miércoles, 1 de noviembre de 2017

Santa Marta: “Ensuciarse las manos” para anunciar el Reino de Dios

“Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no ensuciarse las manos”, ha observado el Papa Francisco esta mañana en Santa Marta.
Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada esta mañana, 31 de octubre de 2017,en la capilla de la Casa de Santa Marta, inspirándose en el episodio evangélico de San Lucas en el que Jesús compara el Reino de Dios con el granito de mostaza y la levadura.
Francisco ha exhortado a “ensuciarse las manos”: Es verdad que si se echa la semilla, se la pierde, y que si se mezcla la levadura, “me ensucio las manos”, porque “siempre hay alguna pérdida al sembrar el Reino de Dios”.
El Santo Padre afirmó que el granito de mostaza y la levadura son elementos pequeños, y sin embargo, “tienen dentro un poder” que los hace crecer. Así sucede con el Reino de Dios: su poder viene desde dentro.
Asimismo, el Papa reflexionó a partir de la Carta de San Pablo a los Romanos, propuesta en la Primera Lectura, que pone de manifiesto las tensiones existentes en la vida: sufrimiento que –como dijo el Papa– “no son comparables a la gloria que nos espera”.
De manera –continuó Francisco– que se trata “de una tensión entre sufrimiento y gloria”. Y en estas tensiones hay “una expectativa ardiente” hacia una “revelación grandiosa del Reino de Dios”. Una expectativa que no es sólo nuestra, sino también de la creación, sometida a la caducidad “como nosotros” y “tendente hacia la revelación de los hijos de Dios”. A la vez que la fuerza interna que “nos conduce con esperanza hacia la plenitud del Reino de Dios”, es la del Espíritu Santo.
“Es precisamente la esperanza la que nos lleva a la plenitud. La esperanza de salir de esta cárcel, de esta limitación, de esta esclavitud, de esta corrupción, y llegar a la gloria: un camino de esperanza. Y la esperanza es un don del Espíritu. Es precisamente el Espíritu Santo que está dentro de nosotros y conduce a esto: a una cosa grandiosa, a una liberación, a una gran gloria. Por esta razón Jesús dice: ‘Dentro de la semilla de mostaza, de aquel grano pequeñísimo, hay una fuerza que desencadena un crecimiento inimaginable’”.
El Papa, como de costumbre hace, ha invitado a hacerse algunas preguntas, en este caso, ha animado a los presentes a “interrogarnos, hoy, si creemos que allí, en la esperanza, está el Espíritu Santo con quien hablar”.
ZENIT

Encuentro de catequistas en Madrid: «Dios se acerca a nosotros en los niños»


El sábado tuvo lugar en Madrid el Encuentro Diocesano de Catequistas, que ahondó en El proceso de conversión en la iniciación cristiana y en la espiritualidad de los más pequeños
«Estamos juntos, compartiendo la vocación más bella: ser dadores de la mano para el encuentro con el Señor»: así comenzó el delegado de Catequesis de Madrid, Manuel María Bru, el Encuentro Diocesano de Catequistas que tuvo lugar el pasado sábado en el Seminario Conciliar.
El acto contó con una intervención del profesor de San Dámaso Juan Carlos Carvajal, quien habló sobre la experiencia de fe de los niños«Un niño es una puerta abierta por la cual Dios se acerca a nosotros. No somos nosotros los que acercamos a los niños», matizó, al mismo tiempo que recordó que «Jesús dijo: Dejad a los niños acercarse a mí; no dijo: Acercad a los niños a mí».
Para Jesús, los niños son tan importantes que «plantea en la infancia todo el itinerario de madurez para alcanzar a Dios, porque los niños tienen una capacidad y una vivencia espiritual que les permiten tener un acceso fácil a las cosas de Dios. Nosotros, servidores de Dios, solo tratamos de discernir cómo Jesús se está haciendo presente en ellos, y en esta relación le abrimos la puerta al Padre». En realidad, «lo que Dios hace en el niño es lo que hizo con Jesús».
Por eso, los catequistas y los formadores de la fe de los más pequeños han de «trabajar a favor de lo que Dios ya hace en los niños», y deben «caer en la cuenta de que los sentimientos de los niños son el primer paso para hacerles dependientes de Dios. Los niños no solo tienen capacidad de Dios, tienen vivencias. El niño se reafirma en el amor. El amor, el contacto, construye. Cuando el niño siente que le aman se sabe valorado».
Asimismo, Carvajal recordó que «no se prepara la catequesis solo con material», porque para los niños «el asombro es la puerta del misterio. ¿Nosotros educamos en el asombro, o concretamos a Dios con definiciones? Hay que dejar abierta la puerta del misterio». Así, una infancia vivida de esta manera «permanece en el tiempo y nos prepara para ser hijos de Dios».
El Encuentro finalizó con una celebración de envío en la que el cardenal Osoro recordó a los catequistas: «Debéis antes ser testigos que maestros. El catequista es morada de Dios entre los hombres, y vosotros comunicáis la belleza de su rostro.
Antes de decir lo que tiene que decir a los demás, el catequista lo ha vivido y experimentado. Vosotros vivís para dar noticia de Cristo: noticia que sana, genera alegría y cura el corazón».
Alfa y Omega

