lunes, 10 de abril de 2017

JMJ: los jóvenes de Cracovia entregan la cruz a los jóvenes de Panamá




Con motivo de la XXXII Jornada mundial de la juventud celebrada a nivel diocesano el 9 de abril del 2017, los jóvenes de la JMJ de Cracovia 2016 han entregado la cruz del acontecimiento a los jóvenes de Panamá, país donde tendrá lugar el próximo encuentro internacional 2019.
Al final de la misa de Ramos presidida por el papa Francisco en la plaza San Pedro, una delegación de jóvenes polacos ha transportado solemnemente la imponente cruz de madera delante del altar, donde la han recibido los jóvenes panameños, pasando de mano en mano, aplaudidos por la gente: 50 000 personas.
“Pidamos al Señor que la Cruz, unida al icono de María Salus Populi Romani, haz crecer la fe y la esperanza, revelando el amor invencible de Cristo allá por donde pase” ha declarado el papa Francisco antes del ángelus.
He aquí nuestra traducción completa de las palabras que el papa ha pronunciado al introducir la oración mariana.
AK/RA
Palabras del papa Francisco en el ángelus
Al término de esta celebración, saludo cordialmente a todos los aquí presentes, especialmente a aquellos que han participado en el Encuentro internacional para la asamblea sinodal sobre los jóvenes, promovida por el Dicasterio por los laicos, la Familia y la Vida, en colaboración con el Secretariado general del sínodo de los obispos. Este saludo se extiende a todos los jóvenes que hoy, entorno a sus obispos, celebran la Jornada de la juventud en cada diócesis del mundo. Es otra etapa de la gran peregrinación, iniciada por San Juan Pablo II que el año pasado nos ha reunido en Cracovia y que nos convoca a Panamá en enero de 2019.
Por eso, en unos instantes, los jóvenes polacos entregarán la cruz de las jornadas mundiales de la juventud a los jóvenes panameños, acompañados los unos y los otros, de sus Pastores y de las autoridades civiles.
Pidamos al Señor que la Cruz, unida al icono de María Salus Populi Romani, haga crecer la fe y la esperance, revelando el amor invencible de Cristo allá por donde ella pase.
A Cristo, que hoy entra en la Pasión, y a la Santa Virgen, confiamos a las víctimas del atentado terrorista ocurrido el pasado viernes en Estocolmo, lo mismo que todos aquellos que han sido duramente probados por la guerra, desgracia de la humanidad.
Y oramos por las víctimas del atentado perpetrado desgraciadamente hoy, esta mañana, en el Cairo en una iglesia copta. A mi querido hermano, Su Santidad Teodoro II, a la Iglesia Copta y a toda la quería nación egipcia, expreso mis profundas condolencias, oro por los difuntos y los heridos y estoy cerca de las familias y de toda la comunidad.
Que el Señor convierta el corazón de las personas que siembran el terror, violencia y muerte y también a los que fabrican las armas y trafican con ellas.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

