jueves, 24 de marzo de 2016

El Papa pide a los curas, en la misa crismal, que sean "ministros de misericordia y consolación"

"Mantenernos siempre entre la digna vergüenza y una digniad que sabe avergonzarse"
Solemne misa crismal en la Basílica vaticana, presidida por el Papa, rodeado de cardenales y cientos de sacerdotes. A los sacerdotes, precisamente, les insta a ser "ministros de misericordia y de consolación" para cada persona, pero especialmente para "el pueblo descartado, multitud de personas pobres que se encuentran en esa situación, porque otros los oprimen"
Algunas frases de la homilía del Papa
"¿No eres tú el hijo de José, el carpintero?"
"Será signo de contradicción"
"Llamados a combatir contra el demonio, enemigo de la Humanidad"
"Jesús no combate para consolidar un espacio de poder"
"La misericordia sana, libera y proclama el año de gracia del Señor"
"La misericordia de nuestro Dios es inefable y siempre mayor"
"Una misericordia en camino, que busca cada día dar un paso adelante"
"Ésta fue la dinámica del buen samaritano que practicó la misericordia"
"Hacer un ejercicio con la memoria y descubrir la misericordia de Dios en nosotros"
"Y pedirle que haga un pequeño paso más"
"Para romper los esquemas estrechos en los que a veces encerramos la misericordia de su corazón"
"Como sacerdotes, somos testimonios y ministros de la misericordia cada vez mayor de nuestro Padre"
"Tenemos la obligación de encarnarla, como hizo Jesús"
"De mil maneras, para que llegue a todos"
"Contribuir a inculturarla, para que cada persona la reciba en su vida"
"Me gustaría hablarles de dos ámbitos en los que el Señor nos brinda su misericordia"
"Un ámbito es el del encuentro y el otro el de su perdón, que nos hace avergonzar y nos aporta dignidad"
"Dios, en cada encuentro, pasa de inmediato a celebrar una fiesta"
"Como en la parábola del Hijo pródigo"
"No debemos tener miedo de exagerar en nuetra acción de gracias"
"Como el leproso que vuelve a dar gracias a Jesús"
"La misericordia restaura todo y restituye a la persona a su dignidad original"
"Hay que ir pronto a la fiesta y dejar de lado el rencor del hijo mayor"
"¿Tras haberme confesado, festejo o paso a otra cosa?"
"¿Cuándo doy limosna, festejo la sonrisa del pobre o me voy rápidamente?"
"El otro ámbito es el del mismo perdón"
"El Señor deja que la pecadora perdonada le lave los pies con sus lágrimas"
"Nosotros, en cambio, tendemos a separar las cosas. Cuando nos avergonzamos del pecado, nos escondemos y andamos con la cabeza baja. Cuando somos elevados a cualquier dignidad, nos gusta pavonearnos"
"Mantenernos siempre entre la digna vergüenza y una digniad que sabe avergonzarse"
"El modelo que el Evangelio consagra es el de Pedro"
"La dignidad que sabe avergonzarse"
"Es el pueblo residual y descartado el que el Señor transforma en pueblo sacerdotal"
"Como sacerdotes nos identificamos con el pueblo descartado"
"Multitud de personas pobres que se encuentran en esa situación, porque otros los oprimen"
"Un exceso de teología y de complicación"
"Un exceso de espiritualidad superficial y light"
"Prisioneros de una mundanidad virtual que se abre y se cierra con un simple clic"
"Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir"
"Ministros de misericordia y consolación"
"La misericordia de la carne herida de nuestro Señor Jesucristo"

(José M. Vidal)

Carlos Osoro: "'El 'arma' para cambiar este mundo es el amor"


