Muchas
predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua, que es
Cristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino desde los
cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la
naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las
pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las
pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó
con la muerte homicida. Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una
oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a
los israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en otro
tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio
Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.
Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado en el madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo.
Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.
Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado en el madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo.
Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.
De la homilía de Melitón
de Sardes, obispo, sobre la Pascua (s. II)
(Núms. 65-71: SC 123, 95-101). Fuente: News. va
(Núms. 65-71: SC 123, 95-101). Fuente: News. va
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