martes, 11 de julio de 2017

¿De Pedro o de Pablo?



El Papa da de nuevo en la diana. No quiere «cristianos de salón, que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y el mundo», sobre todo si el comentario no está destinado a mejorar sino a someter todo a «estado de opinión».
A veces me he encontrado en esta tesitura, en medio de un grupo de gente que comenta, habla, murmura, opina sobre la Iglesia y sus miembros, poniéndose de parte de, a favor de, o en contra de, como si de una costumbre se tratara. Hay quien lo ideologiza todo, da igual que hable del Papa actual, del emérito, del anterior, del que hubo hace siglos o del que desearía que ahora estuviera en la cátedra de Pedro… ¡Cuántos comentarios inútiles para no acoger el tiempo presente!
Es el afán del hombre de ser juez, sobre todo de sus hermanos. Hoy quiero deciros que viene mucha gente a nuestro monasterio, las puertas de la acogida están abiertas a todos. Somos un hospital de campaña para todos, también para la misma Iglesia, un lugar de comunión, no de enfrentamiento; un lugar de concordia, no de lucha dialéctica; un lugar de perdón y comprensión, no de crítica ni murmuración; un lugar de reconciliación, no un lugar en el que se alarguen las distancias. Creo que ese talante conciliador, pacífico, que no entra a la crítica rápida y al posicionamiento, sino que tiene claro el pacto fundamental con el Evangelio y con la Iglesia de Cristo, nos ha hecho ser rechazados por ciertos sectores, aquellos que tienen trincheras muy claras y evidentes.
¿De Pedro, de Pablo, de Apolo? ¿No os recuerda esto, queridos lectores, a un aviso de Pablo a los cristianos de sus comunidades en la primera carta a los Corintios? De Cristo, somos de Cristo. «Así que no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios». Que la Iglesia sea «un recinto de paz», ese hospital de campaña donde nos curemos los unos a los otros de ese afán partidista que nos divide y enfrenta. No hay otra llamada: ser uno en Cristo Jesús.
Madre Prado González Heras