El arzobispo de Madrid asegura que "la Iglesia no es enemiga del hombre"
El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha afirmado este miércoles que "la Iglesia no es enemiga del hombre" y que su labor, que "se manifiesta en régimen de libertad total, sin prohibiciones ni persecuciones", está dirigida a promover "el desarrollo integral del hombre".
Así lo ha explicado Osoro en su misiva dedicada a la Semana Santa, en la que ha indicado que el hombre "necesita de Dios", ya que un "desarrollo auténtico exige una visión trascendente de la persona". "Os invito a que contempléis a un Dios que enriquece plenamente al hombre", ha añadido en referencia a las celebraciones de esta semana.
El arzobispo ha explicado que la Iglesia "abre al hombre a la plenitud" y que "urge hacer ver a la humanidad la necesidad de la perspectiva de la vida eterna para no encerrar al ser humano en la historia". "En esta Semana Santa, recordad que el Bautismo fue la primera y fundamental relación vital entre la Pascua del Señor y nuestra Pascua", ha añadido.
En su carta, Osoro ha animado a los madrileños a descubrir "la riqueza" que trae Jesucristo. "El Domingo de Ramos descubríamos cómo entró en Jerusalén en un borrico que nadie había montado", explica. Este "detalle" de que "nadie lo había montado" significa que "Él viene sin la fuerza de la violencia, sin imposiciones", según el arzobispo.
Otro de los mensajes que traslada es que "el arma" para "cambiar este mundo" es el "amor". Osoro indica que Jesús "es insultado, ultrajado, azotado" y "el arma que Él utiliza" es el "su amor". "Atrevámonos a acoger ese amor", añade.

Osoro ha finalizado su carta pidiendo que "tengamos el atrevimiento de encontrarnos con Él para saber dónde está la fuente de la alegría". "Utilicemos el arma de su Amor", finaliza.(RD/Ep)
Misa crismal
El bonus odor Christi se hace vida hoy de una manera real, visible, latente, en las manos sacerdotales de los que un día decidieron poner su corazón en las manos de un Dios que prometió compensarles su entrega con el ciento por uno. Esta mañana, la catedral de Santa María la Real de la Almudena ha sido testigo de la Misa Crismal que, un año más, sirve para renovar las promesas bautismales del presbiterio que peregrina en Madrid ante su Pastor, el arzobispo de Madrid.
Acompañado por el arzobispo emérito de Madrid, el cardenal Antonio María Rouco Varela; el nuncio de Su Santidad en España, monseñor Renzo Fratini; el obispo auxiliar de Madrid, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ; el vicario general y los vicarios episcopales, y numerosos sacerdotes, monseñor Osoro ha presidido esta celebración en la que ha consagrado el Santo Crisma y, además, ha bendecido los restantes óleos o aceites (destinados a los enfermos y a los catecúmenos).
In persona Christi
En su homilía, el prelado ha afirmado que a los sacerdotes no se les pide más que lo que, «con gran acierto», formula el Papa Francisco: «que seamos expertos en ser rostros vivos de la misericordia». Jesús, ha dicho, «nos muestra ese rostro en una de las parábolas de la misericordia», donde «nos hace ver el ministerio sacerdotal como el de unos hombres con un corazón en salida, que busca a los hombres y que lo hace bombeando tres esencias: alegría, esperanza y misericordia».
En una catedral repleta de sacerdotes y de fieles, ha aseverado que por la ordenación sacerdotal «hemos sido revestidos de Cristo», para «actuar in persona Christi». La imagen que mejor describe esto, ha continuado, «es la parábola de la oveja perdida, una de las parábolas de la misericordia». En la misma, «se nos muestra con una belleza extraordinaria la tarea y misión de Jesucristo como Buen Pastor y se nos regala la identidad que como pastores hemos de vivir». Una misión que, según el arzobispo, «se resume en tres expresiones: 1. Mirar con los ojos de Jesús; 2. Aprender a actuar y a vivir como Jesús; y 3. Jesús es pastor que se expone para atraerlos».
La dulce y confortadora alegría de evangelizar
Este Año de la Misericordia, ha subrayado, «nos invita a que nuestro corazón bombee tres esencias que dan un perfume nuevo a la existencia de los hombres», que se hacen realidad «recordando siempre cómo se inició nuestro ministerio, cómo se tiene que mantener y cómo se ha de promover». Jesucristo, les ha recordado a los presbíteros, «nos dice: "Id y haced discípulos en todos los pueblos"», por lo que «nos quiere misioneros, saliendo a buscar a la gente donde esté y regalando en cercanía el fervor de los primeros cristianos, que experimentaban, junto a los apóstoles -como nos decía el beato Pablo VI-, "la dulce y confortadora alegría de evangelizar".
El prelado, además, ha asegurado que el anuncio «hay que realizarlo en clave misionera», sabiendo que «estamos llamados a promover la cultura del encuentro, eliminando todo intento de hacer cultura de la exclusión o del descarte, siendo servidores de la cultura de la comunión con la certeza de haber sido alcanzados y transformados por Cristo».

