miércoles, 18 de octubre de 2017

El Papa envía una carta a los franciscanos por sus 800 años en Tierra Santa


El Papa Francisco ha dirigido una carta al Custodio franciscano en Tierra Santa, Francesco Patton, con ocasión de los 800 años de la presencia de los «frailes de la cuerda» en la tierra donde nació Jesús
En la misiva, el Papa define a los frailes como ««asiduos a la contemplación y la oración, simples y pobres, obedientes al Obispo de Roma, comprometidos a vivir en Tierra Santa al lado de los hermanos de diversas culturas, etnias y religiones, sembrando paz, fraternidad y respeto».
Asimismo, pone de relieve la dedicación de los franciscanos en la investigación arqueológica y de la Sagrada Escritura, sin olvidar la importancia de la animación de los santuarios y el servicio a la comunidad local: «Los alientos a perseverar alegres en sostener a estos hermanos nuestros, sobre todo a los más pobres y débiles, en la educación de la juventud –que a menudo corren el riesgo de perder la esperanza en un contexto aún sin paz– en la acogida de los ancianos y en el cuidado de los enfermos, viviendo concretamente en el día a día las obras de misericordia».
El Pontífice destaca que «son embajadores de todo el Pueblo de Dios, que los ha sostenido en particular a través de la Colecta por la Tierra Santa, que contribuye a hacer que en la Tierra de Jesús la fe se haga visible también por las obras».
La carta pontificia concluye encomendando la Custodia de Tierra Santa y cada una de sus comunidades, así como a todos los franciscanos, a la maternal protección de la Virgen María, invocando también la intercesión de su patrono san Antonio de Padua.
Alfa y Omega/RV

«La esclavitud no ha desaparecido, sino que la hemos invisibilizado»


Ante el Día Europeo contra la Trata de Seres Humanos, que se celebra este miércoles 18 de octubre de 2017, la organizaciones de Iglesia que acompañan a las personas víctimas de trata denuncian en un comunicado conjunto la invisibilidad que afecta a las mujeres y niñas en situación de movilidad forzada
Las organizaciones de Iglesia que acompañan a las personas víctimas de trata recuerdan, con motivo del Día Europeo contra la Trata de Seres Humanos, el principio establecido en el artículo 4 de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, donde se señala que «nadie podrá ser objeto de esclavitud o servidumbre; la esclavitud y el comercio para la esclavitud están prohibidos en cualquiera de sus formas».
A pesar de que han transcurrido casi 70 años de la Declaración, denunciamos que esta esclavitud no ha desaparecido, sino que la hemos invisibilizado.
En la actualidad, en el mundo se trafica cada año con miles de personas para extraerles órganos y comercializar con ellos. Lejos de disminuir, se trata de una lacra que va en auge: existen niños y niñas soldado que son obligados a tomar un fusil, y personas con discapacidad explotadas en la mendicidad, al tiempo que aumenta la trata de mujeres forzadas a ejercer la prostitución. Mientras, los ingentes beneficios generados por estas actividades se blanquean en paraísos fiscales que operan con el beneplácito de la comunidad internacional.
La explotación sexual es una de las formas más graves de esclavitud del siglo XXI, que genera un movimiento económico diario de grandes dimensiones y que deja miles de víctimas en el camino. España es uno de los primeros países de Europa consumidor de sexo y prostitución, y en los últimos años estamos observando cómo aumenta el número de víctimas de trata españolas. No podemos acostumbrarnos a ver esta práctica como algo «normal», ni permanecer indiferentes ante la cosificación de lo más sagrado, como es la vida humana en toda su dimensión de libertad y de dignidad.
La violencia contra las mujeres y las niñas es, probablemente, la violación de los derechos humanos más habitual, y que afecta a un mayor número de personas. Este escándalo cotidiano, que se manifiesta de diferentes maneras y tiene lugar en múltiples espacios, posee una raíz única: la discriminación por ser mujer. Como ha señalado la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, «aún se precisan esfuerzos ingentes para garantizar la realización del derecho de las niñas y las mujeres a una vida libre de violencia». En el caso de la trata, a la desigualdad entre hombres y mujeres, hay que sumar las situaciones de pobreza, e incluso de conflicto, que atraviesan los países de origen de las víctimas.
El fenómeno migratorio en Europa genera, también, situaciones de alta vulnerabilidad, sobre todo en mujeres y niñas. La falta de protección en materia de derechos humanos que padecen las personas en situación de movilidad contribuye a que se acentúe el abuso de poder y las agresiones sexuales, que deja a las víctimas totalmente desamparadas ante la justicia internacional y europea. El drama de las violaciones sufridas por miles de mujeres refugiadas ha sido, precisamente, la «voz de alerta» que muchas organizaciones han lanzado en los últimos meses tanto a los responsables políticos como a la opinión pública.
En territorio de guerra, lo más peligroso no es ser soldado, sino ser mujer. En diversas ocasiones hemos observado como el cuerpo de las mujeres se convierte en campo de batalla, utilizado por todos los actores del conflicto. Sabemos que las mujeres son secuestradas y trasladadas a las zonas de guerra para ser utilizadas como esclavas sexuales. Se ha constatado que, durante las huidas masivas, miles de mujeres, niñas y niños desaparecen y se convierten en la mercancía de un lucrativo e inhumano negocio.
Desgraciadamente el número de víctimas de trata aumenta considerablemente de año en año y, según las estadísticas de Naciones Unidas, un tercio de las víctimas de trata son niños y niñas. En el mundo hay dos millones de niños y niñas objetos de explotación sexual. Como ha exclamado el Papa Francisco, nuestras organizaciones quieren recordar que «son niños, no esclavos» y, como infancia vulnerable, estos niños y niñas tienen derecho a ¡tener derechos! La adopción de medidas en favor de todos ellos no puede esperar más.
En esta Jornada Europea, como entidades cristianas respaldadas por la Sección de Trata de la Comisión Episcopal de Migraciones, denunciamos las políticas que aumentan la vulnerabilidad de las personas y el riesgo de ser sometidas a trata, especialmente los niños y niñas menores de edad y que se encuentran en procesos migratorios.
Urgimos a la sociedad civil y Administraciones públicas a sumar esfuerzos para erradicar esta lacra social, protegiendo a las víctimas y persiguiendo a aquellas personas y organizaciones criminales que se enriquecen a costa de las víctimas.
Cáritas

