domingo, 18 de septiembre de 2016

El Papa a los ex-alumnos jesuitas: cada refugiado tiene un nombre y un rostro, es necesario integrarlos


El papa Francisco recibió este sábado por la mañana en el Vaticano a un numeroso grupo de ex alumnos jesuitas, reunidos en Roma para profundizar sobre la crisis de los refugiados y las raíces de las migraciones forzadas.
“Más de 65 millones de personas han sido obligadas a abandonar sus lugares de residencia”, aseguró el Santo Padre y precisó que “son mujeres y hombres, jóvenes y muchachas, que no son diversos de los miembros de nuestras familias y de nuestros amigos. Cada uno tiene un nombre, un rostro y una historia, como el derecho inalienable de vivir en paz y aspirar a un futuro mejor para los propios hijos”.
El Santo Padre les exhortó así “a dar la bienvenida a los refugiados en vuestras casas y comunidades, de manera que su primera experiencia en Europa no sea aquella traumática de dormir al frío, en las calles, sino una recepción calurosa y humana”. Y añadió: “Recuerden que la auténtica hospitalidad tiene un profundo valor evangélico, que alimenta el amor y es la mayor seguridad contra los odiosos actos de terrorismo”.
Les recordó a los allí presentes que la Confederación Europea de la Unión Mundial de ex alumnos jesuitas tomó el nombre de Padre Pedro Arrupe, fundador del Jesuit Refugee Service, quien fue movido a dar una respuesta al “boat people” sud-vietnamita expuesto a las tempestades del Mar mientras huía del comunismo. Y les invitó a ejemplo del padre Arrupe a “volverse compañeros de Jesús”, porque “enviados en el mundo para ser mujeres y hombres, para y con, los demás”. Ofreciendo al Señor “toda la vuestra libertad, vuestra memoria, vuestra inteligencia y vuestra entera voluntad”.
Porque la Iglesia con vuestra ayuda “será capaz de responder más plenamente a la tragedia humana de los refugiados mediante actos de misericordia que promuevan su integración en el contexto europeo”.
Francisco a los ex alumnos jesuitas les invitó también a recordar que “el amor de Dios les acompaña en este trabajo” y que son los “ojos, boca, manos y el corazón de Dios en este mundo”.
El pontífice les señaló que ellos seguramente habrán aprendido mucho de los refugiados que han encontrado y que al regresar a las propias comunidades les ayuden “no solamente a sobrevivir sino a crecer, florecer y dar fruto”. Les invitó también a pensar en la Sagrada Familia “en su largo viaje a Egipto como refugiados” y de las palabras que dijo Jesús: “Era extranjero y me recibieron”.
(ZENIT – Ciudad del Vaticano)

LA RECTA ADMINISTRACIÓN DE LOS BIENES



Hoy la Palabra pone el dedo en la llaga de una cultura especuladora, en la que solo interesa el acrecentamiento de las riquezas, a costa de todo, y en la que salen perdiendo siempre los más pobres.
Pero cabe que leamos la denuncia del texto bíblico como si se refiriera a otros, e incluso puede justificarnos por nuestra crítica despiadada de los dirigentes, de los empresarios, de los que entendemos que son especuladores con los bienes de los demás.
Sin duda que el profeta es incisivo en su expresión: “Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables” (Amós). Y cada uno deberemos examinarnos por si en nuestras relaciones, aunque sea en pequeña escala, también ejercemos extorsión, especulación, por afán desmedido de poder o de tener, creando dependencias y ciertas esclavitudes. Cabe que intentemos dominar con chantajes emocionales, para sujetar a las personas a nuestro servicio.
El salmista canta el comportamiento de Dios, que es defensor de los más desfavorecidos: “El Señor levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo”. Dios no esclaviza, ni somete, por el contrario Él saca de la esclavitud a su pueblo, y por gracia, todos hemos sido liberados del dominio del pecado.
La clave para disfrutar de la libertad de los hijos de Dios nos la ofrece el Evangelio: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.” Solo Dios es Dios. “Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos”.
En las circunstancias que nos rodean, en las que surge espontáneamente la crítica política por la situación en que nos encontramos, es providente la recomendación del San Pablo: “Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro”. ¡Ojalá pueda emerger la generosidad, la responsabilidad y la sensibilidad, para que no se deteriore aún más la convivencia entre las personas!
Ángel Moreno de Buenafuente

Dinero



La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Solo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.
En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.
Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce «dinero limpio». La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.
¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
Jesús viene a decir así a los ricos: «Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre». Dicho con otras palabras: la mejor forma de «blanquear» el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos solo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
José Antonio Pagola

Así esta mujer te va a enseñar a amar. ¡Pídele el milagro a la Virgen María!



Me gusta mirar a María en estos días en los que el nuevo curso comienza. Mirarla a Ella y pensar en su nacimiento, en su dulce nombre, en su dolor al pie de la cruz abrazando a su hijo muerto con el corazón traspasado.

Me conmueven su sufrimiento, su fidelidad, su fortaleza, su alegría. Me gusta pensar que Ella siempre me espera para pronunciar mi nombre, para darme un hogar y una misión.

Y al llegar y sentirme en casa yo pronuncio también su nombre: María. Su nombre, que se puede traducir por amada, o elegida. Porque fue especialmente querida por Dios. Ella es excelsa, la preferida. Dios la creó y la soñó. Dios la quiso por encima de toda creatura. La amó en su belleza, en su verdad.

Su nombre que también puede significar luz sobre el mar, Stella Maris. Pienso en María, en su luz por encima del mar. Ella es la estrella que me guía en medio de las tormentas, en medio de la oscuridad. Como ese faro que marca las rocas que tengo que evitar, o la ruta que debo seguir para llegar a puerto seguro.

Ella tiene la hondura del mar y el horizonte ancho. Tiene la profundidad que yo anhelo y esa mirada que vislumbra el infinito. Tiene la inmensidad dibujada en sus ojos. Ella sostiene mi barca pequeña en medio de la vida. Y me guía por los mares hondos, por encima de las olas.

Hoy pronuncio su nombre: María. Y Ella pronuncia el mío al verme llegar. Sí, me llama por mi nombre. Mi nombre auténtico. No ese nombre por el que me conocen muchos. Más bien ese otro nombre que sólo yo conozco. Lo pronuncia con voz clara en mi oído.

Y me hace saber que siempre me espera, cada día, cada hora. Me espera y se alegra al verme llegar. Llegue como llegue. Sucio, cansado, herido. Sabe quién soy, conoce mi nombre. Ese nombre oculto bajo apariencias. Ese nombre desgastado por el cansancio y las heridas.

Ella lo sabe, lo pronuncia. Y siempre está allí dispuesta a sostener mi paso, mi cruz, mi mirada. Dispuesta a darme ánimos para una nueva lucha. No me quita mi cruz. No me libera. No es posible.
Ella no pudo quitarle tampoco el peso del madero a su propio Hijo. Sólo pudo sostenerlo con la mirada, alentarlo con sus lágrimas, darle esperanza con sus ojos. Hoy no puede cambiar mi suerte, alterar los planes, inventar un camino diferente. Por eso no lo hace. Y yo no lo espero. No le pido un milagro que me libere de cualquier cruz. No lo hago.

Pero sí le pido otro milagro. Le pido ese milagro que logre transformar mi alma egoísta en un alma honda y profunda, generosa, sin límites. Le pido el milagro de comprender aunque sea mínimamente cuánto me ama Dios. De saberlo de verdad, con el corazón. El milagro de ahondar en mi vida y sumergirme en su profundidad. Aceptándome como soy.

Le pido el milagro de poder llevar la cruz en el camino. Soportar con paciencia y alegría el dolor. Y seguir luchando una nueva batalla un nuevo día.

Le pido el milagro de percibir aunque sea torpemente el significado verdadero de ese nombre de Dios que es misericordia. Y entender que en mi propio nombre hay oculta otra misión de misericordia para los hombres.

No logro entender cómo Dios puede amarme sin condiciones, a cambio de nada. María con su amor me permite atisbar algo de ese misterio. Estoy llamado a perdonar y a perdonarme con el amor misericordioso de Dios. ¡Si lograra entenderlo!

Quiero aprender a perdonar siempre desde mi incapacidad. Es posible porque Dios lo hace posible en mí. Y si yo, que soy torpe, logro amar así, ¿cómo será entonces ese amor que Dios me tiene?: Comprendí entonces que así es como Dios nos ama y recibe a todos. Porque, si un ser humano deshecho y limitado es capaz de experimentar semejante episodio de total perdón y aceptación de sí mismo, pensemos la enormidad de cosas que Dios, en su eterna compasión, perdona y acepta”[1].

Mi amor es el pálido reflejo del amor de Dios. Hoy miro a María. Y veo cómo María me mira y me acepta. Noto su misericordia abrazando mis heridas. Es un milagro sentir que mi pecado no es nada importante cuando se sumerge en la hondura de su mar. En ese abrazo suyo en el que casi desaparezco.

En Ella mis límites y agobios, mis caídas y torpezas, poco importan. El milagro de su amor me hace ser más consciente de la gratuidad del amor. Quisiera amar como María me ama.

Llegamos a Ella con nuestras heridas y sabemos que es difícil llegar a perdonarnos a nosotros mismos. Sólo puede ser obra de la gracia. Por eso me gusta mirar a María. Me conmueve. Me gusta saber que Ella obra milagros. Milagros de transformación. Logra cambiar mi mirada. Transformar mi vida. No lo dudo. Ya lo ha hecho. Ella obra grandes milagros.

Decía el papa Francisco: Que nuestra Madre de misericordia nos enseñe a curar concretamente las llagas de Jesús en nuestros hermanos y hermanas. Al Señor no le gustan las puertas medio abiertas ni los caminos que se quedan a medias. No cerrar las puertas. Cada uno de nosotros guarda en el corazón una página personalísima del libro de la misericordia de Dios. Salir de nosotros mismos es un viaje sin billete de vuelta. Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los débiles, nunca duros”.
María es Madre de misericordia. Y quiere educar hijos de misericordia. Lo puede hacer en mí si abro la puerta. Un milagro de misericordia en sus manos, abierto para otros. Pero para eso tengo que volver a agradecerle por las obras de misericordia que hace conmigo.

A veces me amargo por lo que no sucede como yo deseo. Me pesan las cruces. Y no logro ver la luz en la noche, o el agua en el oasis del desierto. María me ayuda a mirar mi vida con esperanza. Y me hace ver lo misericordioso que es Dios conmigo.

Sólo así podré yo salir, abrir mi puerta y dejar que otros lleguen a mi corazón y experimenten la misericordia de Dios.

[1] Elizabeth Gilbert, Come, reza y ama

No podéis servir a Dios y al dinero



Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
"¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando".
El administrador se puso a decir para sí:
"¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa."
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
"¿Cuánto debes a mi amo?"
Éste respondió:
"Cien barriles de aceite."
Él le dijo:
"Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta."
Luego dijo a otro:
"Y tú, ¿cuánto debes?"
Él contestó:
"Cien fanegas de trigo".
Le dijo:
"Aquí está tu recibo, escribe ochenta".
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta,, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor.