domingo, 12 de junio de 2016

Dios mío, ¿quién me hará descansar en ti? San Agustín

Dios mío, ¿quién me hará descansar en ti?

¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues para
que me olvide de todas mis maldades y me abrace a ti, mi único bien?

¿Qué eres tú para mí? Y ¿quién soy yo para ti?
¿Por qué me mandas que te ame y te enfadas conmigo y
me amenazas con la mayor de las miserias si no lo hago?
¿No es, acaso, miseria suficiente la de no amarte?

Señor y Dios mío, dime por tus misericordias qué eres tú para mí.
Di a mi alma: yo soy tu salvación. Díselo en forma tal que
llegue a entenderlo. Abre los oídos de mi corazón
y dile a mi alma: yo soy tu salvación.

Angosta es la casa de mi alma para darte cabida.
Ensánchamela tú. En ruinas la tengo. Repáramela tú.
Cosas hay en ella que ofenden a tus ojos. Lo sé y lo confieso.

Permíteme con todo a mí, polvo y ceniza, hablar
en presencia de tu misericordia. Sé que, al hacerlo,
no hablo a hombres que puedan reírse de mí.
Aunque quizá mis palabras te causan risa a ti,
al menos cuando te vuelvas a mí,
sé que de mí tendrás misericordia

(San Agustín. Conf. I, 5, 6)
Blog: Reflejos de Luz

La enfermedad, el sufrimiento y la muerte encuentran en Cristo su sentido definitivo. Homilía del Papa en el Jubileo de los Enfermos

«Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Ga 2,19). El apóstol Pablo usa palabras muy fuertes para expresar el misterio de la vida cristiana: todo se resume en el dinamismo pascual de muerte y resurrección, que se nos da en el bautismo. En efecto, con la inmersión en el agua es como si cada uno hubiese sido muerto y sepultado con Cristo (cf. Rm 6,3-4), mientras que, el salir de ella manifiesta la vida nueva en el Espíritu Santo. Esta condición de volver a nacer implica a toda la existencia y en todos sus aspectos: también la enfermedad, el sufrimiento y la muerte esta contenidas en Cristo, y encuentran en él su sentido definitivo. Hoy, en el día jubilar dedicado a todos los que llevan en sí las señales de la enfermedad y de la discapacidad, esta Palabra de vida encuentra una particular resonancia en nuestra asamblea.
En realidad, todos, tarde o temprano, estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir, con la fragilidad y la enfermedad nuestra y la de los demás.
Y esta experiencia tan típica y dramáticamente humana asume una gran variedad de rostros. En cualquier caso, ella nos plantea de manera aguda y urgente la pregunta por el sentido de la existencia. En nuestro ánimo se puede dar incluso una actitud cínica, como si todo se pudiera resolver soportando o contando sólo con las propias fuerzas. Otras veces, por el contrario, se pone toda la confianza en los descubrimientos de la ciencia, pensando que ciertamente en alguna parte del mundo existe una medicina capaz de curar la enfermedad. Lamentablemente no es así, e incluso aunque esta medicina se encontrase no sería accesible a todos.
La naturaleza humana, herida por el pecado, lleva inscrita en sí la realidad del límite. Conocemos la objeción que, sobre todo en estos tiempos, se plantea ante una existencia marcada por grandes limitaciones físicas. Se considera que una persona enferma o discapacitada no puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo de vida impuesto por la cultura del placer y de la diversión. En esta época en la que el cuidado del cuerpo se ha convertido en un mito de masas y por tanto en un negocio, lo que es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante. Es mejor tener a estas personas separadas, en algún «recinto» -tal vez dorado- o en las «reservas» del pietismo y del asistencialismo, para que no obstaculicen el ritmo de un falso bienestar. En algunos casos, incluso, se considera que es mejor deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en tiempos de crisis. Pero, en realidad, con qué falsedad vive el hombre de hoy al cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No comprende el verdadero sentido de la vida, que incluye también la aceptación del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será mejor cuando este compuesto solamente por personas aparentemente «perfectas», por no decir 'falsificadas', sino cuando crezca la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo. Qué ciertas son las palabras del apóstol: «Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios» (1 Co 1,27).
También el Evangelio de este domingo (Lc 7,36-8,3) nos presenta una situación de debilidad particular. La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras Jesús la acoge y la defiende: «Porque tiene mucho amor» (v. 47). Es esta la conclusión de Jesús, atento al sufrimiento y al llanto de aquella persona. Su ternura es signo del amor que Dios reserva para los que sufren y son excluidos. No existe sólo el sufrimiento físico; hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque está privado de amor. La patología de la tristeza. Cuando se experimenta la desilusión o la traición en las relaciones importantes, entonces descubrimos nuestra vulnerabilidad, debilidad y desprotección. La tentación de replegarse sobre sí mismo llega a ser muy fuerte, y se puede hasta perder la oportunidad de la vida: amar a pesar de todo.¡Amar a pesar de todo!
La felicidad que cada uno desea, por otra parte, puede tener muchos rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos capaces de amar. Es siempre una cuestión de amor, no hay otro camino. El verdadero desafío es el de amar más. Éste es el camino. Cuantas personas discapacitadas y que sufren se abren de nuevo a la vida apenas sienten que son amadas. Y cuanto amor puede brotar de un corazón aunque sea sólo a causa de una sonrisa. La terapia de la sonrisa. En tal caso la fragilidad misma puede convertirse en alivio y apoyo en nuestra soledad. Jesús, en su pasión, nos ha amado hasta el final (cf. Jn 13,1); en la cruz ha revelado el Amor que se da sin límites. ¿Qué podemos reprochar a Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya impreso en el rostro de su Hijo crucificado? A su dolor físico se agrega la afrenta, la marginación y la compasión, mientras él responde con la misericordia que a todos acoge y perdona: «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5; 1 P 2,24). Jesús es el médico que cura con la medicina del amor, porque toma sobre sí nuestro sufrimiento y lo redime. Nosotros sabemos que Dios comprende nuestra enfermedad, porque él mismo la ha experimentado en primera persona (cf. Hb 4,5).
El modo en que vivimos la enfermedad y la discapacidad es signo del amor que estamos dispuestos a ofrecer. El modo en que afrontamos el sufrimiento y la limitación es el criterio de nuestra libertad de dar sentido a las experiencias de la vida, aun cuando nos parezcan absurdas e inmerecidas. No nos dejemos turbar, por tanto, de estás tribulaciones (cf. 1 Tm3,3). Sepamos que en la debilidad podemos ser fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de completar lo que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la Iglesia, su cuerpo (cf. Col 1,24); un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas, signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el amor.
(from Vatican Radio)

María Magdalena, apóstola muy querida por Teresa

Hallasteis en las mujeres tanto amor y más fe que en los hombres
Cf. CE 4, 1

Estos días, María Magdalena es noticia, ya que, por decisión del papa Francisco, la celebración litúrgica de esta santa, que hasta ahora tenía rango de memoria, pasa a ser fiesta. La razón la ofrece el arzobispo Arthur Roche, Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: «es justo que tenga el mismo grado de festividad que se da a la celebración de los apóstoles en el calendario romano general y que se resalte la misión especial de una mujer, que es ejemplo y modelo para todas las mujeres de la Iglesia». Además, se ha redactado un prefacio para el día 22 de julio, día de su fiesta, titulado “Apóstola¹ de los Apóstoles”, en el que se destaca su papel de primera anunciadora de la Resurrección.
Como señala Monseñor Roche, «la decisión se inscribe en el contexto eclesial actual, que requiere una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina».
Desde este blog, celebramos la noticia. Teresa de Jesús menciona a María Magdalena como una de las figuras bíblicas con la que se siente identificada, como mujer pecadora arrepentida, como enamorada, y como contemplativa, a quien el Señor, inmerecidamente regala sus gracias.
Para Teresa, como era habitual en su tiempo, en la Magdalena se concentran tres figuras femeninas que ahora nosotros diferenciamos: María de Magdala, María de Betania y la mujer pecadora arrepentida perdonada por Jesús (personaje anónimo). Por eso, entre los rasgos que Teresa atribuye a esta santa, se encuentran características de esas tres mujeres.
Teresa se imagina a sí misma arrodillada ante Jesús, como la pecadora que unge sus pies: «Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas» (V 9, 2).
En Magdalena encuentra  también Teresa a una mujer apasionada “en quien tan crecido estaba este fuego de amor de Dios” (V 21, 7)». Un amor que se convirtió en dolor y en fuerza junto a la cruz: «Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en ver morir al Señor» (M 7,4,13).
Argumentando sobre el tema de la acción y la contemplación (contraposición de las figuras de Marta y María), Teresa nos deja un precioso párrafo dedicado a esta mujer que, según Jesús, eligió “la mejor parte”, pero era, según Teresa, porque ya había hecho “oficio de Marta” antes:
“… regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarlos con sus cabellos, y ¿pensáis que le sería poca mortificación a una señora como ella era, irse por esas calles, y por ventura sola, porque no llevaba hervor para entender cómo iba, y entrar adonde nunca había entrado, y después sufrir la murmuración del fariseo y otras muy muchas que debía sufrir? Porque ver en el pueblo una mujer como ella hacer tanta mudanza, y como sabemos, entre tan mala gente, que bastaba ver que tenía amistad con el Señor, a quien ellos tenían tan aborrecido, para traer a la memoria la vida que había hecho, y que se quería ahora hacer santa, porque está claro que luego mudaría vestido y todo lo demás; pues ahora se dice a personas, que no son tan nombradas, ¿qué sería entonces? Yo os digo, hermanas, que venía «la mejor parte» sobre hartos trabajos y mortificación, que aunque no fuera sino ver a su Maestro tan aborrecido, era intolerable trabajo. Pues los muchos que después pasó en la muerte del Señor y en los años que vivió, en verse ausente de El, que serían de terrible tormento, se verá que no estaba siempre con regalo de contemplación a los pies del Señor. Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en ver morir al Señor» (7M, 4, 13)

 Del Blog: Teresa de la rueca a la pluma

Himno de la JMJ Cracovia 2016. Hoy ya soy Feliz. La canción tecno-pop del cura Toño Casado para la JMJ de Cracovia se hace viral en las redes sociales



Los jóvenes católicos españoles llegarán este año a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Cracovia (Polonia) a ritmo de música 'tecno-pop' a propuesta de la Conferencia Episcopal, la institución que aglutina a todos los obispos de España. 'Hoy ya soy feliz' es la canción propuesta por el sacerdote y cantante Toño Casado y el vídeo en el que la interpreta en 13TV junto al padre Damián, conocido como el cura de La Voz, se ha hecho viral gracias a las 600.000 reproducciones en Facebook. El lanzamiento oficial será el próximo viernes 17 de junio.
El responsable de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, Raúl Tinajero, asegura a Europa Press que están felices por toda la repercusión que está teniendo a través de las redes sociales. "Nos alegramos muchísimo porque cuando uno apoya una canción lo hace con todo el deseo de que la gente la escuche", enfatiza.
"Hoy ya soy feliz en su corazón, hoy ya soy feliz llevaré su amor", suena pegadizo entre ritmos discotequeros como si de un tema de David Guetta se tratara. De hecho, ha comenzado a circular por Internet un videomontaje que presenta la canción como parte del cartel de una fiesta de apertura en Ushuaïa (Ibiza), junto al propio Guetta, algo que han desmentido desde el hotel. En todo caso, la canción no solo se puede bailar a ritmo de 'dance' sino que también mezcla rap, vals e incluso cantos gregorianos.
La canción consta de cuatro partes: tres estrofas y el estribillo. En la primera parte, habla de reconciliación y hace alusión a los muros que se derriban con el perdón, la segunda se refiere a la encarnación, y la tercera, a la belleza de la Creación, haciendo una mención expresa a la encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente 'Laudato Si'.
Por su parte, el estribillo es "lo más potente", según Tinajero, y finalmente, entran las 14 bienaventuranzas rapeadas por StelioN, Josue, JeriAndCo, Smdani y Fresh Sanchez.
La mezcla de estilos se acompaña de una coreografía que próximamente un centenar de jóvenes españoles representarán en un 'flashmob' que también se bailará el 30 de julio en la Vigilia de la JMJ de Cracovia, así como durante el camino a Polonia, en la ciudad de Poznan, donde convivirán con familias locales, y en el encuentro de españoles en Czestochowa el 25 de julio.

EL RECONOCIMIENTO HUMILDE DE LA DEBILIDAD Y DEL PECADO

La Liturgia de la Palabra de este día nos vuelve a ofrecer dos relatos coincidentes, en los que se describe la reacción de David ante la denuncia de su pecado, y la de la mujer pecadora. En ambos casos sobresale la ternura de Dios al percibir el gesto humilde y agradecido del pecador.
Ante la denuncia del profeta al rey, “David respondió a Natán: -«¡He pecado contra el Señor!» Natán le dijo: - «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.» En este contexto, resuena la expresión sálmica, atribuida a David: “Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.
En el Evangelio, la pecadora lava los pies a Jesús en presencia del fariseo, y así vemos dónde está el secreto del perdón: -«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.»
Cuando se ha pecado, amor y humildad se alían como mejor respuesta, y se reacciona de manera adecuada ante Dios.
El papa Francisco nos dijo a los misioneros de la misericordia el Miércoles de Ceniza, en el momento del envío, que hay tres tentaciones que se le presentan al pecador y que le invitan a no acudir al perdón. La primera es atrancar la puerta, porque se convive con el pecado y se desea permanecer en pecado; la segunda, cuando le da vergüenza al pecador acercarse al perdón; y la tercera porque se llega a creer que no se tiene ya remedio, y para qué acudir a la misericordia.
Francisco no cesa de proclamar la misericordia divina, y ha llegado a decir que nos cansamos nosotros antes de pedir perdón, que Dios de perdonar. Y en otra ocasión, para animar a todos a acudir a la misericordia, llegó a afirmar: “A Dios no le interesan tus caídas, sino tus levantadas”.
David y la pecadora reaccionaron de manera adecuada acogiéndose humildemente y con amor a la gracia restauradora del perdón. Hay experiencias íntimas que no se superan mientras no se llega a reconocer la propia debilidad y a abrirse a la gracia de la perdonanza.
Dios es bueno y misericordioso, lento a la ira y rico en bondad, y en cuanto ve al ser humano dolorido por causa de su debilidad, lo acoge, lo cura, lo unge y lo perdona.
Ángel Moreno de Buenafuente

No apartar a nadie de Jesús.

Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo, que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.
Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto.Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso.
Simón contempla horrorizado la escena. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús.
Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego la invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús solo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por casi todos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos… Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es solo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor.
Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia, como si para nosotros no existieran.
No son pocas las preguntas que nos podemos hacer:
¿Dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús?
¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él?
¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente?
¿Con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?
¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?

José Antonio Pagola

«LA ORACIÓN HA DE SALIR DE UN CORAZÓN HUMILDE» SAN CIPRIANO


Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque, así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos, tal como está escrito: ¿Soy yo Dios sólo de cerca, y no Dios de lejos? Porque uno se esconda en su escondrijo, ¿no lo voy a ver yo? ¿No lleno yo el cielo y la tierra? Y también: En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

Y, cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación ni ponernos a ventilar continuamente sin ton ni son nuestras peticiones, deshaciéndonos en un torrente de palabras, sino encomendarlas humildemente a Dios, ya que él escucha no las palabras, sino el corazón, ni hay que convencer a gritos a aquel que penetra nuestros pensamientos, como lo demuestran aquellas palabras suyas: ¿Por qué pensáis mal? Y en otro lugar: Así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que escruta corazones y mentes.


De este modo oraba Ana, como leemos en el primer libro de Samuel, ya que ella no rogaba a Dios a gritos, sino de un modo silencioso y respetuoso, en lo escondido de su corazón. Su oración era oculta, pero manifiesta su fe; hablaba no con la boca, sino con el corazón, porque sabía que así el Señor la escuchaba, y, de este modo, consiguió lo que pedía, porque lo pedía con fe. Esto nos recuerda la Escritura, cuando dice: Hablaba para sí, y no se oía su voz, aunque movía los labios, y el Señor la escuchó. Leemos también en los salmos: Reflexionad en el silencio de vuestro lecho. Lo mismo nos sugiere y enseña el Espíritu Santo por boca de Jeremías, con aquellas palabras: Hay que adorarte en lo interior, Señor.



El que ora, hermanos muy amados, no debe ignorar cómo oraron el fariseo y el publicano en el templo. Este último, sin atreverse a levantar sus ojos al cielo, sin osar levantar sus manos, tanta era su humildad, se daba golpes de pecho y confesaba los pecados ocultos en su interior, implorando el auxilio de la divina misericordia, mientras que el fariseo oraba satisfecho de sí mismo; y fue justificado el publicano, porque, al orar, no puso la esperanza de la salvación en la convicción de su propia inocencia, ya que nadie es inocente, sino que oró confesando humildemente sus pecados, y aquel que perdona a los humildes escuchó su oración.
Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el Padrenuestro
(Caps. 4-6: CSEL 3, 268-270)

De News Va.

Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho


Evangelio según San Lucas 7,36-50.8,1-3. 

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. 
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. 

Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. 

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!". 

Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él. 
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. 
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". 

Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". 

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. 

Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. 
Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. 

Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". 
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". 

Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta 
perdonar los pecados?". 
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". 

Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;  Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.