dios al hombre, a nosotros, a mí, en Cristo; hace sentir la fidelidad de su amor, que llega hasta el don de su Hijo en la cruz. 


San Pablo afirma: «El Hijo de Dios, Jesucristo… no fue “sí” y “no”, sino que en Él sólo hubo “sí”. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su “sí” en Él. Así, por medio de Él, decimos nuestro “amén” a Dios, para gloria suya a través de nosotros» (2 Co 1, 19-20). 


El «sí» de Dios es un sencillo y seguro «sí». Y a este «sí» nosotros correspondemos con nuestro «sí», con nuestro «amén», y así estamos seguros en el «sí» de Dios. Toda la historia de la salvación es un progresivo revelarse de esta fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades y nuestras negaciones, con la certeza de que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables».


Queridos hermanos y hermanas, el modo de actuar de Dios —muy distinto del nuestro— nos da consuelo, fuerza y esperanza porque Dios no retira su «sí». Dios nunca se cansa de nosotros, nunca se cansa de tener paciencia con nosotros, y con su inmensa misericordia siempre nos precede, sale Él primero a nuestro encuentro; su «sí» es completamente fiable. En la cruz nos revela la medida de su amor, que no calcula y no tiene medida. 


En el «sí» fiel de Dios se injerta el «amén» de la Iglesia que resuena en todas las acciones de la liturgia: «amén» es la respuesta de la fe con la que concluye siempre nuestra oración personal y comunitaria, y que expresa nuestro «sí» a la iniciativa de Dios. 


A menudo respondemos de forma rutinaria con nuestro «amén» en la oración, sin fijarnos en su significado profundo. Este término deriva de ’aman’ que en hebreo y en arameo significa «hacer estable», «consolidar» y, en consecuencia, «estar seguro», «decir la verdad». 


Si miramos la Sagrada Escritura, vemos que este «amén» se dice al final de los Salmos de bendición y de alabanza, como por ejemplo en el Salmo 41: «A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, desde siempre y por siempre. Amén, amén» (vv. 13-14). 


O expresa adhesión a Dios, en el momento en que el pueblo de Israel regresa lleno de alegría del destierro de Babilonia y dice su «sí», su «amén» a Dios y a su Ley. En el Libro de Nehemías se narra que, después de este regreso, «Esdras abrió el libro (de la Ley) en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, amén”» (Ne 8, 5-6). 


Por lo tanto, desde los inicios el «amén» de la liturgia judía se convirtió en el «amén» de las primeras comunidades cristianas. Y el libro de la liturgia cristiana por excelencia, el Apocalipsis de san Juan, comienza con el «amén» de la Iglesia: «Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1, 5b-6). Y el mismo libro se concluye con la invocación «Amén, ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). 


Queridos amigos, la oración es el encuentro con una Persona viva que podemos escuchar y con la que podemos dialogar; es el encuentro con Dios, que renueva su fidelidad inquebrantable, su «sí», a cada uno de nosotros, para darnos su consuelo en medio de las tempestades de la vida y hacernos vivir, unidos a Él, una existencia llena de alegría y de bien, que llegará a su plenitud en la vida eterna.


En nuestra oración estamos llamados a decir «sí» a Dios, a responder con este «amén» de la adhesión, de la fidelidad a Él a lo largo de toda nuestra vida. Esta fidelidad nunca la podemos conquistar con nuestras fuerzas; no es únicamente fruto de nuestro esfuerzo diario; proviene de Dios y está fundada en el «sí» de Cristo, que afirma: mi alimento es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). 


Debemos entrar en este «sí», entrar en este «sí» de Cristo, en la adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo mismo quien vive en nosotros. Así, el «amén» de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra vida, una vida de consolación de Dios, una vida inmersa en el Amor eterno e inquebrantable”. 


Benedicto XVI, catequesis de la audiencia del 30 de mayo de 2012


PARÁBOLA DEL SEMBRADOR


Evangelio según San Marcos 4,1-20.