Papa Francisco: las conferencias de prensa «me hacen vulnerable, pero es un riesgo que quiero correr»



El Pontífice asegura que reza siempre al Espíritu Santo antes de comenzar a escuchar las preguntas y a responder
Sus largas conferencias de prensa en el avión al regreso de viajes agotadores no son un plato de gusto, según reconoce el Papa Francisco en el prólogo a un libro de entrevistas, adelantado por la editorial Rizzoli este martes: «Sí, tengo todavía el miedo a ser malinterpretado».
El Papa confiesa que «a veces, en el avión, imagino las preguntas que podrían hacerme. Pero para responder necesito estar con la persona y mirarle a los ojos. Sí, tengo todavía miedo a ser malinterpretado. Pero quiero correr ese riesgo pastoral».
El volumen, titulado Ahora haced vuestras preguntas recoge ocho de las muchas entrevistas concedidas por el Santo Padre en cuatro años y medio de pontificado. Ha sido coordinado por el jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, quien le hizo las dos primeras de gran alcance sobre sus proyectos y su personalidad.
A diferencia de las entrevistas periodísticas tranquilas en Casa Santa Marta, las más de veinte conferencias de prensa celebradas ya en el avión papal son un verdadero riesgo, pues tienen lugar por la noche, justo al regreso de viajes que dejan exhausto a Francisco y a los periodistas.
En varias ocasiones, alguna frase poco matizada -o sacada de contexto en las redacciones de los medios- ha causado molestia a personas buenas, y eso también le duele a él.
El Papa confiesa que «me gusta responder a las preguntas con sinceridad. Sé que tengo que ser prudente y espero serlo. Rezo siempre al Espíritu Santo antes de comenzar a escuchar las preguntas y a responder».
Sabe muy bien que es peligroso, pero «del mismo modo que no debo perder la prudencia, tampoco debo perder la confianza. Sé que esto puede hacerme vulnerable, pero es un riesgo que quiero correr».
Francisco prefiere siempre utilizar palabras y expresiones sencillas tanto en las conferencias de prensa y entrevistas como en la breve homilía de la misa que celebra cada mañana ante veinticinco personas de alguna parroquia de Roma.
Corre riesgos porque desea «una Iglesia que sepa participar en las conversaciones de los hombres, que sepa dialogar».
Y lo hace siguiendo un precedente en el que pocos habían pensado: «la Iglesia de Emaús, en la que el Señor “entrevista” a los discípulos que caminan desanimados. Para mí, las entrevistas forman parte de esta conversación con los hombres de hoy».
Juan Vicente Boo/ABC