11 de julio: san Benito de Nursia, abad


Es el hombre que formó una verdadera revolución en la puesta en marcha en Occidente de un estilo de vida cristiano que perdura en nuestros días y que ha dado a la Iglesia cantidad de hombres influyentes tanto en el gobierno, como pioneros fueron en las artes; de él salió una impresionante estela de monjes que terminaron por influir en el mundo científico y en el saber teológico; fueron guías de pueblos y otras muchas cosas más.
Aunque no es demostrable, se dice que sus padres se llamaron Eutropio y Abundancia. Hermano gemelo de la santa Escolástica, que se venera a su sombra. Se le presenta como proveniente de una familia ilustre, aunque de costumbres austeras, como era propio de la montaraz Umbría italiana. El nombre de Benedictus lo empleó su biógrafo san Gregorio para jugar con los conceptos expresados en la palabra y afirmar que «fue bendito, además de por el nombre, por la gracia».
En su niñez estuvo bajo los cuidados de su nodriza, llamada Cirila, que era griega de nacimiento. Estudió en Roma en los difíciles tiempos de la invasión y saqueo de Teodorico, en el 493; allí se llenó de romanidad, se hizo experto en artes liberales y perito en derecho. Pero al final de su preparación, en vez de dedicarse al ejercicio de la jurisprudencia, sintió deseos de imitar a los eremitas del desierto dados a conocer en Roma por Atanasio y Jerónimo. Abandona todo, su status, su familia, los libros, y las promesas humanas de futuro; considera que la más alta ciencia es la contemplación. Solo la chacha griega le ata al mundo y vida anterior; ella le acompañará a la aldea de Eufide, en la montaña, junto a la iglesia; allí comenzará los balbuceos que terminarán en la pujanza de los monasterios aún por inventar. Vida de intensísima oración y penitencia con alguna plática espiritual al viajero que pasa o con el paisano que cuida ganado o cultiva la tierra. Todo marchó bien hasta que un día se le ocurrió a Benito hacer un milagro para quitar las lágrimas del rostro de su aya Cirila porque el cedazo se le había roto y con la sola oración unió los pedazos de barro; ella lo comentó con alguien y así fue como se rompieron las ataduras humanas. Al día siguiente desapareció Benito sin despedirse siquiera.
El monje Román le impone la túnica como hábito. Vive en la gruta de Subiaco donde mantiene luchas casi desesperadas contra la carne, el hambre, la sed, la soledad, los reclamos de la vida mundana y las terribles tentaciones diabólicas. Los aprendices de monje en Vicovaro, conociendo su santidad, le piden que ponga orden en su indisciplinada vida donde las pasiones habían hecho presa; hizo levantar doce pequeños monasterios en las orillas del lago que formaba el río Anio. Los nobles comenzaron a encomendarle la educación de sus hijos y se llegaron a mezclar entre ellos los godos con los romanos. La fama de santidad pasó a las tierras y llegó a Roma ¡y a Nursia! Pero su buena voluntad no fue suficiente porque aquellos monjes no aceptaban su disciplina; aquel envidioso clérigo, Florencio, llegó hasta la calumnia y el intento de envenenarlo. Pudo, pero no quiso usar su autoridad; empleó la mansedumbre, dejó su amada gruta y a los monjes en buenas manos, marchó con poca compañía por los Abruzos hasta encontrar el lugar adecuado en Monte Casino, entre Roma y Nápoles, y sobre las ruinas de un templo pagano levanta el gran monasterio cuna de la orden benedictina. Allí, poco a poco, va surgiendo un cada vez más grande cenobio amurallado, donde escribió la Regla para conducirse en la vida monástica.
Cada año recibía una vez, en dependencia próxima al monasterio, a su hermana Escolástica que regía monasterio y vivía contemplando según el espíritu que enseñaba su hermano. La última vez pidió la hermana alargar durante la noche la conversación sobre cosas del Paraíso; la firme negativa del hermano provocó la oración de Escolástica ¡y el milagro! Se levantó un huracán, llovió como nunca, sonaron los truenos y relámpagos impidiendo la separación y llevando hasta el nuevo día con el alba la charla sobre asuntos celestiales. A los tres días murió Escolástica, viendo su hermano en oración salir su alma en forma de paloma; mandó subir su cuerpo a Montecasino para ponerlo en sepulcro que había preparado para sí mismo.
El posterior eco de su estilo, su Regla –modelo de espiritualidad y discreción–, la fidelidad de los monjes de hábito negro, hizo que por todo Occidente fueran surgiendo monasterios para la oración continua, la contemplación intensa, la penitencia, el espíritu de pobreza, el trabajo manual de la tierra para mantenerse, el estudio y el escritorio, la alabanza a Dios y la parquedad en la conversación –reducida a la necesaria– dieran tono espiritual, irradiándolo en su entorno. Tanto que su Regla por la que se rigen hoy varias decenas de miles de monjes en todo el mundo ha hecho que el patriarca del monacato occidental sea como la carta fundacional de Europa. Comparte este patronazgo con los santos Cirilo y Metodio. En la inauguración de las sesiones del Sínodo de obispos del 1999, cuando se prepara la Iglesia para el comienzo del tercer milenio, el Sumo Pontífice Juan Pablo II declaró a Edith Stein, Patrona de Europa, junto a Catalina de Siena y Brígida de Suecia, queriendo colocar tres figuras femeninas junto a los Patronos, para subrayar el papel que las mujeres han tenido y tienen en la historia eclesial y civil del Continente.
El mismo Montecasino puede interpretarse como un símbolo de nuestra cultura cristiana. Construido sobre el paganismo, arrasado por los bárbaros, machacado en la segunda guerra mundial… y ahí está, sobreviviendo a las culturas como ciudad construida en lo elevado para que se vea, y como luz que se coloca en lugar alto para iluminar.
Es la persona que marca un estilo y lo hace vida, abriendo surco de santidad para los llamados.
Archimadrid.org

Cardenal Osoro a los jóvenes de Madrid: «Jesús es el antídoto contra el cansancio y el agobio»

