domingo, 4 de junio de 2017

Vivir a Dios desde dentro


Hace algunos años, el gran teólogo alemán Karl Rahner se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos era su «mediocridad espiritual». Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es «seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual».
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por lo «exterior». Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando qué es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta hoy una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger a Dios en nuestro interior quiere decir al menos dos cosas. La primera: no colocar a Dios siempre lejos y fuera de nosotros, es decir, aprender a escucharlo en el silencio del corazón. La segunda: bajar a Dios de la cabeza a lo profundo de nuestro ser, es decir, dejar de pensar en Dios solo con la mente y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nosotros.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, puede transformar nuestra fe. Uno se sorprende de cómo hemos podido vivir sin descubrirla antes. Es posible encontrar a Dios dentro de nosotros en medio de una cultura secularizada. Es posible también hoy conocer una alegría interior nueva y diferente. Pero me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
Pentecostés - A  (Juan 20,19-23)


Francisco explica a los niños que los pequeños gestos cambian al mundo


El Papa Francisco recibió en audiencia este viernes en el Aula Pablo VI, a unos seis mil estudiantes, padres y profesores de a la experiencia educativa italiana Caballeros del Grial, que le recibieron con manifestaciones de alegría.
“Los Caballeros de San Esteban” que buscan el Grial, nació en el Movimiento de Comunión y Liberación. También había grupos que llegaron de España, Portugal, Francia y Suiza. Además de otros conectados por internet desde Paraguay y Brasil.
El papa Francisco respondió a diversas preguntas realizadas por estos estudiantes de los tres últimos años de la escuela primaria italiana.
Respondiendo a una pregunta, el Santo Padre señaló que “la vida es un continuo ‘buenos días’ y ‘adiós’. Muchas veces es un ‘adiós’ breve, pero otras es un ‘adiós’ para años o para siempre. Se crece conociendo y despidiendo. Si tú no aprendes a despedirte bien, jamás aprenderás a conocer nueva gente”.
El Santo Padre les animó también a mirar hacia uno de las paredes del Aula Pablo VI. “Mira a esa pared. ¿Qué hay detrás? ¿No lo sabes? Así es el modo en que una persona no puede crecer. Tiene un muro delante. No se sabe qué hay al otro lado”.
Po ello “debemos aprender a mirar la vida mirando horizontes. Siempre más, siempre más. Siempre adelante. Esto es el conocer nuevas gentes, conocer nuevas situaciones…”.
Lo que no significa olvidarse de los viejos amigos. “No, siempre hay un lindo recuerdo. Con frecuencia nos reencontramos con los antiguos compañeros, te saludan. Pero debemos continuar siempre adelante para crecer”.
¿Cómo cambiar al mundo? “Si ya es difícil para la gente grande, para la gente que ha estudiado, para la gente que tiene la capacidad de gobernar los países, cuanto más difícil será para un niño o una niña, ¿no?”
Y les preguntó: ¿Es posible? Dio el ejemplo de dos niños, uno que tiene dos caramelos en el bolsillo y comparte uno, en cambio el otro espera que su amigo se vaya para comerse los dos. “La primera es una actitud positiva, la otra es una actitud egoísta, negativa”, dijo.
“Para cambiar el mundo hace falta tener la mano abierta. La mano es un símbolo del corazón. Es decir, hace falta tener el corazón abierto”. O sea hay que “cambiar el mundo con las pequeñas cosas de cada día, con la generosidad, con el compartir, escuchando a los demás y creando actitudes de fraternidad”. Si alguno me insulta, y yo le insulto, eso es tener el corazón cerrado. En cambio, si alguno me insulta y yo no respondo, eso es tener el corazón abierto”. Y pidió: “¡Nunca respondáis al mal con el mal!”.
¿Cómo entender el sufrimiento? El Santo Padre señaló el caso de un hospital de niños, “¿Cómo se puede pensar que Dios ame a esos niños y les deje enfermar, les deje morir, muchas veces?”. Y añadió: “¿Por qué hay niños en el mundo que sufren hambre, mientras que en otros lugares del mundo derrochan? ¿Por qué?”. Reconoció que “hay preguntas que no se pueden responder con las palabras. No tengo palabras para explicarlo”. Si bien el Pontífice indicó que a veces no hay explicación “al por qué” sino al “para qué”.
“Pero detrás de ello, siempre está el amor de Dios”. Y ” si alguien te dice: ‘ven que te lo explico’, duda. Sólo te harán sentir el amor de Dios aquellos que te sostienen, que te acompañan y te llevan adelante”.
ZENIT