1 de noviembre: Todos los Santos


Para cada persona humana, al ser libre, hay un momento decisivo: el de rendir cuentas. La razón pide un cumplimiento de la justicia postulado por las diversas opciones que cada persona va tomando a lo largo, ancho y alto de su existencia; a veces son acertadas porque coinciden con las exigencias del propio modo de ser; otras elecciones son aberrantes y malintencionadas, trastornan el orden de las personas, destrozan la convivencia y causan el mal. Por eso, la recta razón pide premio para los que usan bien la libertad y castigo para quien obra el mal. La enseñanza de Jesucristo confirma esta intuición del hombre al hablar de aquel rey que ajustará las contabilidades de sus vasallos.
Y es que no se puede servir a dos señores. Aterra pensar que no tener el traje de fiesta para el banquete de bodas, ir medio vestido con una indumentaria impropia del momento, presentarse con los capisayos hechos jirones o con la ropa destrozada supone ser arrojado fuera donde rechinan los dientes.
Hay que remontarse a las catacumbas para entender el sentido cristiano de la fiesta de Todos los Santos; es preciso ir a los inicios. Originariamente existió entre los cristianos un culto a los mártires; muchos de los primeros murieron así –Inés, Cecilia, Lucía, Sebastián, Lorenzo– y tuvieron una celebración anual determinada. La firme convicción de su poder celeste cuando interceden, la necesidad de su ejemplaridad como estímulo para vivir en cristiano y de su tercería en el tremendo juicio, lleva a desear poner los enterramientos cerca de sus sepulcros.
En el siglo IV aparece la liturgia colectiva a «todos los mártires» en Oriente; pasa a Occidente y cobra auge en Roma por el apoyo de los papas, de modo especial con Bonifacio IV que trasladó veinticuatro carretas de huesos de mártires al Panteón del paganismo –construido en honor de Júpiter, y donde entronizaron a Marte y a Venus–, dando a aquella edificación un sentido nuevo.
Y alrededor del culto martirial va abriéndose camino el anhelo de festejar a «todos los santos»: anacoretas, viudas, vírgenes, confesores y doctores. Con la herejía iconoclasta se produce la ocasión al condenar Gregorio III, en el 731, a «todos los que, despreciando el uso fiel de la Iglesia, retiren, destruyan o profanen las imágenes de Nuestro Señor Jesucristo, de su gloriosa Madre María, siempre Virgen inmaculada, de los apóstoles y de los santos»; luego, el papa Gregorio IV fijó la fiesta para el 1 de noviembre a instancias de Leudovico Pío y de los obispos de las Galias. Apoyan el culto las visiones del Apocalipsis con la descripción de muchedumbres vestidas de blanco y con palmas en las manos adorantes, dando bendición y gloria, en continua alabanza a Dios y al Cordero, a una con los ángeles.
Allí, en el Cielo, están los catalogados en los martirologios y todos los que mueren en paz; también los anónimos sin aureola en un número desconocido; todos los que vivieron como justos mientras estuvieron aquí, participando de los mismos gozos y alegrías de sus contemporáneos; son los que el mismo Pablo llama ya aquí santos; compartieron las mismas penas y tristezas, mezclando los sinsabores con los fogonazos de esperanza, en tono cristiano aprendido del Evangelio.
Unos vivieron virtudes heroicas dando testimonio ejemplar de fidelidad a Jesucristo y otros le fueron fieles en la vida ordinaria y normal con no menos heroicidad; porque a unos y a otros les movió el mismo denominador: el amor a Dios. Lo mismo imitó a Jesucristo el que dio su vida en el martirio cruel –arrebato de amor– que la madre santa que diariamente repite la sublimación de su vida por amor a Dios, dándose en entrega a los suyos, sin salir de los afanes domésticos. De ese modo se testimonia que es posible la santidad en la sencilla santidad asequible desde la casa y la calle, que es lo mismo que decir desde cualquier ámbito profesional y ciudadano.
Descubre y celebra la fiesta de hoy que todas las situaciones humanas honestas o dignas pueden ser iluminadas por el Evangelio y llevar al cristiano a la santidad; teniendo en circunstancias distintas la misma fortaleza de los mártires, el mismo afán misionero de Javier, la pasión por la Cruz de Pedro de Alcántara y la mismísima paciencia del santo Job. Se enlazan con la santidad todas las variantes y nimiedades de la vida sumergiéndolas en Dios: la casa, el campo, el taller, el laboratorio, la fábrica y los libros; también la deben conseguir los profesionales de la policía o de la docencia.
Son tantos los santos que faltan días del calendario para mostrarlos: «una gran muchedumbre que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas». Unos fueron –Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco, Domingo, Tomás, Ignacio, Teresa, Catalina– humanamente ilustres y, por ello, conocidos en su entorno humano y recordados en la posteridad; otros son anónimos como aquel niño enfermo, esa madre entregada, el empleado paciente y el empresario honrado; también consiguieron el Cielo el novio limpio y la enfermera valiente que perdió su trabajo por no querer someterse a la imposición del hospital que le mandaba colaborar en el aborto criminal. Estos solo llevaron aquella existencia gris que a nadie llamó la atención, nada esplendorosa; fueron unos más de esa multitud de gente buena de todos los tiempos que es vulgar.
No lo creímos demasiado cuando nos dijeron en su entierro que «murió como un santo», pero, ya ves, era verdad. Allí está. Supo ser fiel y, a escala humana, había decidido ser otro Cristo.
Archimadrid.org

