“Vino hacia Él un leproso que, suplicando de rodillas, le decía: ‘Si quieres, puedes limpiarme'”.
La lepra fue siempre una enfermedad dramática, de indescriptible sufrimiento físico y graves secuelas sociales. Además, en esos tiempos era incurable la mayoría de las veces.
La lepra era la enfermedad más temida por los judíos, y muchas veces la creían un castigo de Dios;cuando se indignaban contra alguien, sólo le deseaban esta plaga en casos extremos .
Al ser declarado impuro por el sacerdote, el leproso era inmediatamente excluido de las relaciones sociales.
El leproso del Evangelio de hoy debía tener un tanto de vida interior, hallándose habituado de cierto modo a la oración. Por eso, al arrodillarse manifiesta en el fondo la misma fe y humildad del centurión cuando dijo a Jesús: “Señor, no soy digno” (Mt 8,8).
Enternecido, Jesús extendió su mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio'. Al instante desapareció la lepra y quedó limpio”.
Enternecido, Jesús extendió su mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio'. Al instante desapareció la lepra y quedó limpio”.
La reacción de Jesús no fue de extrañeza, mucho menos de desprecio ni de horror, sino de compasión
Jamás debemos desesperar de la cura para nuestras miserias espirituales. Por peores que éstas puedan ser, nunca podrán superar el infinito poder de Dios, a quien le bastará siempre un mero acto de voluntad.