Mónica, la madre de San Agustín, nació en Tagaste
(África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 332.
Ella deseaba
dedicarse a la vida de oración y de soledad pero sus padres dispusieron que
tenía que esposarse con un hombre llamado Patricio. Este era un buen
trabajador, pero de genio terrible, además mujeriego, jugador y pagano, que no
tenía gusto alguno por lo espiritual. Tuvieron tres hijos : dos varones y una
mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la
hizo sufrir por varias décadas.
Patricio no era
católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan
grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedicará de su tiempo a estos
buenos oficios.y Quizás, el ejemplo de vida de su esposa logro su conversión.
Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la
gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo
hiciera su suegra. Un año después de su bautizo, Patricio murió, dejando a la
pobre viuda con el problema de su hijo mayor
Cuando murió su
padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez
más preocupantes del comportamiento de su hijo. Adoptó las creencias y
prácticas de una la secta Maniquea. Y Mónica, que era bondadosa pero no
cobarde, ni débil de carácter, al volver su hijo de vacaciones y escucharle
argumentar falsedades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa
y cerró las puertas, porque bajo su techo no albergaba a enemigos de Dios.
En Milán; Mónica
conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre San Ambrosio, Arzobispo
de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría
que le impartió sabios. Además de Mónica, San Ambrosio también tuvo un gran
impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y
poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en
Agustín, escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio, desarrolló por
él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de
la fe católica.
En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la
religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.
Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra,
en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya
había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión
de su hijo. Ya podía morir tranquila. Murió a los 55 años de edad del año 387.