«Pedimos perdón por las formas en que los cristianos se han ofendido desde la Reforma»




Es la primera vez que luteranos y católicos conmemoran juntos la Reforma protestante «desde una perspectiva ecuménica», lo que ha sido posible gracias a la «eliminación de prejuicios, una mayor comprensión mutua y la identificación de decisivos acuerdos teológicos». Así lo han reconocido ambas confesiones en una declaración conjunta hecha pública este martes al finalizar el año de la conmemoración ecuménica común de la Reforma
La Federación Luterana Mundial y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos han emitido una declaración conjunta en la que aseguran estar «agradecidos por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma» y piden «perdón por nuestros fracasos, las formas en que los cristianos han herido el Cuerpo del Señor y se han ofendido unos a otros durante los 500 años transcurridos desde el inicio de la Reforma hasta hoy».
La declaración se ha producido este martes 31 de octubre al finalizar el año de la conmemoración ecuménica común de la Reforma, en el día en el que se cumplen 500 años desde que Lutero hizo públicas las 95 tesis en las que criticaba la práctica de las indulgencias y dio comienzo así a la Reforma. También este martes, en la misma iglesia del palacio de Wittenberg asociada con este hecho histórico, las iglesias luterana y católica de Alemania han participado en una celebración conjunta por el Día de la Reforma.
Es la primera vez que luteranos y católicos conmemoran juntos la Reforma protestante «desde una perspectiva ecuménica», lo que ha sido posible gracias a la «eliminación de prejuicios, una mayor comprensión mutua y la identificación de decisivos acuerdos teológicos», prosigue el texto.
Esto ha dado lugar «a un nuevo enfoque de los acontecimientos del siglo XVI que llevaron a nuestra separación» y que, a su vez, permitirá transformar «su influencia sobre nosotros» en un «estímulo al crecimiento de la comunión y signo de esperanza».
La Iglesia Anglicana
Asimismo, la Federación Luterana Mundial y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos han asegurado en el comunicado sentirse alegres por la adhesión de la Iglesia Anglicana a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la Justificación, en la que ambas confesiones afirman tener la misma visión sobre cómo se vuelve efectiva en el pecador la gracia de Cristo y la salvación, firmada por católicos y luteranos en 1999.
Además de católicos, luteranos, y desde hoy los anglicanos, también comparten este acuerdo teológico fundamental los metodistas y reformados –calvinistas–. «Sobre esta base nuestras comuniones cristianas pueden construir un vínculo más estrecho de consenso espiritual y testimonio común en el servicio del Evangelio», afirman la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial en la nota publicada este martes.
El documento concluye con el deseo de católicos y luteranos de seguir «buscando un consenso sustancial que permita superar las restantes diferencias que existen».
José Calderero de Aldecoa @jcalderero
Alfa y Omega

