En esta ocasión el P. Cantalamessa se refirió al misterio de la Encarnación contemplado con los ojos de Francisco de Asís. En esta última medicación de Adviento el predicador abordó cuatro puntos referidos a Greccio y la institución pesebre; La Navidad y los pobres; Amar, socorrer, evangelizar a los pobres y la alegría en los cielos y en la tierra.
Para Francisco de Asís, la Navidad no era sólo una ocasión para llorar sobre la pobreza de Cristo; era también la fiesta que tenía el poder de hacer estallar toda la capacidad de alegría que tenía en su corazón, y que era inmensa. En Navidad él, literalmente, hacía locuras.
Y explicó que san Francisco de Asís quería que en este día los pobres y los mendicantes fueran saciados por los ricos, y que los bueyes y los asnos recibieran una ración de alimento más abundante. Mientras decía, que si pudiera hablar con el emperador, le suplicaría que emanara un edicto general, en el que se ordenara que todos los que tuvieran la posibilidad esparcieran por las calles el trigo y cereales, a fin de que en un día de tanta solemnidad los pájaros y especialmente las hermanas alondras, tuvieran comida en abundancia.
El Santo de Asís, prosiguió el P. Cantalamessa, se volvía como uno de aquellos niños que están con los ojos llenos de estupor ate el pesebre. Y recordó que su biógrafo cuenta que durante la función natalicia en Greccio, cuando pronunciaba el nombre “Belén” llenaba su boca de voz y más aún de tierno afecto, produciendo un sonido semejante al balido de una oveja. Y cada vez que decía “Niño de Belén” o “Jesús”, se pasaba la lengua por los labios, casi como para gustar y conservar toda la dulzura de estas palabras.
El predicador terminó recordando el villancico que expresa perfectamente los sentimientos de San Francisco ante el pesebre, lo que no sorprende, dijo, si pensamos que sus palabras y su música tienen como autor a otro santo como él, San Alfonso María de Ligorio. Escuchándolo, en el tiempo natalicio, afirmó, dejémonos conmover por su mensaje sencillo, pero esencial:
“Bajas de las estrellas, oh Rey del Cielo. Y vienes en una gruta, al frío y al hielo. A ti que eres del mundo el Creador, faltan vestidos y fuego, oh mi Señor. Querido elegido niñito, cuánto esta pobreza me inspira amor para ti. Luego que el amor te hizo aún más pobre”.
“Santo Padre, Venerables Padres, hermanos y hermanas, concluyó diciendo el P. Raniero Cantalamessa, ¡Feliz Navidad!”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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sábado, 21 de diciembre de 2013
El silencio dejó crecer el misterio en la esperanza, el Papa el viernes en Santa Marta.
El misterio de nuestro encuentro con Dios se comprende en un silencio
que no busca publicidad. Sólo el silencio custodia el misterio del camino que
el hombre cumple con Dios. Lo aseguró el Papa Francisco en la homilía de la
Misa presidida en la Casa de Santa Marta. Que el Señor, pidió el Santo Padre,
nos dé "la gracia de amar el silencio", que tiene necesidad de ser
"custodiado" lejos de toda "publicidad".
En la historia de
la salvación, no el bullicio ni las plateas, sino la sombra y el silencio son
los “lugares” que Dios ha elegido para manifestarse al hombre. Confines
evanescentes de los que su misterio ha tomado de vez en vez una forma visible,
ha tomado carne. La reflexión del Pontífice partió de los instantes de la
Anunciación, propuesta por el Evangelio de hoy, de forma particular el pasaje
en el que el Ángel dice a María que la potencia del Altísimo la “cubrirá con su
sombra”. Como, en el fondo, casi de la misma sustancia de la sombra estaba
también hecha la nube con la cual, recordó el Pontífice, Dios había protegido a
los judíos en el desierto:
“El Señor
siempre se ha ocupado del misterio y ha cubierto el misterio. No ha hecho
publicidad al misterio. Un misterio que hace publicidad de sí no es cristiano,
no es el misterio de Dios: ¡es una farsa de misterio! Y esto es lo que ocurrió
aquí a la Virgen, cuando recibe a su Hijo: el misterio de su maternidad
virginal está escondido. ¡Estuvo escondido toda la vida! Y Ella lo sabía. Esta
sombra de Dios, en nuestra vida, nos ayuda a descubrir nuestro misterio:
nuestro misterio del encuentro con el Señor, nuestro misterio del camino de la
vida con el Señor”.
“Cada uno de
nosotros – afirmó el Obispo de Roma – sabe cómo obra el Señor misteriosamente
en nuestro corazón, en nuestra alma”. Y ¿cuál es – se preguntó – “la nube, la
potencia, cual es el estilo del Espíritu Santo para cubrir nuestro misterio?”:
“Esta nube en
nosotros, en nuestra vida se llama silencio: el silencio es precisamente la
nube que cubre el misterio de nuestra relación con el Señor, de nuestra
santidad y de nuestros pecados Este misterio que no podemos explicar. Pero
cuando no hay silencio en nuestra vida, el misterio se pierde, se va. ¡Custodiar
el misterio con el silencio! Aquella es la nube, aquella es la potencia de Dios
para nosotros, aquella es la fuerza del Espíritu Santo”.
La Madre de Jesús
ha sido el icono perfecto del silencio. Desde el anuncio de su excepcional
maternidad hasta el Calvario. “Pienso, meditó Francisco, en cuantas veces ha
guardado silencio y cuantas veces no ha dicho aquello que sentía para custodiar
el misterio de la relación con su Hijo”, hasta el silencio más crudo, “al pie
de la Cruz”:
“El Evangelio
no nos dice nada: si ella dijo o no una palabra … Era silenciosa, pero dentro
su corazón, ¡cuántas cosas decía al Señor! ‘Tú, aquel día - esto es lo que
hemos leído - me has dicho que será grande; tú me has dicho que le habrías dado
el Trono de David, su padre, que habría reinado por siempre ¡y ahora lo veo
allí!’. ¡La Virgen era humana! Y quizás tenía ganas de decir: ‘¡Mentiras! ¡He
sido engañada!’: Juan Pablo II decía esto, hablando de la Virgen en aquel
momento. Pero Ella, con el silencio, ha cubierto el misterio que no comprendía
y con este silencio ha dejado que este misterio pudiese crecer y florecer en la esperanza”.
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