Acordémonos de esta viuda que, preocupada por los pobres, se olvida de sí misma hasta el punto de dar todo lo que le quedaba para vivir, pensando sólo en la vida futura, tal como lo atestigua el mismo Señor. Los demás habían dado lo que les sobraba, pero ella, quizás más pobre que muchos pobres- puesto que toda su fortuna quedaba reducida a dos monedas-, en su corazón era más rica que todos los ricos.
Sólo dirigía su mirada hacia las riquezas de la recompensa eterna; deseosa de los tesores celestiales, renunció a todo lo que poseía como a bienes que proceden de la tierra y que a la tierra regresan. Dio lo que tenía para alcanzar lo que no veía. Dio bienes perecederos para obtener bienes inmortales.
Esta pobre mujer no se olvidó de los bienes previstos y dispuestos por el Señor para obtener la recompensa futura. Por eso, el Señor tampoco se olvidó de ella, y el juez de este mundo pronunció por adelantado su sentencia: elogia a aquella que coronará en el día del juicio.
San Paulino de Nola (sacado del Magnificat)