Lavar los pies



En los oficios del Jueves Santo, el Papa no solo lava los pies a doce personas. También los besa y, después, todavía de rodillas, levanta la mirada para dirigir a cada rostro una sonrisa dulce, inolvidable. La emoción es mayor por tratarse de personas que han sufrido golpes duros en la vida y porque el Papa, como buen pastor, ha ido a buscarlas allí donde están.
El lugar elegido para la Misa de la Cena del Señor se anuncia con poca antelación para no alterar su vida cotidiana. El año pasado, Francisco fue a un centro de acogida de refugiados a 30 kilómetros de Roma. Allí lavó los pies a tres refugiados musulmanes de Siria, Pakistán y Malí, tres refugiadas coptas de Eritrea, una empleada italiana del centro…
El Jueves Santo anterior había ido a la cárcel de Rebibbia, donde lavó los pies a seis presas y seis presos de entre las 2.400 personas reclusas. Ninguna es inocente, pero el Papa fue allí lo mismo que en su primera Semana Santa, la de 2013, cuando eligió una cárcel de menores en la que casi todos los muchachos y muchachas de 14 a 21 años son extracomunitarios.
En 2014 escogió una residencia para jóvenes y ancianos discapacitados graves, donde repitió el gesto de amor de Jesús con un muchacho de 16 años de Cabo Verde tetrapléjico por haberse tirado al mar de cabeza sin calcular la profundidad, una anciana de 86 años convaleciente de rotura de cadera y varias costillas por caída en el cuarto de baño…
En la Misa del Jueves Santo el Papa predica sobre la institución de la Eucaristía. Pero realiza estos gestos para ayudarnos a entender que los pobres y los enfermos son la carne de Cristo. Para poner ante nuestros ojos el modo de comportarse de Jesús y algunas de sus enseñanzas: «El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir», o «Id y aprended qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificio”; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
En su maravilloso prólogo a los Hechos de los Apóstoles, san Lucas comenta a Teófilo que en su Evangelio, el primer libro, había escrito «todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar».
Jesús no solo enseñaba sino que también hacía. Y muchas veces enseñaba precisamente haciendo: tocar a un leproso, curar enfermos en sábado, hablar a solas con una mujer samaritana, abstenerse de apedrear a una mujer adúltera, lavar los pies a sus discípulos…
El centro del mensaje de Francisco es siempre Jesucristo.
Juan Vicente Boo

10 de abril: san Ezequiel, profeta



Cuando vive, ya se ha terminado el imperio asirio con la caída de Nínive; ahora los poderosos son los caldeos, con Nabucodonosor.
Es una época dificultosa para el pueblo de Israel. En Jerusalén reina Joaquín, hijo del piadoso rey Josías, que murió en la batalla de Megiddo (609 a. C.). En un primer momento, Joaquín intenta halagar al coloso babilónico, pero termina uniéndose en coalición con pequeñas potencias contra Nabucodonosor.
Jeremías ya dio la voz de alerta, sugiriendo la sumisión, pero el orgullo de los elegidos la hizo imposible. En 598, los babilonios ponen cerco a Jerusalén y capitula Judá. Su precio es la deportación de gran parte de la población, entre ellos el rey Jeconías, hijo de Joaquín, que murió durante el asedio. Con los deportados va también el joven Ezequiel que será el profeta del exilio.
Dos etapas enmarcan su acción profética.
La primera es antes de la destrucción de Jerusalén por los caldeos (598 a. C.). Aquí el hombre de Dios se encuentra con un pueblo ranciamente orgulloso y lleno de falso optimismo, fruto de la presunción. «¿Cómo va Dios a abandonarnos? ¡Están las Promesas! Es imposible una catástrofe total». Así razonaban ante los requerimientos del profeta. Es verdad que siglo y medio antes había permitido Dios la desaparición de Samaría, el Reino del Norte; pero Jerusalén es otra cosa; Yahwéh habita en ella.
Pensaban que pasaría como en tiempos de Senaquerib, un siglo antes, cuando tuvo que abandonar el asedio por una intervención milagrosa; ahora Dios repetiría el prodigio. Ezequiel no piensa como ellos. Afirma y predica que Jerusalén será destruida con el Templo. Dice a todos que ha llegado la hora del castigo divino para el pueblo israelita pecador; solo queda aceptar con compunción y humildad los designios punitivos de Yahwéh. A esta altura, el profeta tiene una misión ingrata porque es un agorero de males futuros y próximos. Para la gente sencilla y las autoridades pasa por ser considerado como un judío despreciable que no tiene categoría para comprender los altos designios del Pueblo; es un derrotista ciego de pesimismo.
La segunda fase de su profecía se desarrolla una vez consumada la catástrofe. Ahora ha de levantar los ánimos oprimidos; debe dar esperanzas luminosas sobre un porvenir mejor. Creían sus compatriotas deportados que Dios se había excedido en el castigo, o que les había hecho cargar con los pecados de los antepasados. «¡Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la dentera!», es el grito unánime de protesta. Ezequiel se preocupará de hacerles ver que Dios ha sido justo y que el castigo no tiene otra finalidad que la de purificarlos antes de pasar a una nueva etapa gloriosa nacional.
Y esto lo hace Ezequiel empleando un estilo que no tiene nada que ver con el de los profetas preexílicos Amós, Oseas, Isaías y Jeremías; no goza de su sencillez y frescor. Ezequiel pertenece a la clase sacerdotal, está cabalgando entre dos épocas y se aproxima a la literatura apocalíptica del judaísmo tardío. Frecuentemente, su mensaje viene expresado con el simbolismo de las visiones y también con el simbolismo de su propia existencia. Es conocidísima la visión «de los cuatro vivientes» (c. 1) en la que toda la creación simbolizada en el hombre, el toro, el león y el águila, son el trono del Creador que viene triunfante y esplendoroso a visitar a los exiliados de Mesopotamia. Y el expresivo contenido de la visión del «campo lleno de huesos» (c. 37) que reviven por el poder de Yahwéh, cubriéndose de nervios y carne, cobrando vida nuevamente. O la otra del «Templo que mana un torrente de aguas» (c. 47) para regar y hacer feracísima la nueva tierra con plenitud edénica. En todas ellas está vivo el mensaje de restauración nacional; volverá del exilio un pueblo purificado y vendrá con certeza una teocracia mesiánica.
Fue la vida profética de Ezequiel un período de veinte años (593-573) de amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de sus compañeros de infortunio, al derrumbarse la monarquía israelita.
Quizá hoy en la Iglesia convenga también un nuevo tipo religioso que, surgido en horas de aturdimiento y desaliento general, sea instrumento de Dios para salvar la crisis de conciencia que trae el desmoronamiento de los principios. Bien puede estar el secreto en copiar la fidelidad de Ezequiel.
Archimadrid.org

