lunes, 17 de julio de 2017

No he venido sembrar paz, sino espadas



Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 34-11,1
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mi; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mi. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi, la encontrará.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, sólo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra del Señor.

Ángelus del Papa: «Confesión y oración, claves para que la "semilla de Jesús" crezca en tierra fértil»

 El Domingo 16 de julio, solemnidad de Nuestra Señora del Carmen, el Papa Francisco se dio cita con miles de peregrinos que acudieron a la Plaza de San Pedro para rezar juntos la oración mariana del Ángelus.
Haciendo alusión a la lectura del Evangelio dominical de San Mateo, que narra la Parábola del Sembrador, el Santo Padre señaló que Jesús es el Sembrador y que con esta imagen nos da a entender que Él no se impone, sino que propone: “no nos atrae conquistándonos sino entregándose”.
“Él derrama con paciencia y generosidad su Palabra”, continuó diciendo Francisco. Una Palabra “que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto”, siempre y cuando nosotros estemos dispuestos a recibirlo.
En referencia a los “tipos de tierra” donde el Sembrador realiza su labor, el Sucesor de Pedro indicó que el “terreno bueno” es el camino que debemos seguir. No obstante, el Pontífice puso en guardia sobre otros dos tipos de terrenos que pueden crecer en nuestro corazón impidiendo que la "semilla de Jesús dé fruto": el terreno pedregoso, en el cual la semilla germina pero no llega a dar raíces profundas y el terreno espinoso, "lleno de espinos que sofocan a las buenas plantas", espinos que podemos comparar con "las preocupaciones del mundo y la seducción de la riqueza".
"Cada uno de nosotros puede reconocer estos grandes o pequeños espinos que habitan en su corazón", dijo Francisco, “estos arbustos más o menos enraizados que no agradan a Dios y nos impiden tener un corazón limpio”.
Por último el Santo Padre, destacó que es posible "sanear el terreno" de nuestro corazón, presentando al Señor a través de la confesión y la oración, "nuestras piedras y espinos". "Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios", dijo el Obispo de Roma. "Preguntémonos si en nosotros las piedras de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre a los espinos de los vicios". 
"Que la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica (cf. Lc 8,21), nos ayude a purificar el corazón y a custodiar                          

SEMBRAR

Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: "El que tenga oídos para oír que oiga". Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?
Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar también atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo primero que dice el relato: "Salió el sembrador a sembrar". Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.
A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla, que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos, que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.
Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de "cosechar" éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.
No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora; somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.
El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, "pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie".
Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?

José Antonio Pagola