Mt 13, 24-42
Al cristianismo le ha hecho mucho daño a
lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse
a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran un Iglesia poderosa que
llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad
entera.
Hemos de volver a leer dos pequeñas
parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es
construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto
humanizador del Padre (el reino de Dios), sembrando pequeñas
"semillas" de Evangelio e introduciéndose en la sociedad como pequeño
"fermento" de vida humana.
La primera parábola habla de un grano de
mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que
es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un arbusto
mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy
humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.
La actividad de Jesús en Galilea
sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso y espectacular:
ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está
sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores es insignificante: los
centros de poder lo ignoran.
Incluso, los mismos cristianos podemos
pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y
otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar
el lento crecimiento del reino de Dios.
La segunda parábola habla de una mujer
que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie
sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla
enteramente.
Así sucede con el proyecto humanizador
de Dios. Una vez que es introducido en el mundo, va transformando calladamente
la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo
atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y
fraterna.
Hemos de confiar en Jesús. El reino de
Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya
trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de
justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él
siguiendo a Jesús.
Una Iglesia menos poderosa, más
desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres, siempre será
una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio, y más humilde para
vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.
José Antonio Pagola