Daesh convierte el Domingo de Ramos en una masacre de cristianos en Egipto



Los yihadistas matan al menos a 45 personas cuando asistían a Misa en dos iglesias coptas de Tanta y Alejandría
La primera bomba sacudió una iglesia en la localidad de egipcia de Tanta, mientras los feligreses celebraban Misa. En medio del caos y la creciente cifra de víctimas, que pronto superó la treintena y aumentaba por minutos, una segunda explosión se registró en otra iglesia, esta vez en la ciudad costera de Alejandría, empañando de sangre la celebración del Domingo de Ramos por los cristianos coptos egipcios. Esa misma tarde, el grupo terrorista Daesh reivindicó la autoría de sendos atentados, que en total han segado la vida de al menos 45 personas.
La mayoría de las 27 víctimas de la explosión en la iglesia de Tanta, a 90 kilómetros de El Cairo, son feligreses y sacerdotes que celebraban el comienzo de la Semana Santa. En Alejandría, donde el objetivo de los terroristas ha sido la emblemática catedral de San Marcos, los muertos ascienden a 18. En declaraciones a ABC, el portavoz del Ministerio de Sanidad, Jaled Jatib, admitió que el número de víctimas fatales podría crecer en las próximas horas. Los heridos, muchos de ellos de gravedad, superan el centenar.
Junto al altar
Según las primeras reconstrucciones del doble atentado, rápidamente reivindicado por Daesh, la primera explosión tuvo lugar a las 09:30 hora local en la iglesia de San Jorge en Tanta. La bomba fue colocada dentro del templo, en el pasillo central y cerca del altar donde un nutrido coro de sacerdotes entonaba cánticos de alabanza. Fuentes de la Iglesia copta en Tanta han confirmado la muerte de varios de sus sacerdotes, mientras que vídeos del interior de la iglesia muestran imágenes dantescas, que se replican en el atentado de Alejandría: manchas de sangre en las columnatas y las baldosas, miembros cercenados, ramas de palmas ensangrentadas y bancos destrozados.
La segunda explosión se produjo hacia las 12 del mediodía contra la Catedral de San Marcos en Alejandría, sede histórica (la actual está en El Cairo) del patriarca de la Iglesia copta ortodoxa, y donde el Papa Teodoro II tenía previsto celebrar la Misa de comienzo de la Semana Santa. El patriarca, finalmente, resultó ileso.
El atentado en Alejandría, que pretendía ser tanto o más mortal que el de Tanta, fue frustrado parcialmente cuando varios oficiales de policía detuvieron al terrorista suicida, que al negársele la entrada a la iglesia sin pasar por el control de metales, se hizo estallar a la entrada de la catedral. Murieron al menos cuatro oficiales de policía, entre ellos una mujer y el oficial Emad al Rokeby, que según el relato de medios locales «se abrazó al terrorista impidiéndole entrar».
La iglesia, llena
«La iglesia estaba llena, es una festividad muy celebrada que congrega a muchísimos cristianos, que pasan todo el día en la iglesia», ha relatado por teléfono Sarah, vecina de Alejandría. Una apreciación en la que coinciden analistas consultados por ABC: «El atentado fue cuidadosamente planeado para matar al mayor número de civiles posible», señala el analista del centro Tahrir para Políticas de Oriente Medio Timothy E.Kaldas. En su búsqueda de nuevos explosivos, fuerzas de seguridad desmantelaron dos bombas colocados en la mezquita sufí de Sidi Abdel Rahim.
En su usual rapidez por acreditarse atentados, Daesh, que cuenta con una filial en Egipto bajo el nombre de Wilayat Sina, atribuyó a uno de sus «grupos de seguridad» lo que se ha convertido en el más sangriento atentado contra la perseguida minoría cristiana copta en los últimos años.
Objetivos de esporádicos estallidos de violencia sectaria, en los últimos meses Daesh ha reforzado su campaña contra los que tilda de «apóstatas», amenazando en un comunicado publicado en febrero con «limpiar el país» de cristianos. En diciembre, un terrorista suicida de Daesh se hizo explotar en la iglesia de San Pedro y San Pablo, en el corazón de la sede del patriarcado copto en El Cairo, cobrándose las vidas de 28 personas, la mayoría mujeres y niñas que atendían misa. Entonces, y pese a las primeras protestas de la comunidad copta, que gritaban «¿la sangre de los coptos es barata?» a las puertas del complejo catedralicio cairota, las autoridades capitalizaron el atentado como un ataque «a todo el pueblo de Egipto, no sólo los coptos».
Un mensaje similar al presentado ayer por el presidente, Abdelfatah al Sisi, que insistió a través de un comunicado en que este «ultrajante acto terrorista tiene como objetivo tanto a los coptos como a los musulmanes», y que «no disminuirá la resolución y la voluntad del pueblo egipcio de hacer frente a las fuerzas del mal». El presidente decretó asimismo el estado de emergencia durante tres meses y una movilización general del Ejército para proteger «instalaciones vitales».
Precisamente Al Sisi, que se erige como el defensor de los cristianos ante la violencia islamista en Egipto, fue uno de los promotores de la próxima visita del Papa Francisco al país árabe, programada para el 28 y 29 de este mes, y que, según fuentes de la iglesia ortodoxa copta, pretendía enviar un mensaje de normalidad y seguridad en el país.
Alicia Alamillos/ABC

DOMINGO DE RAMOS. REFLEXIÓN ESPIRITUAL DEL PAPA FRANCISCO



«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!», gritaba festiva la muchedumbre de Jerusalén recibiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros.
Sí, del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un asno, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos.
Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y cuando los fariseos le invitan a que haga callar a los niños y a los otros que lo aclaman, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.
Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8).
Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, Él que no conoce el pecado.
Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.
El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no podemos prescindir de este, no podemos amar sin dejarnos amar antes por Él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.
Pero esto es solamente el inicio. La humillación de Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo.
Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto.
Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumirse la responsabilidad de su destino...
El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de Él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales.
La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el Rostro de un Dios potente e invencible.
Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el Rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión.
Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.
Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil incluso olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo.
Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la “catedra de Dios”.
Os invito en esta semana a mirar a menudo esta “Catedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama.
Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a Él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos un poco de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta semana.
(De la homilía del Papa Francisco el 20 de marzo de 2016, Domingo de Ramos)