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (5,1-12)






Las Bienaventuranzas son el camino que Dios indica como respuesta al deseo de felicidad ínsito en el hombre, y perfeccionan los mandamientos de la Antigua Alianza. Nosotros estamos acostumbrados a aprender los diez mandamientos, pero no estamos acostumbrados a repetir las Bienaventuranzas. Intentemos recordarlas e imprimirlas en nuestro corazón...

En las Bienaventuranzas está toda la novedad traída por Cristo, y toda la novedad de Cristo está en estas palabras. En efecto, las Bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús. 

Además de la nueva Ley, Jesús nos entrega también el «protocolo» a partir del cual seremos juzgados. Cuando llegue el fin del mundo seremos juzgados. ¿Y cuáles serán las preguntas que nos harán en ese momento? ¿Cuáles serán esas preguntas? ¿Cuál es el protocolo a partir del cual el juez nos juzgará? Es el que encontramos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. 

La tarea de hoy es leer el 5 capítulo del Evangelio de Mateo donde están las Bienaventuranzas; y leer el 25, donde está el protocolo, las preguntas que nos harán el día del juicio. No tendremos títulos, créditos o privilegios para presentar. El Señor nos reconocerá si a su vez lo hemos reconocido en el pobre, en el hambriento, en quien pasa necesidad y es marginado, en quien sufre y está solo... 

Es este uno de los criterios fundamentales de verificación de nuestra vida cristiana, a partir del cual Jesús nos invita a medirnos cada día. Leo las Bienaventuranzas y pienso cómo debe ser mi vida cristiana, y luego hago el examen de conciencia con este capítulo 25 de Mateo. Cada día: he hecho esto, he hecho esto, he hecho esto... Nos hará bien. Son cosas sencillas pero concretas.

Queridos amigos, la nueva alianza consiste precisamente en esto: en verse, en Cristo, envueltos por la misericordia y la compasión de Dios. Es esto lo que llena nuestro corazón de alegría, y es esto lo que hace de nuestra vida un testimonio hermoso y creíble del amor de Dios por todos los hermanos que encontramos a diario. Recordad las tareas. Capítulo 5 de Mateo y capítulo 25 de Mateo. ¡Gracias!
(De la catequesis del 6 de agosto de 2014)

EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES: LAS BIENAVENTURANZAS


Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor


Papa: impulsar el Derecho internacional humanitario ante los crímenes atroces que interpelan la conciencia de la humanidad