El Papa en la vigilia de Pentecostés: “Estamos como en un cenáculo a cielo abierto”



“Hermanos y hermanas gracias por el testimonio que hoy dan aquí, nos hace bien a todos, también a mi”. Con estas palabras el papa Francisco se dirigió a las aproximadamente cien mil personas que participaban en la vigilia de Pentecostés, reunidas en el antiguo Circo Máximo de Roma.
Tras leer una frase de los Actos de los Apóstoles, ‘Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados por el Espíritu Santo’, el Santo Padre recordó que en el Cenáculo todos fueron llenos del Espíritu Santo. “Hoy estamos aquí como en un cenáculo a cielo abierto”, dijo, porque “no tenemos miedo” y “porque profesamos que Jesús es el Señor”.
Estamos para llevar la buena noticia a todo el mundo, dijo el sucesor de Pedro, para decir que la paz es posible, “no es fácil, pero en nombre de Jesús podemos dar testimonio que la paz es posible”. Entretanto precisó que esto será posible “solamente si estamos en paz entre nosotros”. Si no “no es posible”.
Reconoció que tenemos diferencias, pero deseamos ser “una diversidad reconciliada” y precisó que “esta frase no es mía, es de un hermano luterano”.  Añadió que “hemos venido a pedir que el Espíritu Santo venga sobre nosotros” para “predicarlo en las calles del mundo”.
Indicó que hace 50 años nació “¿una esta institución? ¿una organización? “No, a una corriente de gracia, de la Renovación carismática católica. Una obra que nació ecuménica”, aseguró.
Recordó que allí en el Circo Máximo, “fueron martirizados tantos cristianos, como diversión”. Y que nos une el ecumenismo de la sangre,  “nos une el testimonio de nuestros mártires de hoy”, recordando que los hay más que en los tiempos pasados.
Señaló además que “el Espíritu nos quiere en camino” que Renovación “es una corriente de gracia, sin estatutos ni fundadores”, que comprende muchas obras humanas inspirada por el Espíritu Santo, y aseguró que “no se puede cerrar al Espíritu Santo en una jaula”.
Ahora, “los 50 años son un momento de reflexión”, dijo y deseó que la Renovación carismática católica sea un “lugar privilegiado” para ir hacia la unidad y precisó que “nadie es el patrón, todos somos siervos de esta corriente de gracia”.
“Puede ser que a alguien no le guste este modo de rezar, pero está en las escrituras”, dijo. Y recordó tres cosas: “Bautismo en el Espíritu Santo, alabanza y ayuda a los necesitados”. Les agradeció también porque los servicios de caridad de las diversas corrientes inician a unificarse, “como les había pedido hace dos años atrás”.
“Gracias por lo que le dieron a la Iglesia en estos 50 años, la Iglesia cuenta con ustedes”, dijo.  Y concluyó: “Servir a los más pobres, esto la Iglesia y el Papa lo espera del Movimiento Carismático Católico y de todos, todos, todos, los que entraron en esta corriente de gracia”.
ZENIT

