Muchas
veces contribuimos a la globalización de la indiferencia; intentemos, más bien,
vivir una solidaridad global.
La
cultura del descarte produce muchos frutos amargos, como el desperdicio de
alimentos y el aislamiento de muchos ancianos.
Ser
cristiano implica renunciar a nosotros mismos, tomar la cruz y llevarla con
Jesús. No hay otro camino.
El
Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; nos habla de un Amor que vence
al mal y al pecado.
Para
conocer al Señor es necesario cultivar el trato con Él: escucharlo en silencio
ante el Sagrario, acercarse a los Sacramentos.
Muchas
veces contribuimos a la globalización de la indiferencia; intentemos, más bien,
vivir una solidaridad global.
La
Iglesia no tiene otra razón de ser ni otra finalidad que dar testimonio de
Jesús. No lo olvidemos.
La
verdadera caridad es un poco atrevida: no tengamos miedo a ensuciarnos las
manos para ayudar a los más necesitados.
Hay
muchos indigentes en el mundo de hoy. ¿Me encierro en mis cosas, o estoy atento
a quien necesita ayuda?
A
veces ni siquiera conocemos a los vecinos de casa: esto no es vivir como
cristianos.
Jesús
viene en medio de nosotros y transforma nuestras vida. En Él vemos que Dios es
amor, fidelidad, vida que se nos da.
Dejemos
que nuestra vida se identifique con la de Jesús, para tener sus sentimientos y
sus pensamientos.
La
vida cristiana no se limita a la oración, pero requiere un compromiso diario y
valiente que surge de la oración.
En
la vida cristiana son esenciales: la oración, la humildad, el amor a todos.
Éste es el camino hacia la santidad.
Para
el cristiano, la vida no es producto de la casualidad, sino fruto de una
llamada y de un amor personal.