miércoles, 28 de octubre de 2015

La audiencia general del último miércoles de octubre que el Papa Francisco celebró en una lluviosa Plaza de San Pedro ante miles de fieles y peregrinos de numerosos países, tuvo un carácter interreligioso para recordar juntos – tal como el mismo Pontífice explicó – el 50° aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II “Nostra ætate” sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Por esta razón, al dirigirse – hablando en italiano – a los numerosos fieles presentes el Santo Padre explicó que a estas audiencias semanales suelen asistir personas o grupos pertenecientes a otras religiones; mientras en esta ocasión su presencia era especial, en virtud del recuerdo de los cincuenta años transcurridos desde la promulgación de la Declaración Conciliar sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Y añadió que este tema fue de gran interés para el beato Papa Pablo VI, quien ya en la fiesta de Pentecostés del año anterior a la conclusión del Concilio, había instituido el Secretariadopara los no cristianos, actual Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Francisco expresó su gratitud y calurosa bienvenida a las personas y a los grupos de diversas religiones, de modo especial – dijo – a los que vinieron desde lejos. Tras afirmar que elConcilio Vaticano II fue un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo, el Papa Bergoglio destacó brevemente algunos puntos del mensaje siempre actual de la declaración “Nostra ætate”. Entre ellos: la creciente interdependencia de los pueblos; la búsqueda del sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte; el origen y destino común de la humanidad; la unicidad de la familia humana; o las religiones como búsqueda de Dios o de lo absoluto en las diversas etnias y culturas. Entre los tantos eventos e iniciativas que se llevaron a cabo en estos últimos cincuenta años, el Santo Padre destacó el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986 querido por San Juan Pablo II, quien, además, hace treinta años se dirigía a los jóvenes musulmanes en Casablancadeseando que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos. Por esta razón afirmó que “la llama encendida en Asís, se ha extendido a todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza”. El Obispo de Roma se refirió, con especial gratitud a Dios, a la trasformación que tuvo en estos cincuenta años la relación entre cristianos y judíos, en que la indiferencia y oposición, dejaron paso a la colaboración y a la benevolencia. “De enemigos y extraños – dijo – nos hemos vuelto amigos y hermanos”. Francisco afirmó asimismo que el mundo exhorta a los creyentes a colaborar entre nosotros y con los hombres y mujeres de buena voluntad que no profesan religión alguna, pidiendo respuestas efectivas sobre temas tan diversos como la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, especialmente la cometida en nombre de la religión, la corrupción, la degradación moral, las crisis de la familia, de la economía, de la finanza, y, sobre todo, de la esperanza. Hacia el final de su catequesis el Papa dijo que el inminente Jubileo Extraordinario de la Misericordia, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el ámbito de las obras de caridad, en el que cuenta especialmente la compasión y al que pueden unirse tantas personas que no se sienten creyentes o que están en busca de Dios y de la verdad. (María Fernanda Bernasconi - RV).

Testimonio de lo que ocurre en Siria


Escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles


Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 12-19
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
Palabra del Señor.