domingo, 18 de junio de 2017

18 de junio: san Marcos y san Marcelino, mártires


Marcos y Marcelino, mártires, fueron hermanos gemelos, hijos de san Tranquilino y santa Marcia, convertidos a la fe por san Sebastián, y crucificados en Roma por la fe en Jesucristo, el año 286.
Son patronos secundarios de la hoy Archidiócesis de Mérida-Badajoz. Un rayo que cayó en el castillo fue la causa del terrible fuego que amenazaba a todas luces alcanzar el polvorín o almacenes de pólvora de la ciudad y cuya explosión hubiera sido una catástrofe. El apresurado rezo a los santos del día en aquel apuro hizo que milagrosamente se detuvieran las llamas en la misma zona inmediatamente próxima al almacén de munición. Se pidió a las autoridades eclesiásticas sea oficialmente reconocida la protección de los santos que les libraron en aquella terrible tormenta.
Un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos faculta al Deán y Cabildo para elegirlos patronos menos principales de la ciudad de Badajoz. Una vez ejecutado, es aprobado por el obispo Juan Marín Rodezno, el 13 de junio de 1699. Su celebración es solo para la ciudad.
Archimadrid.o

Solemnidad del Corpus Christi. El pan vivo bajado del cielo


Celebramos este domingo la solemnidad del Corpus Christi; una fiesta que nos invita a detenernos en torno al misterio eucarístico y a su significado para la vida de la Iglesia. Para comprender lo que implica el don de la Eucaristía, el Evangelio nos presenta la última parte del discurso de san Juan sobre el pan de vida. Comienza el pasaje con las palabras «yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre». En el Antiguo Testamento el pan es, ante todo, un don de Dios, esencial para la subsistencia del hombre. Por eso, en la oración que el Señor enseña a sus discípulos parece resumir en este alimento todo lo necesario para la vida del hombre, al mismo tiempo que anticipa el don eucarístico.
El maná y la Eucaristía
Cuando los judíos escuchaban «pan bajado del cielo» pensaban inevitablemente en el maná, el alimento que Dios dio a Israel durante la marcha por el desierto, conforme escuchamos este domingo en la primera lectura, del libro del Deuteronomio. El maná tenía un carácter misterioso. Pero a través de este medio de subsistencia Dios hace patente su presencia en medio de su pueblo, que recordará siempre este don poniendo en el arca, junto a las tablas de la ley, un vaso con maná.
La Palabra que nos propone hoy la liturgia busca subrayar la relación entre el maná y el verdadero pan que nos da Dios. Lo hemos escuchado también en la primera lectura: «no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios» (Dt 8,3). El Evangelio insiste en que el verdadero pan no es el maná —el cual no libraba al hombre de la muerte—, sino Jesús mismo, verdadero pan del cielo. La poesía cristiana nos lo ha transmitido a través de la secuencia Lauda Sion, que desde hace siglos se canta en este día. En una de sus estrofas se resaltan los precedentes o figuras del Pan verdadero: «Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres».
Del mismo modo que Dios se preocupó por alimentar a su pueblo cuando estaba en el desierto, Jesús ofrece a sus discípulos un don aún mayor: la Eucaristía, esencial para la vida. Jesús no se refiere a la vida física, sino a la vida verdadera, la que une a Dios con el hombre para siempre y a los hombres entre sí. Esta es la «vida eterna» de la que nos habla.
Pan de comunión
Durante estos días muchos niños han recibido por primera vez al Señor en la Eucaristía. Han hecho la comunión. San Pablo nos dice en la carta a los Corintios que el cáliz que bendecimos y el pan que partimos son comunión. ¿Qué significa esto? Unión íntima y profunda. El Señor quiere ofrecernos el vínculo más hondo que puede existir con él mismo. Pero recibir al Señor crea al mismo tiempo un lazo estrecho entre los cristianos, tal y como afirma Pablo: «el pan es uno, nosotros, siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan». Por lo tanto, la Eucaristía no puede ser considerada nunca como un hecho privado. Su celebración nunca ha sido un acontecimiento reservado para unos pocos, de manera exclusiva. Cuando acudimos a Misa no elegimos quién nos acompañará, y, probablemente, en el mismo lugar haya personas completamente desconocidas para nosotros, de distintas profesiones, condición o, incluso, nacionalidad. Por eso, la Eucaristía ha sido siempre un antídoto frente a cualquier tentación de particularismo. De hecho, durante muchos años la única celebración eucarística que había en cada ciudad era la presidida por el obispo, donde en torno a la Eucaristía y al obispo se visibilizaba la única comunidad, expresión de la unidad de la Iglesia. El caminar en procesión junto al Señor sacramentado permite hoy día seguir reflejando la unión de quienes, como miembros de la Iglesia, dirigimos la mirada hacia el Señor resucitado.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (6,51-58)




... El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el «pan de vida», pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51). 

Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. 

Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás.

Cada vez que participamos en la santa Misa y nos alimentamos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio. 

Ante todo, la docilidad a la Palabra de Dios; luego, la fraternidad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desalentados y acoger a los excluidos. De este modo la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. 

La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! 

Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros a quien no nos ama: y esto no es fácil. Amar a quien no nos ama… ¡No es fácil! Porque si nosotros sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros nos inclinamos por no quererla. Y, en cambio, no. Debemos amar también a quien no nos ama. Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger. 

Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra vida llega a ser «pan partido» para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría. La alegría de convertirnos en don, para corresponder al gran don que nosotros hemos recibido antes, sin mérito de nuestra parte. Esto es hermoso: nuestra vida se hace don. Esto es imitar a Jesús. 

Quisiera recordar estas dos cosas. Primero: la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, al recibir la Eucaristía, se hace don. Como ha sido la vida de Jesús. No olvidemos estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida; y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don. 

Jesús, Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María santísima. Después de llevarlo consigo con inefable amor, Ella lo siguió fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, y a hacer de ella el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración. 
(Del Ángelus del Papa Francisco el 22 de junio de 2014)

EVANGELIO DE HOY: EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE




Lectura del santo Evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor