domingo, 16 de agosto de 2015

Pablo VI, el Papa del Concilio Vaticano II

Se ha escrito que Pablo VI fue un Papa al que todavía le tenemos que hacer justicia, y más aún cuando ya han sido canonizados su antecesor y un sucesor: Juan XXIII y Juan Pablo II. Recordemos que Pablo VI recibió el Concilio Vaticano II de manos de Juan XXIII, que murió cuando apenas se habían iniciado los trabajos de la gran asamblea conciliar, y lo llevó hasta la conclusión, encargándose de su primera aplicación en las décadas de los 60 y 70, unos años muy difíciles para el gobierno de la Iglesia.
Recordemos también que fue el primer Papa que hizo una peregrinación a Tierra Santa, donde tuvo un encuentro memorable con el patriarca Atenágoras, con aquel gran abrazo entre los máximos representantes de las Iglesias de Oriente y de Occidente, un gesto que llevaría, al final del Concilio Vaticano II, a anular las mutuas excomuniones entre Roma y Constantinopla, que venían del siglo XI.
Pablo VI fue el Papa que hizo cardenales a Karol Wojtyla (en 1967) y a Joseph Ratzinger (1977), ambos sucesores suyos, que se han convertido en san Juan Pablo II y Benedicto XVI, hoy Papa emérito.
También fue el Papa que comenzó los viajes apostólicos, además de la ya mencionada peregrinación a Tierra Santa durante el Concilio Vaticano II, a las Iglesias locales de los cinco continentes. 

Entre las muchas cosas que se pueden recordar de este Papa está la encíclica Populorum Progressio (1967), escrita al final del colonialismo, cuando nacían y crecían en el mundo nuevas naciones y nuevos estados. Después publicó la Humanae Vitae (1968), la encíclica sobre el control de la natalidad y los valores de la familia. De la última etapa de su pontificado es su exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio,Evangelii Nuntiandi, del 8 de diciembre de 1975, un texto que aún hoy es un punto de referencia cuando se habla de la evangelización.

Recuerdo que el papa Francisco, que tiene una gran admiración por el papa Montini, en la audiencia que nos concedió a los participantes en el reciente Congreso de la Pastoral de las Grandes Ciudades, el 27 de noviembre de 2014, concluyó sus palabras haciendo un gran elogio de Pablo VI: "En los escritos del beato Pablo VI cuando era arzobispo de Milán –nos dijo-, hay una verdadera reserva de cosas que nos pueden ayudar a llevar el Evangelio a las grandes ciudades".

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

El Vaticano acusa a Italia de no hacer lo suficiente para paliar las muertes en el Mediterráneo

Para finales de agosto habrán llegado a Europa 250.000 inmigrantes irregulares

 Lo peor de la situación sin embargo es que ya han muerto 2.300 en 2015, casi 500 más que en todo el año anterior
El Vaticano y el Gobierno de Italia se enfrascaron en sus más profundas críticas mutuas en décadas a consecuencia de un nuevo naufragio que dejó decenas de muertos entre inmigrantes que intentaban alcanzar la costa italiana. Ya suman 2.300 los muertos este año cuando cruzaban el Mediterráneo, 500 más que el total del año pasado.
La Organizaciòn Internacional de las Migraciones (OIM) en su último informe publicado el viernes, reveló que para fines de agosto habrán llegado a Europa 250.000 inmigrantes irregulares, contra 219.00 en total del año pasado. Lo peor de la situación sin embargo es que ya han muerto 2.300 en 2015, casi 500 más que en todo el año anterior.
El principal teatro de operaciones es el llamado canal de Sicilia, una lengua de aguas mediterráneas de cien quilómetros de ancho que separa la isla de Libia en el norte africano y que ahora ha pasado a llamarse el canal "más mortal del mundo". La OIM cree que la situación es aún peor a lo que se conoce, ya que se carece de datos suficientes sobre los camiones que por cientos llegan desde Nigeria, Somalia y Eritrea, cargados de gente desesperada y dispuesta a todo con tal de llegar a la costa europea.
Italia, es el segundo país que más inmigrantes ha recibido, después de Grecia, y las autoridades han perdido el control de la situación en muchos aspectos.
El conflicto de vaticano-italiano, se desató cuando Monseñor Nunzio Galantino,secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, dijo a Radio Vaticana que los políticos italianos eran los máximos responsables de la crisis humanitaria en tanto nada les importa "con tal de conseguir un voto".
"Como italianos deberíamos distinguir entre la realidad y la percepción que de ella tenemos. Escuchamos que se habla de que es ‘insoportable' el número de las personas que piden asilo político. En mi opinión ésta es una actitud que viene alimentada por esos ‘comerciantes de poca monta' (apuntando a los políticos) que con tal de conseguir votos dicen cosas extraordinariamente insípidas. Sé que la inmigración tal cual está planteada es un esfuerzo, sé que es difícil abrir la propia casa, abrir el propio corazón, abrir la propia realidad", puntualizó. Recordó paralelamente la situación de Jordania, que "con seis millones de habitantes tiene dos millones de refugiados. Y no tienen más medios. Probablemente porque tienen sólo un corazón más grande".
Una decena de diputados de la derecha italiana, encabezados por la Liga Norte y Forza Italia, de Berlusconi, apuntaron al Vaticano rechazando los dichos del prelado y le conminaron pedir al papa Francisco que llame telefónicamente a Merkel, en Alemania; Hollande, en Francia; Rajoy, en España, y Cameron, en Inglaterra, para que a su vez colaboren a recibir más migrantes, en tanto esos países han puesto límites mayores de lo que habían comprometido.
(RD/Agencias)

INVITADOS AL BANQUETE

Coincide este domingo con el paso de quincena del mes de agosto, fecha en la que en muchos lugares se celebran fiestas en honor de la Asunción de Nuestra Señora y de San Roque.
Es tiempo de convivencia familiar, de cenas amigas, de celebraciones generosas. En vacaciones gusta el encuentro distendido ante un sorbo de bebida fresca y un aperitivo.
La Liturgia de la Palabra escoge para este tiempo el discurso del “Pan de Vida”, del Evangelio de San Juan, no solo por completar el texto evangélico más corto, como es el de Marcos, sino por acercarse al ambiente festivo del tiempo de estío.
Según el Cuarto Evangelio, Jesús se convierte en el mejor anfitrión, y da cumplida respuesta a los pasajes sapienciales, clave de interpretación por la que se comprenden muchos escritos del Antiguo Testamento.
Al leer el párrafo del libro de los Proverbios: "Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia."» (Prov 9, 6), es fácil recordar las palabras de Jesús en Cafarnaúm: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56).
La buena mesa no solo se aprecia por los manjares que en ella se sirven, también depende de la conversación y el acompañamiento que se tenga, para que realmente la participación en el banquete se convierta en un momento especial. De ahí que la liturgia haya escogido el verso del salmo: “Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor” (Sal 33), para significar no solo que somos invitados a comer, sino también a la mesa de la Palabra, para conocer la sabiduría del Maestro.
Gracias a la enseñanza aprendida, como señala San Pablo: “Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos” (Ef 5,15), el encuentro rezuma abundancia de manjares, de sabia conversación de la que se deriva el aprendizaje esencial para caminar por el sendero de la vida satisfechos y gozosos.
¿Puedes decir que has participado durante este tiempo en la fiesta del Señor? ¿Has gustado el regalo de la Eucaristía? ¿Has escuchado con sosiego la Palabra de Dios? ¿Te has parado a evaluar el modo de vida y a ver si avanzas de manera sensata?
Posiblemente, aun te queda una quincena de vacaciones o de tiempo hasta empezar el curso. ¡Aprovecha la oportunidad!


Lo decisivo es tener hambre

El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Solo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come, vivirá por mí».

El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».

Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.

Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
José Antonio Pagola


Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

- «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí:

- «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

Entonces Jesús les dijo:

- «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor.

«TU CUERPO ES SANTO Y SOBREMANERA GLORIOSO».PAPA PÍO XII


Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo. 

Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, ... afirma, con elocuencia vehemente: « Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. 

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino. Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal. [...]

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.

De la constitución apostólica Munificentissimus Deus del papa Pío XII
(AAS 42 [1950), 760-762. 767-769)
Fuente: News.Va

María, luz de la Misericordia de Dios, muéstranos a Jesús, oración del Papa

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y ¡buena fiesta de la Virgen!
Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes dedicadas a la Santísima Virgen María: la fiesta de su Asunción. Al final de su vida terrena, la Madre de Cristo subió en cuerpo y alma al Cielo, es decir, en la gloria de la vida eterna, en plena comunión con Dios.
El Evangelio de hoy (Lc 1,39-56) nos presenta a María, que, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, se dirige a ver a su anciana pariente Isabel, también ella milagrosamente a la espera de un hijo. En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magnificat, porque ha tomado plena conciencia de las grandes cosas que están ocurriendo en su vida: a través de ella se llega al cumplimiento de toda la espera de su pueblo.
Pero el Evangelio también nos muestra cual es el motivo más verdadero de la grandeza de María y de su beatitud: el motivo es la fe. De hecho Isabel la saluda con estas palabras: «Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». (Lc 1:45). La fe es el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la gran creyente; ella sabe - y así lo dice - que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Sin embargo, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con premura, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las tramas de sus corazones. Y ésta es la fe de nuestra Madre, ¡esta es la fe de María!

El Cántico de la Virgen también nos permite intuir el sentido cumplido de la vivencia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, entonces no podía «conocer la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne al autor de toda vida» (Prefacio). Todo esto no tiene que ver sólo con María. Las “grandes cosas” hechas en ella por el Omnipotente nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje por la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin rumbo, sino una peregrinación que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor. Es bello pensar en esto: que nosotros tenemos un Padre que nos espera con amor y que nuestra Madre María también está allá arriba, y nos espera con amor.

Mientras tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer «para su pueblo, todavía peregrino sobre la tierra, un signo de consuelo y de segura esperanza». Aquel signo tiene un rostro, aquel signo tiene un nombre: el rostro radiante de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor. ¡La gran creyente! Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, somos insertados en este misterio de salvación.
Hoy todos juntos le rezamos para que, mientras se desanuda nuestro camino sobre esta tierra, ella vuelva sobre nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Traducción del italiano: Griselda Mutual, Radio Vaticano