En este mes de septiembre, el calendario nos ofrece la oportunidad de acercarnos al mundo de la cárcel: el pasado día 24 se celebró la fiesta de la Virgen de la Merced, patrona de las Instituciones Penitenciarias. Ella, en efecto, es la buena Madre que nos acerca a Aquel que nos libera de todas nuestras esclavitudes. Y esta fiesta, en el Año Jubilar de la Misericordia, tiene para nosotros una resonancia especial.
Cuando hablamos de «redimir al cautivo», que es una de las obras de misericordia que hemos querido ir recorriendo a lo largo de este tiempo, resuenan en nosotros los textos bíblicos que nos invitan a acordarnos de los que están encarcelados y a sentir con ellos su sufrimiento y su esperanza de liberación. No olvidemos aquel pasaje relativo al juicio final donde el mismo Jesús nos recuerda algo que al hacerlo a los demás se hace a Él mismo: «...estuve preso y me visitásteis» (Mt 25).
Tenemos que reconocer que el mundo de la prisión nos queda bastante alejado: las casi cuatrocientas personas que viven en nuestra prisión de Burgos, para muchos no dejan de ser exclusivamente un simple número. Por eso, la cárcel es hoy una de esas periferias a las que tenemos que acercarnos. Yo mismo, una de las primeras visitas que realicé a mi llegada a Burgos fue precisamente a la cárcel, visita de la que guardo un hondo recuerdo. Me alegra también que, a lo largo del año, bastantes parroquias os hayáis acercado a la prisión para celebrar vuestra fe con esas personas privadas de libertad y compartir con ellas un rato de animosa y cálida tertulia.
Igualmente me alegra que un grupo numeroso de sacerdotes de nuestro presbiterio realice labores de voluntariado, que permiten ayudar a normalizar su vida a las personas que están a punto de recobrar la libertad. Agradezco también al grupo de voluntariado que, desde la Capellanía de la Cárcel, comparten semanalmente diferentes actividades formativas, culturales, lúdicas y, por supuesto, de celebración de la fe.
En este sentido es obligado e imprescindible por parte de la Iglesia diocesana resaltar y agradecer el magnífico e incalculable servicio que durante estos 25 últimos años ha realizado D. José Baldomero Fernández de Pinedo Arnáiz. Los sacerdotes que toman ahora el relevo en la Capellanía, D. Fermín Ángel González López y D. Jesús María Álvarez Martínez, proseguirán sin duda esta ejemplar tarea realizada.
Todas las iniciativas mencionadas no dejan de ser pequeños gestos de misericordia que, desde el trato cercano y personal, contrarrestan la vorágine de despersonalización que puede manifestarse en la cárcel.
Me uno al diagnóstico que el papa Francisco hacía en la visita a un penal en Ciudad Juárez (Méjico): «Las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que, poco a poco, ha ido abandonando a sus hijos». En efecto, pensamos que los problemas se solucionan apartando, aislando, encarcelando, alejando, olvidando, castigando... Y así solo alentamos el círculo de la violencia y de la exclusión.
Jesús nos indica, sin embargo, que hay otros caminos diferentes que sí que son capaces de rehabilitar y reinsertar: caminos que pasan siempre por la misericordia entrañable que a lo largo de este año venimos celebrando. Dios siempre nos ama infinita e incondicionalmente, por encima de nuestro actuar. Dios abraza, acoge, perdona, comprende, acompaña, nos lleva de la mano y nos reconcilia con nosotros mismos recordándonos siempre nuestra inviolable dignidad de hijos. Sólo la medicina de la misericordia sabe poner a cada persona en el centro, sanándola de sus actos y comportamientos, y reinsertándola así en la sociedad.
Cuando miramos como Dios, desde la misericordia, nuestra mirada a cada persona privada de libertad también se transforma: no es una mirada que condena, sino que es la mirada que posibilita el acompañamiento, la liberación y la esperanza. Es la mirada que se interroga interiormente y que hasta llega a preguntarse, como hace el papa Francisco cuando entra en una cárcel: «¿Por qué ellos y no yo?» Todos cuantos están privados de libertad, por los motivos que sean, esperan ser liberados de su situación. Son hermanos nuestros que necesitan ser visitados por el Evangelio y por sus mensajeros. Son personas que necesitan nuestra oración, nuestro recuerdo, nuestro apoyo, nuestro tiempo.
Mis últimas palabras quisiera que fueran para las personas privadas de libertad: me gustaría que cada uno de vosotros viváis este tiempo no como tiempo perdido, sino como una nueva e importante oportunidad en vuestras vidas. No cuenta tanto el por qué estamos aquí, sino el para qué. Que Dios os ayude, os bendiga y derrame su misericordia entre vosotros, a través de nuestra Virgen de la Merced.
(Fidel Herráez, arzobispo de Burgos)