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que tuvo que subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.

Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:

"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.

Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.

Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.

Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".

Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de Él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.

Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".

Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra.

Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.

Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.

Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.

Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno". 

LA MISERICORDIA DEL SEÑOR SE ELEVA HASTA EL CIELO


Del Salmo 108:
R./ Te alabaré, Señor, porque tu misericordia se eleva hasta el cielo
Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar al son de instrumentos:
¡despierta, alma mía!

¡Despierten, arpa y cítara,
para que yo despierte a la aurora!

Te alabaré en medio de los pueblos, Señor,
te cantaré entre las naciones,
porque tu misericordia se eleva hasta el cielo
y tu fidelidad hasta las nubes.

¡Levántate, Señor Dios, por encima del cielo,
y que tu gloria cubra toda la tierra!
¡Sálvanos con tu poder, respóndenos,
para que se pongan a salvo tus predilectos!

Danos tu ayuda contra el adversario,
porque es inútil el auxilio de los hombres.
Con Dios alcanzaremos la victoria.




martes, 27 de enero de 2015

PIDAMOS AL SEÑOR LAS "GANAS" DE HACER SU VOLUNTAD

Es necesario orar a Dios y pedirle cada día la gracia de comprender su voluntad, la gracia de seguirla y la gracia de realizarla totalmente. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Las lecturas y el Salmo del día orientaron la reflexión del Papa sobre uno de los ejes de la fe: la “obediencia a la voluntad de Dios”.
Existía en un tiempo la ley hecha de prescripciones y prohibiciones, de sangre de toros y chivos, “sacrificios antiguos” que no tenían ni la “fuerza” de “perdonar los pecados”, ni de hacer “justicia”, explicó el Papa.
Después vino al mundo Cristo, que nos ha mostrado cuál es el “sacrificio” más agradable a Dios: el ofrecimiento de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre, como hizo Jesús muriendo en la cruz.
Voluntad de Dios, camino de santidad
Éste – afirmó Francisco –, “es el camino de la santidad del cristiano”: que “el plan de Dios sea realizado”, que “la salvación de Dios se cumpla”.
Lo contrario comenzó en el Paraíso, con la desobediencia de Adán, que trajo el mal a toda la humanidad. Los pecados son actos de desobediencia a Dios, de no hacer la voluntad de Dios.
En cambio, el Señor nos enseña que la obediencia al Padre es el camino, y que no hay ningún otro. "Y comienza con Jesús, sí, en el Cielo, en la voluntad de obedecer al Padre; pero en la tierra comienza con la Virgen: con Ella. ¿Qué le dijo al Ángel? “Que se haga lo que tú dices”, es decir que se haga la voluntad de Dios. Y con aquel “sí” al Señor, el Señor ha comenzado su recorrido entre nosotros".
Tantas opciones sobre la bandeja
“No es fácil”. El Papa repitió varias veces esta expresión refiriéndose al hecho de realizar la voluntad de Dios. No ha sido fácil para Jesús que – recordó – sobre esto fue tentado en el desierto, y también en el Huerto de los Olivos, con el corazón atormentado, aceptó el suplicio que le esperaba.
No fue fácil para algunos discípulos, que lo dejaron porque no entendieron lo que quería decir “hacer la voluntad del Padre”.
No lo es para nosotros, desde el momento que – notó Francisco – “cada día nos presentan tantas opciones sobre una bandeja”. De ahí que se haya preguntado: ¿Cómo hago para hacer la voluntad de Dios?”. Pidiendo “la gracia” de querer hacerla:
“¿Yo rezo para que el Señor me de ganas de hacer su voluntad, o busco compromisos porque tengo miedo de la voluntad de Dios? Y otra cosa: rezar para conocer la voluntad de Dios sobre mi vida, sobre la decisión que debo tomar ahora… tantas cosas. Sobre el modo de administrar las cosas… La oración para hacer la voluntad de Dios, y la oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir aquella voluntad, que no es la mía, es la de Él. Y no es fácil”.
“Querer” la voluntad de Dios
El Papa Francisco resumió estos conceptos afirmando que “hay que rezar para tener ganas de seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar – una vez conocida esta voluntad – para ir adelante con la voluntad de Dios”:

“Que el Señor nos dé la gracia, a todos nosotros, que un día pueda decir de nosotros lo que dijo a aquel grupo, aquella muchedumbre que lo seguía, aquellos que estaban sentados en torno a Él, como hemos escuchado en el Evangelio: 'He aquí mi madre y mis hermanos. El que hace la voluntad de Dios, éste para mí es hermano, hermana y madre'. Hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano”.

La unidad de los cristianos es instrumento de reconciliación para el mundo, dijo el Papa

Impulsar el encuentro, el diálogo y la escucha, como nos enseña Jesús, que es paciente y nos ofrece un camino de conversión interior, que nos hace crecer en la caridad y en la verdad. Y nos impulsa a rogar el don de la comunión plena de todos los cristianos, sedientos de paz y fraternidad, para que brille ‘el sagrado misterio de la unidad de la Iglesia’ como signo e instrumento de reconciliación para el mundo entero. Fue la exhortación del Obispo de Roma, que presidió las segundas Vísperas de  la Solemnidad de la Conversión de San Pablo Apóstol, como es tradicional en la basílica papal dedicada al Apóstol de las gentes, culminando así la Semana de oración por la unidad de los cristianos 2015.

Reflexionando sobre el tema de este año, con las palabras de Jesús a la samaritana: ‘Dame de beber’, del Evangelio de San Juan, el Papa Francisco se refirió a las controversias entre los cristianos, heredadas del pasado, e hizo hincapié en la importancia de comprender lo que nos une. Es decir, «la llamada a participar en el misterio del amor del Padre, revelado por el Hijo a través del Espíritu Santo». «Nos necesitamos unos a otros, necesitamos encontrarnos y confrontarnos guiados por el Espíritu Santo, que armoniza la diversidad y supera los conflictos».

Jesús es la fuente de Agua viva que apaga la sed de amor, de justicia y libertad. Y ante una multitud de hombres y mujeres cansados y sedientos, los cristianos estamos llamados a ser evangelizadores: «todos estamos al servicio del único y mismo Evangelio», señaló el Santo Padre, reiterando que Jesús es la fuente de la que brota el agua del Espíritu Santo, es decir, «el amor de Dios derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5) el día del Bautismo.

«Queridos hermanos y hermanas, hoy nosotros, que estamos sedientos de paz y fraternidad, invocamos con corazón confiado que el Padre celestial, por medio de Jesucristo, único Sacerdote, y la intercesión de la Virgen María, el apóstol Pablo y todos los santos, nos dé el don de la plena comunión de todos los cristianos, para que pueda brillar «el sagrado misterio de la unidad de la Iglesia» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio,  sobre el ecumenismo, 2), como signo e instrumento de reconciliación para el mundo entero».

El Papa se refirió finalmente al ecumenismo de la sangre. En este momento quisiera recordar a todos nuestros mártires perseguidos y asesinados porque son cristianos, dijo.

Con estas palabras concluyó su homilía, en la que dirigió un saludo cordial y fraterno a los respectivos representantes del Patriarcado Ecuménico, del Arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales. A los miembros de la Comisión Mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey y a los jóvenes que se benefician de las becas ofrecidas por el Comité de Colaboración Cultural con las Iglesias ortodoxas, que actúa en el Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

Sin olvidar a los religiosos y religiosas pertenecientes a diferentes Iglesias y Comunidades eclesiales, que han participado estos días en un encuentro ecuménico, organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en colaboración con el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, con ocasión del Año de la vida consagrada.

(CdM – RV)