«La vida del cuerpo es el alma, y la vida del alma, Dios. El Espíritu de Dios habita en el alma y, a través del alma, en el cuerpo, para que también nuestros cuerpos sean templos del Espíritu Santo, don que nos otorga Dios. El Espíritu de Dios viene a nuestra alma, porque la caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, y lo posee todo quien posee lo principal». (SAN AGUSTÍN, Sermón 161, 6).
«El espíritu Santo ha comenzado a habitar en vosotros. ¡Que no se tenga que marchad No lo excluyáis de vuestros corazones. Es buen huésped: si os encuentra vacíos, os llena; si hambrientos, os alimenta; finalmente, sí os halla sedientos, os embriaga. Sea El quien os embriague, pues dice el Apóstol: No os embriaguéis de vino, en el cual está todo desenfreno. Y, como queriendo enseñarnos de qué debemos embriagarnos, añadió: Antes bien llenaos del Espíritu Santo, cantando entre vosotros con himnos, salmos y cánticos espirituales,- cantando al Señor en vuestros corazones (Ef 5,18-19)». (SAN AGUSTÍN, Sermón 225, 4).