El pasado viernes, 7 de julio y primero de mes, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, celebró la tradicional vigilia de oración con jóvenes en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. El prelado fijó su mirada en cada uno de los allí presentes, para animarles a descubrir «la ecología de un cristiano». Así, rememorando cada misterio de la Palabra y a un Dios que «no puede tener privilegios con nadie», señaló que «lo que quiere decir el Señor solo puede ser dictado por la gente sencilla, que no tiene prejuicios»; mientras que «los engreídos, los autosuficientes y los sabios tienen capacidad para crearse su propio Dios», pero «un Dios que siempre se parecerá a ellos mismos».
Esta es nuestra ecología, destacó, «la que nos reúne a nosotros en torno a Jesús». Ya que en Él «comprendemos y entendemos quién es el hombre, quienes somos nosotros y quién es Dios». Por eso, señaló «tres aspectos esenciales» que el Señor regala para vivir en esta ecología del cristiano.
La experiencia de sentirnos amados
En primer lugar, «todo nos ha sido dado» y «estamos aquí porque nos ha sido dada la vida; es su amor el que nos está dando en todo momento», dijo. De esta manera, «el fondo de la realidad última no es nada sino amor». La realidad última no es la nada, aseveró, «sería terrible»; ya que «la realidad última es el amor, eres tú Señor, que has dicho de ti mismo que eres el amor, el camino, la verdad y la vida».
Además, subrayó que, en segundo lugar, «conocemos todo por Jesús». Porque «"Nadie conoce al Hijo, sino el Padre", decía Él», y «nosotros podemos decir lo mismo, podemos reconocer que todo nos ha sido dado, que el Padre reconoce al Hijo en profundidad y esta es la experiencia nuclear de la vivencia de Jesús». De esta manera, «la experiencia humana más profunda que podemos hacer es la de sentirnos amados».
Y, en tercer lugar, «Jesús es el antídoto contra el cansancio y el agobio». Y, por eso, «nos dice "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados", sí, "y yo os aliviaré"». Jesús, afirmó, «se dirige a los cansados, a los que andan sin sentido, a aquellos no pueden más, a los que dejamos al margen, a los abatidos por los sufrimientos de la vida», y «entre esos cansados y agobiados, podemos estar nosotros».
Nadie está excluido del amor de Dios
Y de ese amor, concluyó, «no está excluido nadie», incluso «aquel que pueda insultar al Señor, aquel que no le respeta, no está excluido de su amor». Un amor que «libera a todos, ilumina a la oscuridad y llena los vacíos de nuestro corazón», porque «Jesús sana, cura y es el verdadero consuelo».
Las vigilias se retomarán el viernes 1 de septiembre.
Infomadrid / Carlos González
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Comentario del santo Evangelio según san Mateo 19, 27-29


El Señor custodia los buenos senderos

“Hijo mío si aceptas mis palabras… alcanzarás el conocimiento de Dios”. Y con el conocimiento de Dios y todo lo que Dios nos revela lograremos la sensatez, el saber e inteligencia de la vida, la rectitud, la conducta intachable, el caminar por buenos senderos, la justicia. Esto es lo que ya proporcionaba Dios, a través de su sabiduría, en el Antiguo Testamento. Algo que Jesús, el Hijo de Dios, viene a decirnos con mucha más fuerza y mucha más claridad. Nos indica el camino que debemos seguir para obtener esa vida en abundancia que todos deseamos. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. Profundamente agradecidos al Señor Jesús, por la sabiduría de vida que nos regala, fruto del gran amor que nos tiene, volvamos a él una y mil veces.  “Te seguiré donde quiera que vayas”.

  ¿Qué nos va a tocar?

El impetuoso y directo Pedro pregunta a Jesús que, después de todo lo que han hecho por él, dejarlo todo y seguirle, “¿qué nos va a tocar?”. Espera una recompensa por parte de Jesús.

Distinto planteamiento tiene el monje San Benito, cuya fiesta celebramos hoy. Desde que fue seducido por Jesús, desde que atisbó quién era Dios, todo lo que había hecho por él y todo los que le ofrecía, su gran ilusión, su gran tarea fue “quaerere Deum”, “buscar a Dios”. Y su recompensa no podía ser otra que encontrar a Dios y gozar de su amistad. No quería más. San Benito y todos los monjes tienen como misión recordarnos a todos los hombres, principalmente a todos los cristianos, que el gran deseo del corazón humano no es alcanzar grandes riquezas, grandes triunfos según nuestra sociedad, sino la unión amorosa con nuestro Dios, porque nuestro corazón está hecho justamente para eso, para el encuentro amoroso con Dios. Sabiendo que nuestra unión amorosa con Dios es el mejor trampolín para amar a nuestros hermanos.