El Papa convoca un mes extraordinario de oración y reflexión sobre la misión


Francisco acoge la propuesta de las Obras Misionales Pontificias con el objetivo de que la Iglesia vuelva a «encontrar el frescor y el ardor de su primer amor para con el Señor» y así «pueda evangelizar el mundo con credibilidad y eficacia evangélica»
Las Obras misionales Pontificias no pueden quedar reducidas a «una organización que recoge y distribuye, en nombre del Papa, ayuda económica para las Iglesias necesitadas», dijo el Papa al recibir a los participantes en la asamblea general de esta institución.
Francisco les pidió que busquen «caminos nuevos y modalidades más adecuadas, más eclesiales para desarrollar su servicio a la misión universal de la Iglesia». «Dejémonos sostener en este proceso de reforma urgente», añadió.
El Papa anunció la convocatoria de un tiempo extraordinario dedicado a la misionariedad de la Iglesia universal. «Para renovar el ardor y la pasión, motor espiritual de la actividad apostólica de innumerables santos y mártires misioneros, he acogido con mucho favor vuestra propuesta, elaborada junto con la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de convocar un tiempo extraordinario de oración y reflexión sobre la missio ad gentes. Pediré a toda la Iglesia que dedique el mes de octubre del año 2019 a esta finalidad, porque ese año celebraremos el centenario de la Carta Apostólica Maximum illud, del Papa Benedicto XV».
Citando a este Papa, Francisco pidió que «el que predica a Dios sea hombre de Dios». Y en ese sentido, expresó su anhelo de que «vuestra asistencia espiritual y material a las Iglesias las haga que estén cada vez más fundadas en el Evangelio y en el compromiso bautismal de todos los fieles, laicos y clérigos, en la única misión de la Iglesia». Se trata de aproximar «el amor de Dios a todo hombre, en especial a los más necesitados de su misericordia».
«El mes extraordinario de oración y reflexión sobre la misión como primera evangelización servirá para esta renovación de la fe eclesial». «Que la preparación de este tiempo extraordinario dedicado al primer anuncio del Evangelio –añadió el Pontífice– nos ayude a ser cada vez más Iglesia en misión, según las palabras del beato Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, magna carta del compromiso misionero postconciliar».
«En el espíritu del magisterio del Beato Pablo VI –concluyó Francisco–, deseo que la celebración de los 100 años de la Maximum illud, en el mes de octubre de 2019, sea un tiempo propicio para que la oración, el testimonio de tantos santos y mártires de la misión, la reflexión bíblica y teológica, la catequesis y la caridad misionera contribuyan a evangelizar ante todo a la Iglesia, de modo que ella, volviendo a encontrar el frescor y el ardor de su primer amor para con el Señor crucificado y resucitado, pueda evangelizar el mundo con credibilidad y eficacia evangélica».
Alfa y Omega

«Recibid el Espíritu Santo»



Estamos acostumbrados a comprender la venida del Espíritu Santo según la narración de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura de la Misa de este domingo. El escenario acostumbrado para narrar la venida del Espíritu está dominado por las imágenes del estruendo del viento y de las lenguas, como llamaradas, posándose sobre la cabeza de cada uno de los discípulos. Sin embargo, la fiesta de Pentecostés es la coronación del año litúrgico, debido a que celebra la culminación de la obra de Jesús. Igualmente, es imprescindible poner en relación el don del Espíritu con las apariciones del Señor resucitado.
Sopló sobre ellos
El Evangelio relata la aparición de Jesús al atardecer del día en que había resucitado, «al anochecer de aquel día, el primero de la semana». Se nos muestra con ello que la venida del Espíritu Santo es un acontecimiento estrechamente unido a la encarnación y a la resurrección. Para esto murió y resucitó el Señor: para comunicarnos el Espíritu Santo. De hecho, el evangelista había aludido ya al don del Espíritu en el momento de la muerte de Jesús. En lugar de decir que expiró, afirma que entregó el Espíritu. Además, el hecho de mostrar las llagas no es solo un argumento para defender la identidad entre el que fue crucificado y el que ahora vive. Constituye una manifestación del vínculo entre su pasión y muerte y los dones que ahora otorga a la comunidad.
El soplo es una de las imágenes que refleja de un modo más claro la llegada del Espíritu Santo. Jesús sopla sobre los discípulos, dándoles el Espíritu Santo. De este modo se hace alusión al relato de la Creación del hombre, que afirma que Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida (Gn 2, 7). Soplando sobre los apóstoles, el Señor, a través de su propio cuerpo, les da de modo nuevo el aliento de Dios. En cierto modo los convierte en nuevas criaturas.
No pasa desapercibido el detalle de que el Señor entra en un lugar cerrado «por miedo a los judíos». Este dato acentúa, por una parte, que, tras haber resucitado, el Señor tiene el dominio absoluto sobre el tiempo y el espacio, pudiendo abrir lo que está cerrado, tanto en sentido local como personal; por otra parte, anticipa lo que sucederá en los discípulos como consecuencia de su presencia entre ellos: abrirse al mundo. De hecho, a partir de la venida del Espíritu Santo no será posible ya volver a encontrar a los apóstoles en un lugar cerrado. La valentía que adquieren, gracias al impulso del Espíritu, les moverá no solo a salir a las calles, sino también a hablar sin miedo en el templo de lo que han visto y oído. Del mismo modo que para el Señor, tras su resurrección, ya no hay obstáculo que se interponga a su acción, nada podrá impedir a los discípulos llevar a cabo la misión que han recibido de comunicar la presencia del Resucitado.
Un don y una compañía
El pasaje de este domingo fue proclamado el domingo de la octava de Pascua; en esa ocasión para referirnos la primera aparición del Señor a los apóstoles. Al escuchar a los 50 días el mismo relato, la liturgia nos permite profundizar en las consecuencias del acontecimiento pascual, tanto para los apóstoles como para nosotros. En su día hablamos de la alegría de la paz como frutos de la Pascua. Ahora nos detenemos en la importancia del Espíritu sobre la primera comunidad de discípulos.
En definitiva, el Espíritu es un don que reciben los discípulos desde el momento en que la Pascua del Señor ha tenido lugar. Muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo corresponden a la misma realidad: el don total que Dios hace a los hombres. Su entrega máxima. Del mismo modo que el pueblo de Israel quedó liberado del faraón tras su salida de Egipto y, tras cincuenta días, se sella la alianza en el Sinaí, con la muerte y resurrección de Cristo, el hombre ha sido liberado. Comprender que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia significa que nunca caminamos solos, sino que llevamos un compañero de viaje que nos asiste, nos guía, nos consuela y nos anima.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

ALFA Y OMEGA


4 de junio: Corazón Inmaculado de María



Contemplábamos ayer el Corazón de Jesús como el lugar donde lo humano y lo divino se han unido para la salvación del género humano. Hoy nos toca contemplar el inmaculado corazón de María, la obra maestra de la gracia. Normalmente decimos que un hijo se parece a sus padres pues lleva en los genes los genes paternos y aprende cada uno de sus gestos de forma admirable. Algo así sucede con el Corazón de Jesús, se parece al de María. Pero sucede aquí algo que no sucede en la analogía con los hombres: y es que el corazón de María se parece al de su hijo. Porque el corazón humano por excelencia es el de Jesús, es el modelo de todo corazón. Es lógico, por tanto que el de María se le parezca. Igual que de Adán, Dios sacó a Eva, del Nuevo Adán, Cristo, Dios ha sacado a la nueva Eva, María. Con todo, María tenía que educar a Jesús según las leyes de lo humano y este, según estas mismas leyes, no era ajeno al aprendizaje propio de los niños. Por eso su corazón no podía tener ni la sombra del pecado, ni una mancha que pudiera enturbiar su labor. Tenía que ser inmaculado, lleno de gracia.
Por eso también, mucha de la sensibilidad de Jesús tenía su origen en la de su madre, y viceversa. Jesús miraba a María y aprendía a mirar, la escuchaba y aprendía a hablar, experimentaba sus abrazos y aprendía a acoger a las personas…Pero sucedía también al revés. María miraba a su hijo, le escuchaba y se sorprendía muy a menudo de su profundidad, de su misterio. Ella le enseñó a rezar y tuvo que convertirse después en su discípula más aventajada. María «guardaba todas esas cosas, dándole vueltas en su corazón». El corazón de María es el lugar de la intimidad con el Espíritu Santo, es el huerto reservado para Dios donde tiene sus delicias, es el Arca de la Alianza que albergó al Salvador.
Pero eso no excluyó ni la prueba ni el dolor de la vida de María. Ella fue la «peregrina en la fe» que tuvo que atravesar la oscuridad alumbrada solo por la luz de la fe. También Ella, como su hijo, aprendió sufriendo a obedecer y a ser la madre que Dios quería. Porque la obra de Dios en Ella no estaba acabada. Faltaba la labor de Jesús y la prueba de la pasión. Y si la obra ya era de por sí hermosa, alcanzó después una belleza sin par hasta el punto de hacer de Ella la Reina de los ángeles.
El corazón de María nos muestra hasta qué punto puede Dios hacer obras grandes en los humildes, en los pequeños que se dejan habitar por Él. Y nos muestra también hasta qué punto Dios puede culminar su obra en el hombre en el ápice de la creación que es María, nuestra madre. Que Ella nos de un corazón como el suyo. A Ella nos encomendamos. Amén.
Archimadrid.org

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (20,19-23):




En su primera aparición a los Apóstoles, en el cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» . Jesús, transfigurado en su cuerpo, es ya el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. 

¿Cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo dona el Espíritu Santo que es la fuente de todo esto. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.

Pero antes de hacer el gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios «pasando a través» de las llagas de Jesús. Estas llagas que Él quiso conservar. 

También en este momento Él, en el Cielo, muestra al Padre las llagas con las cuales nos rescató. Por la fuerza de estas llagas, nuestros pecados son perdonados: así Jesús dio su vida para nuestra paz, para nuestra alegría, para el don de la gracia en nuestra alma, para el perdón de nuestros pecados. Es muy bello contemplar a Jesús de este modo.

Y llegamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Es un poco difícil comprender cómo un hombre puede perdonar los pecados, pero Jesús da este poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves, de abrir o cerrar al perdón. Dios perdona a todo hombre en su soberana misericordia, pero Él mismo quiso que quienes pertenecen a Cristo y a la Iglesia reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. 

A través del ministerio apostólico me alcanza la misericordia de Dios, mis culpas son perdonadas y se me dona la alegría. De este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. 

La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.

Muchas personas tal vez no comprenden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros, los cristianos, lo experimentamos. Cierto, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. 

Esto debemos valorarlo; es un don, una atención, una protección y también es la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y digo: «Padre, he hecho esto...». Y él responde: «Yo te perdono; Dios te perdona». En ese momento, yo estoy seguro de que Dios me ha perdonado. Y esto es hermoso, esto es tener la seguridad de que Dios nos perdona siempre, no se cansa de perdonar. 

Y no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Se puede sentir vergüenza al decir los pecados, pero nuestras madres y nuestras abuelas decían que es mejor ponerse rojo una vez que no amarillo mil veces. Nos ponemos rojos una vez, pero se nos perdonan los pecados y se sigue adelante.

Al final, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia, se nos transmite por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él es un hombre que, como nosotros, necesita de misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, donándonos el amor sin límites de Dios Padre. 

También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos: todos somos pecadores. También el Papa se confiesa cada quince días, porque incluso el Papa es un pecador. Y el confesor escucha las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón. 

A veces sucede que escuchamos a alguien que afirma que se confiesa directamente con Dios... Sí, como decía antes, Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia.

El servicio que el sacerdote presta como ministro de parte de Dios para perdonar los pecados es muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les curase. 

El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el derecho, todos los fieles tienen el derecho, de encontrar en los sacerdotes a los servidores del perdón de Dios.

Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este interés, de esta atención maternal que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad? 

No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volver a levantarnos y retomar de nuevo el camino. Porque ésta es nuestra vida: volver a levantarnos continuamente y retomar el camino.
(Audiencia general, 20 de noviembre de 2013)

EVANGELIO DE HOY: RECIBID EL ESPÍRITU SANTO






Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor