La profesión de
fe comienza con un verbo conjugado en primera persona del singular: “yo creo”.
El sujeto de este verbo es cada persona individual que recita el Credo. Porque
la fe es un acto personalísimo, del que solo yo soy responsable. Nadie puede
creer por mí. Ni siquiera la Iglesia. El creer es un acto, una actitud que me
concierne personalmente. Sin duda, el acto de fe es también un acto eclesial,
en la medida en que los otros creyentes lo recitan igual que yo. Pero aunque lo
lógico sea recitar la profesión de fe en común, formando Iglesia, cada uno es
responsable de la fe profesada.
De ahí que la fe tenga necesariamente que ser un acto libre. En la medida en que hay presión, en esta misma medida la fe se empequeñece o se infantiliza. Si la presión se convierte en coacción, hasta el punto de que sin esa presión yo no recitaría el Credo, la fe desaparece. El acto que estoy haciendo será cualquier cosa menos un acto de fe. Puede ser un acto social, un acto político, un acto interesado, pero no un acto de fe. Religiosamente es una pura ficción. Y la ficción es la negación de la fe.
En la España actual hay políticos no católicos que se niegan a asistir a actos religiosos en los que era habitual la presencia de las personas que representaban a las instituciones civiles. A la luz de la fe como acto personal y libre, eso debería ser lo normal. Ningún católico debería escandalizarse por la actitud de tales políticos. Cosa distinta es que un representante político considere que, por cortesía, debe asistir a algún acto religioso o cultural, ya que entre sus votantes se encuentran, sin duda, algunos de los que participan “de buena fe” en tal acto. Pero cuando el político participa por cortesía en un acto religioso no lo hace en tanto que creyente, sino como solidario con los creyentes que en el acto participan, manifestando así el respeto que le merecen todas las creencias.
Sería bueno que unos y otros tuviéramos clara esta doble dimensión, la religiosa y la social. En España es cada vez más habitual la convivencia con personas de distinta fe, de distinta religión y de distinta ideología. Si uno tiene un amigo de otra confesión cristiana o de otra religión, lo lógico, si es invitado, es que participe en aquellos actos que son significativos e importantes para su amigo (una boda, un funeral). Al hacerlo no compromete para nada su fe. Pero, desde su fe, precisamente porque es libre y personal, comprende que haya otras personas con distinta fe que merecen un respeto y, si son amigos suyos, merecen que les apoye en aquellos actos que son importantes para ellos.
Martín Gelabert Ballester