San Benito (480-547), fundador de los benedictinos y patriarca del monaquismo occidental, él y sus hijos, quieren recordarnos que Dios es Dios, a quien hay que alabar, agradecer, implorar, buscar, encontrar, disfrutar… Quieren ser memoria de Dios y de otra dimensión humana esencial: la de colaborar con el Creador en la casa común que es la tierra con el trabajo de cada día: “Ora et labora”.  

Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)

Vosotros, los que me habéis seguido, recibiréis cien veces más

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 19, 27-29

En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»

Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»
Palabra del Señor.

Ángelus del Papa: Jesús dice a todos ¡ánimo, ven a mí!


«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, Jesús dice: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11, 28). El Señor no reserva esa frase a alguno de sus amigos, no. La dirige a ‘todos’ aquellos que están cansados y agobiados por la vida. Y ¿quién puede sentirse excluido de esta invitación? El Señor sabe cuán pesada puede ser la vida. Sabe que muchas cosas fatigan el corazón: desilusiones y heridas del pasado, cargas que hay que llevar y perjuicios que hay que soportar en el presente, incertidumbres y preocupaciones para el futuro.
Ante todo ello, la primera palabra de Jesús es una invitación; una invitación a moverse y reaccionar: ‘Vengan’. La equivocación, cuando las cosas van mal, es la de permanecer allí donde se está. Parece evidente, pero ¡qué difícil es reaccionar y abrirse! No es fácil. En los momentos oscuros es natural estar consigo mismo, rumiar sobre cuán injusta es la vida, sobre cuán ingratos son los demás y qué malo es el mundo, y otras cosas así… Todos lo sabemos. Algunas veces hemos sufrido esta experiencia fea, pero así, ensimismados en nosotros mismos, vemos todo negro. Entonces se llega incluso a familiarizar con la tristeza, que se arraiga, aquella tristeza nos postra. Qué cosa fea es esta tristeza. En vez, Jesús quiere sacarnos de esas ‘tierras movedizas’ y por ello le dice a  cada uno: ‘¡Ven!’ - ¿Quién? ¡Tú, tú, tú! El camino para salir está en la relación, en el tender la mano y levantar la mirada hacia quien nos ama de verdad.
En efecto, salir de sí mismo no basta, hay que saber dónde ir. Porque tantas metas son ilusorias: prometen alivio y distraen solamente un poco, aseguran paz y dan diversión, dejando luego en la soledad de antes, son ‘fuegos artificiales’. Por ello, Jesús indica dónde ir: ‘Vengan a mí’, así dice Jesús. Tantas veces ante un peso de la vida o ante una situación que nos aflige, intentamos hablar con alguien que nos escuche, con un amigo, con un experto… Es un gran bien, ¡pero no olvidemos a Jesús! No nos olvidemos de abrirnos a Él y de contarle nuestra  vida, de encomendarle a las personas y las situaciones. Quizá haya ‘zonas’ de nuestra vida que nunca le abrimos a Él y que han permanecido oscuras, porque nunca han visto la luz del Señor. Cada uno de nosotros tiene su propia historia. Y si alguien tiene esta zona oscura, busquen a Jesús, vayan adonde un misionero de la misericordia, vayan a donde un sacerdote, vayan… Pero vayan a Jesús y cuéntenle eso a Jesús.
Hoy, él nos dice a cada uno: ¡Ánimo, no te rindas ante los pesos de la vida, no te encierres ante los miedos y los pecados, sino ven a mí!’
Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para fortalecernos en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y, con Él, todo peso se vuelve ligero (Cfr 30), porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, aquella que permanece aún en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémoslo cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y nos sentiremos consolados por Él.
Es Él mismo el que nos lo pide, casi insistiendo. Lo repite nuevamente al final del Evangelio de hoy: ‘Aprendan de mí… y encontrarán descanso para vuestra vida» (29). Aprendamos a ir a Jesús y, mientras, en los meses de verano buscamos un poco de reposo de lo que fatiga el cuerpo, no olvidemos encontrar el descanso verdadero en el Señor. Que nos ayude en esto la Virgen María nuestra Madre, que siempre nos cuida cuando estamos cansados y oprimidos y nos acompaña a Jesús»
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak)