miércoles, 24 de octubre de 2012

Las distintas miradas de Jesús


"La mirada de Jesús es una mirada profunda, penetrante, de comprensión, de afecto, de ternura, de atención singular. Y nosotros podremos tal vez recordar ese momento, distinto para cada uno, en el que hemos comprendido que Jesús había puesto su mirada en nosotros; para unos sucede en los primeros años, para otros de adolescentes y para otros de jóvenes. Es el momento en el que hemos sentido que algo distinto se movía dentro de nosotros, que el Señor se interesaba por nosotros, que nos miraba y nos llamaba precisamente a nosotros."
Cardenal Martini

Analicemos  algunas miradas  de Jesús que nos describen los evangelios:
Por ejemplo, el caso del joven rico, "“Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". (Mc 10,21).  ¿Cómo pudo el joven rico resistirse a esa mirada de amor?

Otra vez su mirada está cargada de tristeza y de rabia: En el caso de la curación en sábado del hombre que tenía una mano paralizada, la mirada de Jesús a los fariseos: "Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". Él la extendió y su mano quedó curada". (Mc, 3,5)

A Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: «Cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando hacia arriba, le vio y le dijo: "Baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero hospedarme en tu casa"» (Lc 19, 5).

¡Cómo  miraría Jesús a Mateo!, para que dejando toda la recaudación sobre la mesa te siguiera sin titubear.

Y a Natanael: "Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a Aquél de quien hablan Moisés y los profetas; es Jesús, hijo de José de Nazaret". Natanael le respondió: ¿Puede venir algo bueno de Nazaret?"- "Ven y verás", le contestó Felipe. Jesús al ver venir a Natanael , dijo de él: "Este es un verdadero israelita en quien no hay doblez".- "¿De cuándo a acá me conoces?", le preguntó Natanael. Y Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te hablara, cuando estabas bajo la higuera, Yo te vi".- "Maestro" le respondió Natanael, "¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el rey de Israel!". Jesús le dijo: "¡Porque te dije que te vi bajo la higuera crees! Verás cosas mucho más grandes". (S. Juan I. 45-50).

En el caso de la viuda generosa, su mirada está llena de penetración y admiración: «Levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas... Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos blancas...» (Lc 21, 1-2).

¿Y cómo miraría Jesús, con qué compasiva ternura, a la prostituta arrepentida: «¿Ves a esta mujer» (Lc 7, 44); a la mujer adúltera: «Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer» (Jn 8,10); al paralítico de Cafarnaúm y a sus ayudantes: «Al ver Jesús la fe de ellos» (Mc 2, S); a la humilde hemorroísa: «Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: "Ten ánimo, hija"» (Mt 9, 22); a la pobre mujer encorvada: «Cuando Jesús la vio, la llamó y dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad" (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas de pan: «Y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos» (Mc 6, 34), o hambrientas de su palabra: «Y alzando los ojos... decía: "Bienaventurados..." (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario: «Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén...» (Lc 23, 28);
mirada de compasión y pena la que dirigió a la ciudad de Jerusalén:
«Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc 19, 41).
Tu mirada con lágrimas de tristeza por Jerusalén, destino trágico del descreimiento orgulloso... que no ha sabido acogerte porque se ha cerrado a tu Mensaje de Salvación.

Miradas de ternura y acogimiento hacia el pecador arrepentido, mirada fulminante hacia el perverso obstinado, hacia el injusto engreído y despiadado con los más pobres...
La mirada directa no miente, solo la mirada esquiva es engañosa, y tu, Señor, siempre has mirado de frente, incluso a tus verdugos, a los que te acusaban, a los que te abofeteaban, a los que te clavaban al madero mientras implorabas al Padre su perdón.

Destaquemos, en fin, dos últimas miradas. La mirada más generosa y entregada que conocemos: «Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: "Madre, he ahí a tu hijo". Después dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". (Jn 19, 26-27). ¡Cuánto salimos ganando después de esta mirada! Y la mirada profunda y transformadora que dirigió a su discípulo Pedro después de sus caídas y que le arrancó las lágrimas más hermosas de su vida: "Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro, y recordó Pedro... Y, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lc 2 61-62).

Nos quedamos con esta mirada que regaló Jesús a Pedro. Que él nos mire así a nosotros, para que nos haga ver mejor nuestros pecados, para que seamos capaces de llorarlos y, sobre todo, para que aprendamos a amar a Jesús de la misma manera que le amaba Pedro.