El Papa Francisco alentó a los participantes en la III Conferencia sobre derecho internacional humanitario sobre el tema «La protección de las poblaciones civiles en los conflictos – el papel de las organizaciones humanitarias y de la sociedad civil», organizada en Italia.
Destacando la coincidencia del encuentro con el 40 aniversario de la adopción de los dos Protocolos Adicionales a las Convenciones de Ginebra relativos a la protección de las víctimas de los conflictos armados, ratificados también por la Santa Sede, con el fin de alentar «una humanización de los efectos de los conflictos armados», «convencida del carácter esencialmente negativo de la guerra y que la aspiración más digna del hombre es la abolición de la guerra», el Obispo de Roma destacó la importancia del desarrollo del derecho humanitario ante los atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales en los conflictos armados de la actualidad:
«La Santa Sede, consciente de las omisiones y hesitaciones que caracterizan sobre todo el II Protocolo Adicional, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados no internacionales, sigue considerando estos instrumentos como una puerta abierta hacia ulteriores desarrollos del derecho internacional humanitario, que sepan tener debida cuenta de las características de los conflictos armados contemporáneos y de los sufrimientos físicos, morales y espirituales que los acompañan».
Tras destacar que «a pesar del intento loable de reducir, a través de la codificación del derecho humanitario, las consecuencias negativas de las hostilidades sobre la población civil», el Papa Francisco constató con profundo dolor el testimonio de crímenes atroces perpetrados en el desprecio de toda consideración humana, así como las violaciones de la libertad religiosa:
«Las imágenes de personas sin vida, de cuerpos mutilados o decapitados, de nuestros hermanos y hermanas torturados, crucificados, quemados vivos, cuyos restos mortales son ultrajados, interpelan la conciencia de la humanidad. Por otra parte, se suceden noticias di antiguas ciudades, con sus milenarios tesoros culturales, reducidas a cúmulos de escombros, de hospitales y escuelas que son blanco de ataques deliberados y destructores, privando de este modo a generaciones enteras de su derecho a la vida, a la salud y a la educación.
¡Cuántas iglesias y otros lugares de culto son objeto de agresiones precisas, a menudo durante las celebraciones litúrgicas, con numerosas víctimas entre los fieles y los ministros reunidos en oración, en violación del derecho fundamental a la libertad de religión!»
Lamentando la saturación que anestesia o relativiza la gravedad de los problemas debido a cierta difusión de estas informaciones, el Papa hizo hincapié que ello hace más difícil la compasión y la apertura de las conciencias al sentido solidario:
«Para que ello suceda, es necesaria una conversión de los corazones, una apertura a Dios y al prójimo, que impulse a las personas a superar la indiferencia y a vivir la solidaridad, como virtud moral y actitud social, de la cual puede brotar un compromiso en favor de la humanidad que sufre».
Al mismo tiempo el Papa subrayó que es muy alentador «ver las numerosas demostraciones de solidaridad y de caridad que no faltan en tiempo de guerra. Hay tantas personas, tantos grupos caritativos y organizaciones no gubernamentales, en la Iglesia y fuera de ella, cuyos miembros afrontan fatigas y peligros para socorrer a los heridos y a los enfermos, para enterrar a los difuntos, para dar de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos, para visitar a los detenidos»:
«Verdaderamente el socorro a las poblaciones víctimas de los conflictos suma las diversas obras de misericordia, sobre las cuales seremos juzgados al final de la vida. Puedan las organizaciones humanitarias actuar siempre en conformidad con los principios fundamentales de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia. Anhelo, por lo tanto que tales principios, que constituyen el corazón del derecho humanitario, puedan ser acogidos en las conciencias de los combatientes y de los operadores humanitarios para ser traducidos a la práctica. Y que allí donde el derecho humanitario conoce hesitaciones y omisiones, sepa la conciencia individual reconocer el deber moral de respetar y proteger la dignidad de la persona humana en toda circunstancia, en especial en las situaciones en las cuales está fuertemente amenazada. Para que ello sea posible, quisiera recordar la importancia de la oración y la de asegurar, junto con la formación técnica y jurídica, el acompañamiento espiritual de los combatientes y de los operadores humanitarios».
A todos los «queridos hermanos y hermanas – y no son pocos - que han puesto en peligro su vida para salvar a otra o para aliviar los sufrimientos de las poblaciones golpeadas por conflictos armados», el Papa les recordó las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Y concluyó su discurso encomendando a todos a la intercesión de María Santísima, Reina de la Paz.
(CdM)