La alegría del misionero


Luis Uribe, (a la derecha) franciscano nacido en Guernica, 82 años, hace más de 30 que vive en Corea del Sur como misionero al servicio de los leprosos. Darío Marote, (a la izquierda) servidor del Evangelio nacido en Salamanca, hace más de 30 años que es misionero y actualmente vive en Filipinas. En medio de ellos me siento una aprendiz de misionera, a pesar de que hace ya 22 años que salí de mi casa y he sido misionera en Argentina, Japón y Corea del Sur.
Darío era arquitecto cuando Dios lo llamó; su padre era piloto y acostumbraban a volar juntos sobrevolando Salamanca, contemplando desde el cielo la belleza de las catedrales y de San Esteban. Darío siempre cuenta que Dios lo llamó para reconstruir los corazones de las personas, rotos por tantas situaciones de la vida. Luis quiso venir a Corea como misionero cuando supo que había muchísimos pobres después de la guerra civil que terminó en el 53 dejando el país completamente destrozado. Antes había estado en Bolivia y en otros países de Latinoamérica, pero su sueño siempre había sido Corea.
Los misioneros franciscanos vascos fundaron en Corea un hospital que acogió en sus inicios a más de 600 leprosos (allá por los años 50). Su obra es famosa en toda Corea no solo entre los cristianos ,sino entre los no cristianos también, puesto que era uno de los dos lugares más grandes del país de acogida de leprosos (el otro era una isla donde vivían tres misioneras de Suiza).
Darío vive en un barrio pobrísimo de la ciudad de Malasiqui a cinco horas al norte de Manila y está a cargo de cuatro capillas y de la pastoral de esos barrios. En esta foto podéis ver como Luis se está comiendo un trozo de chorizo con los palillos y yo una tostada con mermelada de naranja. Esta cena era la fiesta final del retiro anual de mi comunidad de servidores en Asia (nos reunimos para orar y compartir las comunidades de Filipinas, Japón y Corea, precisamente en este centro de los franciscanos en Corea). La alegría no solo viene de comer el chorizo de España después de tanto tiempo o la mermelada de naranja hecha por mi madre, sino sobre todo por la satisfacción de estar entregando nuestras vidas a Jesús y de vernos curando sus heridas, consolando su corazón en el corazón de tantos hermanos. Dejar nuestra tierra para venir tan lejos solo es en obediencia al Espíritu y a la llamada misionera de Dios. El ser prisioneros de Jesús en los hermanos y vivir para que ellos le conozcan me hace sentir una libertad inmensa. ¡Feliz mes de la misión a todos!
Ester Palma González
Misionera en Corea del Sur. Servidores del Evangelio

18 de octubre: san Lucas, el evangelista de la misericordia y la alegría


Según un texto del siglo II, «Lucas, natural de Antioquía de Siria, médico de profesión, fue discípulo de los Apóstoles, y luego siguió a Pablo hasta su martirio. Después de haber servido al Señor lealmente, célibe, sin hijos, murió a los 84 años en Beocia, lleno del Espíritu Santo. Estando ya escritos los evangelios, el de Mateo en Judea y el de Marcos en Italia, Lucas, movido por el Espíritu Santo, compuso su evangelio entero en tierras de Acaya; y en el prólogo afirma que antes del suyo habían sido escritos otros evangelios, y que era necesario proporcionar a los creyentes venidos de la gentilidad una narración exacta de la historia de la salvación, para que no fuesen seducidos por las mitologías judías, ni, engañados por las vanas fantasías heréticas, se apartasen de la verdad… Y después, Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles».
Lucas recibió la fe alrededor del año 40. No conoció a Jesús en vida pero supo recoger fielmente el testimonio de los testigos directos de la vida del Señor. Su Evangelio es el único que narra la infancia de Jesús y es en el que más se trata sobre la Virgen María.
El evangelista era griego, convirtiéndose así en el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Sus padres eran paganos de Antioquía. Sus escritos se dirigen sobre todo a los gentiles. San Pablo lo define como «el médico querido» y cuando Pablo está en la prisión en Roma escribe a Timoteo diciéndole que «Lucas solo queda conmigo».
El Evangelio de Lucas es conocido como el Evangelio de la misericordia. Es él quien escribe sobre la oveja perdida, el dracma perdido, el hijo pródigo, el Buen Samaritano… También se dice que el de Lucas es el Evangelio de la alegría. Sólo dos veces, en toda la obra de Lucas, se habla de tristeza: ésta de los discípulos en Getsemaní, que no señalan los otros evangelistas, y la del joven rico, que rechazando a Jesús se fue, no simplemente triste como dicen Mateo y Marcos, sino muy triste. Una mujer del pueblo -nos dice Lucas- prorrumpe en alabanzas al Señor: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te alimentaron!» Y Jesús la corrige: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Esta proclamación del gozo de la salvación tiene el sello propio de Lucas, que asimismo recoge las palabras de Isabel cuando es visitada por María: «¡Dichosa tú, que has creído!» En la dicha de María, modelo ejemplar de la Iglesia entera, está la dicha de todos los discípulos de su Hijo.
Según la tradición Lucas murió mártir en Acaya, colgado de un árbol. Sus reliquias se encuentran en la Basílica de Santa Justina, Padua, Italia.
José Calderero @jcalderero
Alfa y Omega

La mies es abundante y los obreros pocos


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: "El reino de Dios ha llegado a vosotros"».
Palabra del Señor.

Papa: trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana

Señor Director General,
Distinguidas autoridades,
Señoras y Señores:
Agradezco la invitación y las palabras de bienvenida que me ha dirigido el Director General, profesor José Graziano da Silva, y saludo con afecto a las autoridades que nos acompañan, así como a los Representantes de los Estados Miembros y a cuantos tienen la posibilidad de seguirnos desde las sedes de la FAO en el mundo.
Dirijo un saludo particular a los Ministros de agricultura del G7 aquí presentes, que han finalizado su Cumbre, en la que se han discutido cuestiones que exigen una responsabilidad no sólo en relación al desarrollo y a la producción, sino también con respecto a la Comunidad internacional en su conjunto.
1.     La celebración de esta Jornada Mundial de la Alimentación nos reúne en el recuerdo de aquel 16 de octubre del año 1945 cuando los gobiernos, decididos a eliminar el hambre en el mundo mediante el desarrollo del sector agrícola, instituyeron la FAO. Era aquel un período de grave inseguridad alimentaria y de grandes desplazamientos de la población, con millones de personas buscando un lugar para poder sobrevivir a las miserias y adversidades causadas por la guerra.
A la luz de esto, reflexionar sobre los efectos de la seguridad alimentaria en la movilidad humana significa volver al compromiso del que nació la FAO, para renovarlo. La realidad actual reclama una mayor responsabilidad a todos los niveles, no sólo para garantizar la producción necesaria o la equitativa distribución de los frutos de la tierra – esto debería darse por descontado – sino sobre todo para garantizar el derecho de todo ser humano a alimentarse según sus propias necesidades, tomando parte además en las decisiones que lo afectan y en la realización de las propias aspiraciones, sin tener que separarse de sus seres queridos.
Ante un objetivo de tal envergadura lo que está en juego es la credibilidad de todo el sistema internacional. Sabemos que la cooperación está cada vez más condicionada por compromisos parciales, llegando incluso a limitar las ayudas en las emergencias. También las muertes a causa del hambre o el abandono de la propia tierra son una noticia habitual, con el peligro de provocar indiferencia. Nos urge pues, encontrar nuevos caminos para transformar las posibilidades de que disponemos en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con fundada confianza, y no sólo con alguna ilusión.
El escenario de las relaciones internacionales manifiesta una creciente capacidad de dar respuestas a las expectativas de la familia humana, también con la contribución de la ciencia y de la técnica, las cuales, estudiando los problemas, proponen soluciones adecuadas. Sin embargo, estos nuevos logros no consiguen eliminar la exclusión de gran parte de la población mundial: cuántas son las víctimas de la desnutrición, de las guerras, de los cambios climáticos. Cuántos carecen de trabajo o de los bienes básicos y se ven obligados a dejar su tierra, exponiéndose a muchas y terribles formas de explotación. Valorizar la tecnología al servicio del desarrollo es ciertamente un camino a recorrer, a condición de que se lleguen a concretar acciones eficaces para disminuir el número de los que pasan hambre o para controlar el fenómeno de las migraciones forzosas.
2.     La relación entre el hambre y las migraciones sólo se puede afrontar si vamos a la raíz del problema. A este respecto, los estudios realizados por las Naciones Unidas, como tantos otros llevados a cabo por Organizaciones de la sociedad civil, concuerdan en que son dos los principales obstáculos que hay que superar: los conflictos y los cambios climáticos.
¿Cómo se pueden superar los conflictos? El derecho internacional nos indica los medios para prevenirlos o resolverlos rápidamente, evitando que se prolonguen y produzcan carestías y la destrucción del tejido social. Pensemos en las poblaciones martirizadas por unas guerras que duran ya decenas de años, y que se podían haber evitado o al menos detenido, y sin embargo propagan efectos tan desastrosos y crueles como la inseguridad alimentaria y el desplazamiento forzoso de personas. Se necesita buena voluntad y diálogo para frenar los conflictos y un compromiso total a favor de un desarme gradual y sistemático, previsto por la Carta de las Naciones Unidas, así como para remediar la funesta plaga del tráfico de armas. ¿De qué vale denunciar que a causa de los conflictos millones de personas sean víctimas del hambre y de la desnutrición, si no se actúa eficazmente en aras de la paz y el desarme?
En cuanto a los cambios climáticos, vemos sus consecuencias todos los días. Gracias a los conocimientos científicos, sabemos cómo se han de afrontar los problemas; y la comunidad internacional ha ido elaborando también los instrumentos jurídicos necesarios, como, por ejemplo, el Acuerdo de París, del que, por desgracia, algunos se están alejando. Sin embargo, reaparece la negligencia hacia los delicados equilibrios de los ecosistemas, la presunción de manipular y controlar los recursos limitados del planeta, la avidez del beneficio. Por tanto, es necesario esforzarse en favor de un consenso concreto y práctico si se quieren evitar los efectos más trágicos, que continuarán recayendo sobre las personas más pobres e indefensas. Estamos llamados a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo, que en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos con decir “otro lo hará”.
Pienso que estos son los presupuestos de cualquier discurso serio sobre la seguridad alimentaria relacionada con el fenómeno de las migraciones. Está claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues el presentarla como una enfermedad incurable. Las recientes previsiones formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de la producción global de cereales, hasta niveles que permiten dar mayor consistencia a las reservas mundiales. Este dato nos da esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando atención a las necesidades y al margen de las especulaciones, los resultados llegan. En efecto, los recursos alimentarios están frecuentemente expuestos a la especulación, que los mide solamente en función del beneficio económico de los grandes productores o en relación a las estimaciones de consumo, y no a las reales exigencias de las personas. De esta manera, se favorecen los conflictos y el despilfarro, y aumenta el número de los últimos de la tierra que buscan un futuro lejos de sus territorios de origen.
3.     Ante esta situación podemos y debemos cambiar el rumbo (cf. Enc. Laudato si’, 53; 61; 163; 202). Frente al aumento de la demanda de alimentos es preciso que los frutos de la tierra estén a disposición de todos. Para algunos, bastaría con disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta manera se resolvería el problema; pero esta es una falsa solución si se tiene en cuenta el nivel de desperdicio de comida y los modelos de consumo que malgastan tantos recursos. Reducir es fácil, compartir, en cambio, implica una conversión, y esto es exigente.
Por eso, me hago a mí mismo, y también a vosotros, una pregunta: ¿Sería exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del don, fraternidad, misericordia? Estas palabras expresan, efectivamente, el contenido práctico del término “humanitario”, tan usado en la actividad internacional. Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin esperar a ser correspondidos, es el principio evangélico que encuentra también expresión en muchas culturas y religiones, convirtiéndose en principio de humanidad en el lenguaje de las relaciones internacionales.
Es menester que la diplomacia y las instituciones multilaterales alimenten y organicen esta capacidad de amar, porque es la vía maestra que garantiza, no sólo la seguridad alimentaria, sino la seguridad humana en su aspecto global. No podemos actuar sólo si los demás lo hacen, ni limitarnos a tener piedad, porque la piedad se limita a las ayudas de emergencia, mientras que el amor inspira la justicia y es esencial para llevar a cabo un orden social justo entre realidades distintas que aspiran al encuentro recíproco. Amar significa contribuir a que cada país aumente la producción y llegue a una autosuficiencia alimentaria. Amar se traduce en pensar en nuevos modelos de desarrollo y de consumo, y en adoptar políticas que no empeoren la situación de las poblaciones menos avanzadas o su dependencia externa. Amar significa no seguir dividiendo a la familia humana entre los que gozan de lo superfluo y los que carecen de lo necesario.
El compromiso de la diplomacia nos ha demostrado, también en recientes acontecimientos, que es posible detener el recurso a las armas de destrucción masiva. Todos somos conscientes de la capacidad de destrucción de tales instrumentos. Pero, ¿somos igualmente conscientes de los efectos de la pobreza y de la exclusión? ¿Cómo detener a personas dispuestas a arriesgarlo todo, a generaciones enteras que pueden desaparecer porque carecen del pan cotidiano, o son víctimas de la violencia o de los cambios climáticos? Se desplazan hacia donde ven una luz o perciben una esperanza de vida. No podrán ser detenidas por barreras físicas, económicas, legislativas, ideológicas. Sólo una aplicación coherente del principio de humanidad lo puede conseguir.
En cambio, vemos que se disminuye la ayuda pública al desarrollo y se limita la actividad de las Instituciones multilaterales, mientras se recurre a acuerdos bilaterales que subordinan la cooperación al cumplimiento de agendas y alianzas particulares o, sencillamente, a una momentánea tranquilidad. Por el contrario, la gestión de la movilidad humana requiere una acción intergubernamental coordinada y sistemática de acuerdo con las normas internacionales existentes, e impregnada de amor e inteligencia. Su objetivo es un encuentro de pueblos que enriquezca a todos y genere unión y diálogo, no exclusión ni vulnerabilidad.
Aquí permitidme que me una al debate sobre la vulnerabilidad, que causa división a nivel internacional cuando se habla de inmigrantes. Vulnerable es el que está en situación de inferioridad y no puede defenderse, no tiene medios, es decir sufre una exclusión. Y lo está obligado por la violencia, por las situaciones naturales o, aún peor, por la indiferencia, la intolerancia e incluso por el odio. Ante esta situación, es justo identificar las causas para actuar con la competencia necesaria. Pero no es aceptable que, para evitar el compromiso, se tienda a atrincherarse detrás de sofismas lingüísticos que no hacen honor a la diplomacia, reduciéndola del “arte de lo posible” a un ejercicio estéril para justificar los egoísmos y la inactividad.
Lo deseable es que todo esto se tenga en cuenta a la hora de elaborar el Pacto mundial para una migración segura, regular y ordenada, que se está realizando actualmente en el seno de las Naciones Unidas.
4. Prestemos oído al grito de tantos hermanos nuestros marginados y excluidos: «Tengo hambre, soy extranjero, estoy desnudo, enfermo, recluido en un campo de refugiados». Es una petición de justicia, no una súplica o una llamada de emergencia. Es necesario que a todos los niveles se dialogue de manera amplia y sincera, para que se encuentren las mejores soluciones y se madure una nueva relación entre los diversos actores del escenario internacional, caracterizada por la responsabilidad recíproca, la solidaridad y la comunión.
El yugo de la miseria generado por los desplazamientos muchas veces trágicos de los emigrantes puede ser eliminado mediante una prevención consistente en proyectos de desarrollo que creen trabajo y capacidad de respuesta a las crisis medioambientales. Es verdad, la prevención cuesta mucho menos que los efectos provocados por la degradación de las tierras o la contaminación de las aguas, flagelos que azotan las zonas neurálgicas del planeta, en donde la pobreza es la única ley, las enfermedades aumentan y la esperanza de vida disminuye.
Son muchas y dignas de alabanza las iniciativas que se están poniendo en marcha. Sin embargo, no bastan, urge la necesidad de seguir impulsando nuevas acciones y financiando programas que combatan el hambre y la miseria estructural con más eficacia y esperanzas de éxito. Pero si el objetivo es el de favorecer una agricultura diversificada y productiva, que tenga en cuenta las exigencias efectivas de un país, entonces no es lícito sustraer las tierras cultivables a la población, dejando que el land grabbing (acaparamiento de tierras) siga realizando sus intereses, a veces con la complicidad de quien debería defender los intereses del pueblo. Es necesario alejar la tentación de actuar en favor de grupos reducidos de la población, como también de utilizar las ayudas externas de modo inadecuado, favoreciendo la corrupción, o la ausencia de legalidad.
La Iglesia Católica, con sus instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer, quiere participar directamente en este esfuerzo en virtud de su misión, que la lleva a amar a todos y le obliga también a recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres.
Deseo que cada uno descubra, en el silencio de la propia fe o de las propias convicciones, las motivaciones, los principios y las aportaciones para infundir en la FAO, y en las demás Instituciones intergubernamentales, el valor de mejorar y trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana.
Muchas gracias. 
(from Vatican Radio)