Mt 22, 1-14
Jesús conocía muy
bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban
en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia
podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y
poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de bodas?
Este recuerdo
vivido desde niño le ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios
de una manera nueva y sorprendente. Según Jesús, Dios está preparando un
banquete final para todos sus hijos pues a todos los quiere ver sentados, junto
a él, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
Podemos decir que Jesús entendió su vida entera como una gran
invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Por eso, Jesús no impone nada
a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta
la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les
ha de llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia?
¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de esta fiesta final?
Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sea nuestros intereses
inmediatos, nos parece que ya no necesitamos de Dios ¿Nos acostumbraremos poco
a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza última?
Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser
rechazada. En la parábola de “los invitados a la boda” se habla de diversas
reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y
rotunda: “no quisieron ir. Otros responden con absoluta indiferencia: “no
hicieron caso”. Les importan más sus tierras y negocios.
Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de
todo, habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se
llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los cruces de los caminos”,
por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro.
La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios
proclamada en el Evangelio de Jesús.
El papa Francisco está preocupado por una predicación que se
obsesiona “por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se
intenta imponer a fuerza de insistencia”. El mayor peligro está según él en que
ya “no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos
doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El
mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a
Evangelio”.