El Año Litúrgico nos ofrece un tiempo nuevo, el Adviento. Durante cuatro semanas, las lecturas diarias que nos acompañarán irán desgranando las profecías mesiánicas, que tendrán su concreción en la venida del Hijo de Dios a nuestra historia.
Este tiempo es propicio para contemplar no solo las antiguas profecías, sino las que acontecen junto a nosotros y que son motivos para alegrar el corazón y consolidar la esperanza teologal, la que se funda en el hecho del nacimiento de Jesús, por el que muchos viven como testigos del Amor de Dios.
Conozco a personas que asumen de manera discreta la necesidad de su prójimo y le entrega mensualmente el coste de un salario para que el menesteroso pueda cubrir sus gastos y vivir con dignidad.
Conozco a otras que salen fiadoras, adelantan créditos sin intereses, y así hacen posible que permanezca abierta la casa para los hijos pequeños ante el rompimiento familiar y la dolorosa ejecución del reparto del patrimonio entre los que han compartido todo y por cuestión legal una parte debe indemnizar a la otra.
Conozco a algunos que ante las obras necesarias en los templos de lugares deprimidos y un tanto deshabitados, prestan su dinero sin afán de lucro ni especulación para que se realicen las mejoras sin agobio para las pequeñas comunidades cristianas que aún permanecen en los pueblos pequeños.
Conozco a otros que, jubilados por motivos de salud o de alguna dolencia, prestan sin embargo voluntariamente y en gratuidad sus manos como ayuda al sostenimiento de obras sociales, que de otra manera no podrían realizar sus programas solidarios.
Conozco a personas que abren sus puertas a la hospitalidad amiga, y comunican la alegría familiar, acrecentando vínculos afectivos que ayudan en momentos de soledad, sufrimiento, pruebas de salud.
Conozco a quien reza por los demás, sin que quizá nadie lo sepa, y ofrece su vida por la paz del mundo, por la estabilidad de las familias, porque los enfermos recuperen la salud, o al menos tengan fuerza en sus pruebas. Son sin duda los brazos levantados que obtienen el favor del cielo de manera generosa.
Y conozco a otros que en medio de las pruebas se mantienen fieles, y aun en la oscuridad se convierten en signos luminosos de fe y de confianza en Dios.
La esperanza cristiana no es la reacción optimista de un carácter positivo, sino la virtud teologal por la que se permanece confiado en Dios, pues Él cumple siempre su palabra, y la ha comprometido hasta el extremo de dárnosla encarnada en su propio Hijo como testimonio de su fidelidad.
Atrévete en este tiempo a sumarte a cuantos son testigos de esperanza porque dan crédito a la promesa del amor divino, hecho Niño en Belén.