Francisco pide convertir el corazón de los "cegados por el fundamentalismo cruel"


Insta a "unánime condena de estos crueles hechos que sólo causan muerte, terror y horror"
El papa Francisco pidió hoy rezar para "convertir los corazones de estas personas cegadas por el fundamentalismo cruel" al recordar los últimos atentados y en particular los de ayer en Bruselas.
Durante los saludos en varios idiomas tras la audiencia general, Francisco explicó que ha seguido con "el corazón dolido" las tristes noticias sobre los atentados en Bruselas y expresó su cercanía y oración a toda la población belga y a los familiares de las víctimas y a los heridos.
Después realizó un llamamiento "a todas las personas de buena voluntad" para que se unan "a la unánime condena de estos crueles hechos abominables que sólo causan muerte, terror y horror".
Francisco instó a "perseverar" en la oración y pedir que "el Señor en esta Semana Santa conforte los corazones afligidos y convierta los corazones de estas personas cegadas por el fundamentalismo cruel".
El Vaticano difundió ayer el telegrama de pésame enviado por Francisco tras los atentados en Bruselas que causaron al menos 31 muertos y en los que se condenaba "la violencia ciega que causa tanto sufrimiento".
"Tres días intensos que nos hablan de la misericordia de Dios, pues hacen visible hasta dónde puede llegar su amor por nosotros", así describió el Papa Francisco el Triduo Pascual que celebraremos en este Año de la Misericordia.
Durante su catequesis semanal en la plaza de San Pedro ante miles de peregrinos, el Obispo de Roma animó a que en estos días santos "acojamos en nuestro corazón lagrandeza del amor divino en el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor".
Además, el Papa recordó las palabras del Evangelio de Juan que son "la clave para comprender el sentido profundo" de estos días: «Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» y añadió que el Triduo Pascual "es el memorial de un drama de amor que nos da la certeza de que nunca seremos abandonados en las pruebas de la vida".
Posteriormente, el Pontífice explicó que el Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies "Jesús nos enseña que la Eucaristía es el amor que se hace servicio" y el Viernes Santo es un "momento culminante del amor, un amor que quiere abrazar a todos sin excluir a nadie con una entrega absoluta".

Por último, el Papa destacó que el Sábado Santo "es el día del silencio de Dios" que es un "gran misterio de amor y de misericordia" y que "nuestras palabras son pobres e insuficientes para expresarlo con plenitud" ya que Jesús "comparte con toda la humanidad el drama de la muerte, no dejando ningún espacio donde no llegue la misericordia infinita de Dios" y agregó que "en este día, el amor no duda, sino que espera confiado en la palabra del Señor hasta que Cristo resucite esplendente el día de la pascua".

«EL CORDERO INMACULADO NOS SACÓ DE LA MUERTE A LA VIDA»


Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua, que es Cristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la muerte homicida. Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.

Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado en el madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo. 

Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.

De la homilía de Melitón de Sardes, obispo, sobre la Pascua (s. II)
(Núms. 65-71: SC 123, 95-101).  Fuente: News. va

Jueves Santo. Lectura de la Pasión



Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 

Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. 
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. 
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. 
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". 
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. 
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno". 
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan". 
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. 
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". 
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. 
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". 
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, 
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. 
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". 
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. 
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". 
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". 
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". 
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. 
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". 
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". 
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. 
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. 
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: 
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". 
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". 
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. 
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. 
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". 
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. 
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, 
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. 
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". 
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". 
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". 
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". 
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. 
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. 
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". 
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". 
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". 
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". 
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". 
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". 
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. 
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". 
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. 
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. 
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". 
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. 
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". 
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. 
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. 
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. 
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, 
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. 
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. 
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. 
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. 
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.